Consejos hist¨®ricos para deshacerse del enemigo muerto
El problema se ha planteado y resuelto de diferentes maneras a lo largo de la historia
?Qu¨¦ hacer con el enemigo muerto? El problema se ha planteado y resuelto de diferentes maneras desde que Aquiles se ceb¨® con el cuerpo de H¨¦ctor, que es muy a menudo la primera reacci¨®n natural que tienes tras cargarte a alguien contra el que te las has tenido duras (el p¨¦lida luego se abland¨® y lo devolvi¨®, ajado, eso s¨ª). Probablemente muchos en EE UU hubieran visto bien que Obama enganchara al abatido Bin Laden a un carro y lo arrastrara por, pongamos para hacerlo m¨¢s hom¨¦rico y ejemplar, el polvoriento Afganist¨¢n. En cambio ese hijo del desierto ha tenido un entierro de marino, qu¨¦ cosa.
Deshonrar y hasta mutilar al l¨ªder enemigo ca¨ªdo, convertir su cr¨¢neo en copa, quedarte una mano o el pelo, ha sido habitual en la Historia -sin duda tambi¨¦n en la prehistoria-, especialmente si el tipo hab¨ªa sido muy peligroso. La Biblia, siempre tan edificante, aporta numerosos ejemplos de trato poco amable con los enemigos ca¨ªdos: se los echaba a los perros, previo corte del prepucio en caso de que no estuvieran circuncidados. David exhibi¨® la cabeza de Goliath y sus armas y dio su cuerpo a las aves del cielo y los animales de la tierra, que suena po¨¦tico pero es, hay que convenir, desconsiderado.
El buen trato ha quedado normalmente para los rivales que no eran excesivamente peligrosos; se puede ser elegante con el cad¨¢ver del bar¨®n Rojo, por ejemplo, un individuo en el fondo irrelevante aunque derribara muchos aviones, o con Napole¨®n una vez desactivado por la v¨ªa de dejarlo vegetar un buen tiempo. O con Lee, al cabo uno de los nuestros, enterrado con gran pompa en Arlington. Eliminar o escamotear el cuerpo es un recurso corriente. El cad¨¢ver de un gran enemigo suele seguir siendo peligroso; sus partidarios pueden convertir en santuario su tumba y extraer fuerza de ella, y ya no lo puedes matar dos veces. O a veces s¨ª: a Oliver Cromwell se lo desenterr¨® para una ins¨®lita ejecuci¨®n p¨®stuma, el cad¨¢ver fue desmembrado y la cabeza empalada, aunque una tradici¨®n sugiere que el verdadero cuerpo fue sepultado por sus partidarios en el T¨¢mesis -una tumba h¨²meda, como la de Osama- para evitar precisamente las vejaciones.
Lord Kitchener, se sostiene, tras bombardear su tumba en Omdurman hizo desenterrar el venerado cuerpo del mesi¨¢nico Mahdi, que les hab¨ªa dado tanta guerra a los brit¨¢nicos en Sud¨¢n, y se hizo con su cr¨¢neo un tintero. Es conocido el revuelo con el cad¨¢ver del Che Guevara: enterrado de mala manera tras su tortura y asesinato, se le cercenaron las manos para poder cotejar sus huellas dactilares con las de la polic¨ªa argentina (hoy hay medios m¨¢s sutiles que se habr¨¢n empleado seguramente con Bin Laden). En 1997, tras revelarse el paradero del cuerpo, fue exhumado y repatriado a Cuba con gran ceremonia, aunque hay fundadas dudas de que se trate del aut¨¦ntico.
Desconocemos el destino de los cad¨¢veres de los grandes enemigos de la antigua y pr¨¢ctica Roma, de la que es tan heredero EE UU: ni An¨ªbal -aunque se le atribuye una en Turqu¨ªa-, ni Vercingetorix (ejecutado miserablemente tras pasearlo en triunfo C¨¦sar), ni Arminio han tenido tumbas que podamos ubicar con certeza (y que podr¨ªan haber alentado resistencias). No es casual tampoco, probablemente, que ni Zahi Hawass pueda encontrar la de Cleopatra. Los romanos ten¨ªan experiencia del impacto de un cad¨¢ver en la opini¨®n p¨²blica como muy bien experimenta el Brutus de Shakespeare.
Con los l¨ªderes nazis se fue con mucho tiento para no convertir sus ¨²ltimas moradas en lugar de peregrinaci¨®n y rearme ideol¨®gico. Los cuerpos de los ejecutados tras los juicios de Nurenberg fueron incinerados y las cenizas esparcidas en el r¨ªo Issar. Las de Eichmann los jud¨ªos las arrojaron al mar. El cuerpo de Rudolf Hess fue devuelto a la familia pero con la condici¨®n de enterrarlo en secreto. El caso de Hitler, como todo ¨¦l, es especial. Los rusos sepultaron, despu¨¦s de enterrarlos y exhumarlos el SMERSH varias veces por la paranoia de Stalin, sus restos carbonizados junto a los de Eva Braun y Goebbels y su mujer (los dos ¨²ltimos solo algo braseados) en un lugar cuya localizaci¨®n se mantuvo oculta y tras conservar algunas cosillas.
En 1970 el KGB hizo desaparecer definitivamente todos los restos -que se sepa- quem¨¢ndolos y arrojando las cenizas al Elba. Hay que tener cuidado, no obstante, con el impulso inicial de maltratar el cad¨¢ver del enemigo y deshacerte de ¨¦l: luego te encuentras con las dudas sobre su identificaci¨®n (aunque la fotograf¨ªa ha ayudado mucho) y sin trofeo. Si humillas, adem¨¢s, aumentas el deseo de venganza. Exhibir la presa es fundamental para que se sepa que la has cobrado (y aleccionado). Recu¨¦rdense las im¨¢genes del Mono Jojoy de las FARC el a?o pasado (y que a Tiro Fijo se le dio por muerto en varias ocasiones). En el pasado, se sol¨ªa llegar a una soluci¨®n de compromiso: te ensa?abas con el cuerpo, al que le pod¨ªas hacer mil piller¨ªas, y conservabas la cabeza, como testimonio y ejemplo. Fue lo que hicieron en el siglo IX los ¨¢rabes de Ibn Rustum tras ejecutar a los vikingos que hab¨ªan asaltado Sevilla: las cabezas de los jefes fueron enviadas a Bagdad preservadas en miel.
Otro l¨ªder c¨¦lebre, enemigo de EE UU, por cierto, del que se conserv¨® villanamente la cabeza, que se exhibi¨® en ferias disecada -fue devuelta a la familia en 1984-, es el Jefe Jos¨¦ (Kintpuash), el valeroso caudillo de los indios Modoc, ahorcado en 1873 despu¨¦s de perder su tribu la guerra contra los cuchillos largos. Siempre se ha intentado evitar que los restos del l¨ªder caigan en manos del enemigo. No solo por honor: luego siempre puedes decir que ha sobrevivido y un d¨ªa volver¨¢ (hay que ver la que se mont¨® con ese resistente jud¨ªo llamado Jesucristo); resulta imposible vencer a una sombra. Es legendaria -y la narr¨® el reci¨¦n desaparecido Ernesto S¨¢bato- la cabalgada de varios d¨ªas de los hombres del general Lavalle, de Jujuy a Huacalera, con el cuerpo putrefacto del jefe para evitar que se hicieran con ¨¦l las tropas del general Oribe: al final los fieles soldados decidieron descarnar al amado mando y transportar solo los huesos...
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