Como Mulder en ¡®Expediente X¡¯, mucha gente quiere creer en algo
Los conventos se vac¨ªan de vocaciones, y las parroquias, de feligreses, pero la espiritualidad gana prestigio y relevancia: vivimos una ¨¦poca f¨¦rtil en milenarismos, gur¨²s y emociones trascendentes que den sentido al aceler¨®n cotidiano
Los primeros 15 minutos de La so??ciedad de la nieve son can¨®nicos y magistrales. Yo los usar¨ªa para explicar en la escuela c¨®mo se plantea una historia y c¨®mo se caracterizan los personajes. Con una econom¨ªa de recursos soberbia, Bayona cuenta qui¨¦nes son esos j¨®venes y por qu¨¦ se comportar¨¢n as¨ª despu¨¦s del accidente, y en ese ejercicio narrativo sobresale una secuencia en una iglesia. Gracias a ella, al espectador le queda claro que la religi¨®n es muy importante en las vidas de esos personajes y en su forma de entender la amistad y la fraternidad. Sin esa secuencia, los debates morales sobre la antropofagia que ocupan buena parte del nudo de la pel¨ªcula ser¨ªan incomprensibles o estar¨ªan cojos. La sociedad de la nieve es, en buena medida, una pel¨ªcula sobre el tab¨² religioso: la fe otorga a esos n¨¢ufragos el esp¨ªritu solidario que necesitan para sobrevivir, pero tambi¨¦n les pone ante un dilema destructivo.
Por supuesto, Bayona no inventa nada. Esa fe y esos dilemas est¨¢n en el coraz¨®n de las memorias de los supervivientes y son fieles a sus relatos y meditaciones, pero subrayar su sustrato cat¨®lico es una decisi¨®n narrativa. Todas las historias se pueden contar desde muchos puntos de vista, incidiendo en tales o cuales aspectos y obviando otros. La escena de la iglesia pone la religi¨®n en el centro y le quita universalidad laica a la angustia moral. Por eso esta pel¨ªcula interpela tan hondamente a su ¨¦poca: su autor ha entendido ¡ªquiz¨¢ sin pensarlo, por pura absorci¨®n del ambiente¡ª que vivimos tiempos religiosos y que la mirada laica sobre el mundo se est¨¢ apagando.
Esto no tiene que ver con las grandes religiones organizadas, que en los pa¨ªses occidentales siguen decayendo (aunque no hay que menospreciar su importancia en el auge de movimientos trumpistas o en la escalada belicista de la derecha israel¨ª). Los conventos y los seminarios se vac¨ªan de vocaciones, y las parroquias, de feligreses, pero la espiritualidad gana prestigio y relevancia, y el discurso religioso empapa la vida p¨²blica y la cultura de formas tan sutiles como ins¨®litas. Como el Mulder de Expediente X, mucha gente quiere creer en algo. Muerto Dios y diluida la patria, el individualismo y la vida sin ra¨ªces ni v¨ªnculos comunitarios fuertes propician que esta ¨¦poca sea f¨¦rtil en milenarismos, gur¨²s y emociones trascendentes que den sentido al aceler¨®n cotidiano y al consumismo banal. El espectador de La sociedad de la nieve, aislado en su suscripci¨®n de Netflix, envidia la cohesi¨®n y la hermandad en la fe de las v¨ªctimas del accidente de los Andes.
El pensamiento y la literatura han respondido al caos urbano con llamadas al retiro no muy diferentes de las de los eremitas que fundaron algunas grandes religiones. Las apolog¨ªas de la vida tranquila, campestre, recluida y ensimismada, con el culto a la santidad de Thoreau y su libro sagrado Walden, fomentan una nueva espiritualidad de las cosas sencillas y de la comuni¨®n con la tierra. Desde la pandemia, este g¨¦nero narrativo no para de enriquecerse, y cualquier lector atento puede encontrar un buen pu?ado de alabanzas al retiro en las mejores librer¨ªas: desde Gozo, de Azahara Alonso; hasta La vida peque?a, de Jos¨¦ ?ngel Gonz¨¢lez Sainz, pasando por las diatribas filos¨®ficas de Byung-Chul Han o los manifiestos m¨¢s pol¨ªticos, como el reci¨¦n publicado ?Silencio!, de Pedro Bravo.
En la cultura popular ¡ªo semipopular¡ª, merece la pena detenerse en la complejidad de La mes¨ªas. Los Javis ya demostraron una sensibilidad favorable al sentimiento religioso en La llamada. Con La mes¨ªas exploran la oscuridad de la fe, pero no lo hacen desde la denuncia laica a la que nos ha acostumbrado la mentalidad progresista, sino adoptando el punto de vista de quienes se asoman al abismo y sienten a la vez su atracci¨®n y su p¨¢nico a tirarse. Los Javis entienden muy bien el mundo en el que viven y saben que el ansia espiritual es el tema de nuestro tiempo. La presentan como una tragedia que a veces se viste de farsa y de esperpento kitsch (ven el dolor aut¨¦ntico y hondo donde la mayor¨ªa solo ve un meme), por eso no la caricaturizan ni la denuestan, sino que intentan comprenderla.
Reconozco que para alguien como yo, educado en el ate¨ªsmo anticlerical, es dif¨ªcil entrar en ciertos juegos y superar el desprecio y la burla que todo lo religioso me despierta por instinto, pero si no se hace un esfuerzo por comprender el sustrato de creencias irracionales de los debates de hoy, no se entiende nada. La raz¨®n es un arma in¨²til para interpretar muchas actitudes y manifestaciones que no admiten refutaciones argumentales ni operaciones l¨®gicas porque son emotivas: cuando alguien dice que siente algo, la discusi¨®n racional es imposible, no se pueden rebatir sentimientos. La religi¨®n est¨¢ detr¨¢s de muchos activismos ¡ª?cu¨¢ntos ecologistas hablan del planeta en t¨¦rminos de divinidad y entienden su compromiso como un sacrificio trascendente?¡ª y de muchas discusiones p¨²blicas en las que no importa qui¨¦n tiene raz¨®n, sino qui¨¦n es el ortodoxo y qui¨¦n el hereje. Todos los d¨ªas, un puro excomulga a un impuro. El libro que mejor explica la pol¨ªtica radical actual o la din¨¢mica de las redes sociales es Castiello contra Calvino, de Stefan Zweig.
De ah¨ª que tambi¨¦n tengan mucho ¨¦xito las redenciones y los caminos de perfecci¨®n, con todos esos personajes p¨²blicos que se flagelan por su mala conducta y prometen ser la mejor versi¨®n de s¨ª mismos. El pecado, elemento nuclear de todo pensamiento religioso, rige de una forma que desconcierta a quienes nacieron en tiempos m¨¢s laicos y fr¨ªvolos.
Necesidad de trascendencia, ansia de verdad (o de estar en la verdad, de pertenecer al grupo de los que se salvan) y caminos de perfecci¨®n mueven un mundo desorientado cuya espiritualidad se expresa a veces de manera delicada y art¨ªstica, y otras inspira furias justicieras groser¨ªsimas. Exactamente igual que en los a?os de la Contrarreforma, cuando lo sublime de Miguel ?ngel conviv¨ªa con la hoguera del auto de fe. Sin la violencia de entonces, claro, pero solo en las democracias occidentales: que nos cuente Salman Rushdie c¨®mo las gastan en otros pagos donde no rige el Estado de derecho.
Mantener una postura laica coherente y firme es muy dif¨ªcil en un contexto as¨ª. Emboscarse en las barbas de Marx y seguir diciendo lo del opio del pueblo es comprensible, pero tambi¨¦n vacuo y contraproducente: en parte, ha sido la eficacia con la que los ateos matamos a Dios la que nos ha llevado hasta aqu¨ª. El laicismo se desentendi¨® tanto de la dimensi¨®n espiritual de la vida ¨ªntima y de la comunitaria, que ahora no sabe c¨®mo bregar con esas emociones que antes regulaban las instituciones y liturgias religiosas. Liberadas de ellas, hoy se expresan en una entrop¨ªa que amenaza con reventar las costuras de la raz¨®n.
Ap¨²ntate aqu¨ª a la newsletter semanal de Ideas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.