El tiempo no solo es oro: por?qu¨¦ intento ser puntual
Asociamos el tiempo a la privacidad y a veces olvidamos que el tiempo, como nuestras vidas, es una experiencia que depende de nuestras relaciones con los dem¨¢s
El tiempo es uno de esos misterios con los que nadie se acaba de llevar bien. Que si pasa demasiado r¨¢pido, que si parece mentira, que si hoy est¨¢s aqu¨ª y ma?ana all¨¢. En ocasiones sucede lo contrario y el paso del tiempo se hace denso y pastoso, como si las agujas del reloj hubieran desfallecido. Cuando el tiempo no corre, hacemos lo contrario de lo que recomienda Kant en sus Lecciones de ¨¦tica: miramos una y otra vez el reloj. Queremos acelerar su ritmo a golpe de mirada. ?Que espabile! Pero cuanto m¨¢s ojeamos el reloj, m¨¢s larga se nos hace la espera. Cuando el tiempo se enquista hay que evitar mirarlo de frente, prescribe el fil¨®sofo de la puntualidad. Lo suyo es no prestarle atenci¨®n, procurarse una distracci¨®n y olvidarse del tictac.
Por unas razones u otras nadie acaba de girar del todo bien con el tiempo. ?Qu¨¦ cosa m¨¢s rara, esto del tiempo!, dec¨ªa Agust¨ªn de Hipona. Si no le preguntaban qu¨¦ era, comprend¨ªa perfectamente de qu¨¦ se trataba, pero cuando intentaba ponerle palabras no sab¨ªa por d¨®nde tirar.
Empezando por Agust¨ªn de Hipona, pasando por Kant y llegando a Heidegger, la experiencia del tiempo ha quedado vinculada en nuestra tradici¨®n a la experiencia de la intimidad. Se dice que la primera persona que llev¨® un reloj de pulsera fue el fil¨®sofo y matem¨¢tico franc¨¦s Blaise Pascal (1623-1662), que por lo que parece se at¨® el reloj de bolsillo a la mu?eca con un cordel. Pascal fue uno de los grandes nombres de la Modernidad filos¨®fica europea, una ¨¦poca conocida por la eclosi¨®n de la subjetividad y de la privacidad de la intimidad. Por algo debe ser que el reloj de mu?eca remita a esa ¨¦poca.
Hoy miramos la hora m¨¢s en el m¨®vil que en el reloj, pero seguimos teniendo interiorizado que, a diferencia del espacio, que es de todos, el tiempo pertenece a cada uno. A nuestra casa la ubicamos en un espacio m¨¢s grande (un edificio, un barrio, una ciudad, un pa¨ªs o el mundo), mientras que el tiempo propio carece de exterioridad. Es, dici¨¦ndolo a la kantiana, la forma del sentido interno. En nuestra cabeza dibujamos una frontera clara entre el tiempo de ¡°dentro¡± y el de ¡°fuera¡±. En cambio, esa separaci¨®n es mucho m¨¢s permeable cuando imaginamos el espacio. En el espacio, lo ¡°interior¡± y lo ¡°exterior¡± quedan contenidos en un continuo que trasciende a ambas localizaciones. Sin embargo, el tiempo ¡°interior¡± puro no existe. El tiempo es una experiencia tan com¨²n y compartida como es la del espacio. No existe una experiencia absolutamente encapsulada y desligada del tiempo, del mismo modo que tampoco existe una experiencia completamente personal del espacio. Es una ilusi¨®n creer que el tiempo personal es una esfera herm¨¦tica que va en paralelo al mundo. El tiempo es una experiencia relacional.
En la serie de televisi¨®n V¨®rtice, un polic¨ªa que investiga un suceso en una playa con la ayuda de la realidad virtual descubre lo impensable. En un momento dado, y a causa de un error del sistema, el protagonista entra en contacto con el tiempo pret¨¦rito en el que su mujer fue asesinada. Por esa rendija temporal puede trasladarse a entonces y tratar de descubrir qu¨¦ sucedi¨®. Al poco de empezar su investigaci¨®n se da cuenta de que las decisiones que toma en ese pasado para descubrir lo sucedido afectan irremediablemente a su presente. Las consecuencias, insospechadas e indeseadas, le afectar¨¢n no solamente a ¨¦l. Al tratar de reconducir y modificar el pasado para evitar que su mujer vuelva a ser asesinada, va modificando tambi¨¦n las vidas de los dem¨¢s. Habr¨¢ personas que nunca llegar¨¢n a conocerse, amantes que no se entrelazar¨¢n, hijos que no llegar¨¢n a nacer y vivos que tampoco fallecer¨¢n. Todo por cambiar una coma del pasado.
Cuando era peque?o me repet¨ªan que hacerse mayor era saber que los actos tienen consecuencias. ¡°Cuidado con lo que haces, no vaya a ser que te lamentes despu¨¦s¡±. Eso me angustiaba. Era demasiado peso para mis ansias de ligereza. Luego todo acaba llegando, y lo que uno descubre es que crecer implica m¨¢s bien darse cuenta de que todos tus actos afectan a la vida de los dem¨¢s. Si cada uno de nosotros pudi¨¦ramos volver atr¨¢s en el tiempo para cambiar un solo evento de nuestra biograf¨ªa, cambiar¨ªamos el mundo entero. Decidir si quedarse en casa un s¨¢bado por la noche o salir a tomar algo puede ser decisivo para los dem¨¢s. Mantener una conversaci¨®n, hablar de una oferta de trabajo, presentar un amigo, planear un viaje o volver a hablar de los temas de siempre puede ser un punto de inflexi¨®n en la vida del pr¨®jimo.
Nuestras biograf¨ªas no son enteramente nuestras. Son fruto de una incontable e incontrolable suma de acontecimientos en las que todos aportamos nuestra nota de color.
Tenemos la sensaci¨®n de que el tiempo se nos escapa. Es un ¡°bien¡± escaso, de esas pocas cosas que no se pueden fabricar. Si el tiempo se pudiera vender a granel, no se podr¨ªa decir que es oro, ni perderlo supondr¨ªa un drama. Se repondr¨ªa y listo. No obstante, el tiempo tira millas, va a la suya, y la sucesi¨®n de momentos se concatenan sin pedir permiso. Por eso decimos que hay que aprovecharlo. Perseguirlo, exprimirlo. Y hacerlo r¨¢pido y a tope. Tenemos la sensaci¨®n de que el tiempo nos pertenece por derecho propio: es tu vida, es mi tiempo. Y, sin embargo, el tiempo no es propiedad privada de nadie en particular.
Los que me conocen saben que procuro respetar la puntualidad. No me considero un hooligan de ella, ni tampoco siento un especial apego al deber de respetar la hora convenida. En esto no soy kantiano. Se dice que el ordenado Kant ajust¨® su vida al tictac de su reloj emulando a su met¨®dico amigo Joseph Green, quien no dudaba en emprender la marcha a la hora pactada independientemente de si los dem¨¢s hab¨ªan llegado o no. No soy de los que creen que ir siempre en hora se justifica en todos los casos. Pero si entiendo que el tiempo es una experiencia en com¨²n, y si solemos tener claro que no podemos disponer del espacio de los dem¨¢s, ?por qu¨¦ damos por supuesto que podemos disponer de ¡°los 5 o 10 minutillos de rigor¡± para llegar tarde a una cita?
El flujo del tiempo nos incumbe, pero no nos pertenece. As¨ª que, en vez de ir por ah¨ª disponiendo del tiempo de los dem¨¢s, mejor ser¨ªa destinar un poco del propio a pensar qu¨¦ sucede m¨¢s all¨¢ de nuestros horarios.
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