Epicentro
Son los hijos y nietos de los antiguos damnificados, sobrevivientes y testigos del 85, los que han demostrado la mejor humanidad entra?able
Dicen que las alarmas s¨ªsmicas no llegan a sonar cuando el epicentro de los terremotos es demasiado cercano al coraz¨®n de la Ciudad de M¨¦xico. Tambi¨¦n fallan por azar y anuncian temblores inexistentes. Todo eso que suena a met¨¢fora o invento se aplica una vez m¨¢s a la vida de M¨¦xico: la reverberaci¨®n oscilatoria o trepidante de sus desgracias y de la destrucci¨®n es inversamente proporcional al alud multitudinario de la solidaridad instant¨¢nea y s¨ª, de lejos se siente demasiado cerca toda la emoci¨®n y el dolor, las miles de manos que se entrelazan hasta el d¨ªa de hoy para llevar en cadena agua potable en medio de un aguacero, mismas manos que a los pocos minutos del terremoto empezaron a remover piedra por piedra los escombros que esconden vidas¡ y muertos.
Treinta y dos a?os despu¨¦s, una semana despu¨¦s y segundos inmediatamente despu¨¦s de otro 19 de septiembre la noticia vol¨® de casa en casa, de calle en calle y de un mundo a los otros: en 1985 depend¨ªamos de lo que se dec¨ªa de boca en boca, fr¨¢giles l¨ªneas invisibles de radioaficionados y una nueva generaci¨®n de mexicanos tomaron las calles conjugando quiz¨¢ por primera vez la palabra solidaridad y el t¨¦rmino sociedad civil; hoy, son hijos y nietos de los antiguos damnificados, sobrevivientes y testigos del 85, los que han demostrado la mejor humanidad entra?able, el cansancio desinteresado y un callado idioma que se habla con las manos con el pu?o cerrado para los silencios o acaso un verso callado.
Por encima de la confusi¨®n y la desinformaci¨®n, las querellas de los nervios y los inventos de la ilusi¨®n, la esperanza est¨¢ en los hechos; por encima de las distancias de anta?o, el mundo que ayuda est¨¢ incluso m¨¢s cerca de lo que registran los sism¨®grafos: hoy en japon¨¦s, hebreo y alem¨¢n hay hombres y perros que clonan la escena de hace tres d¨¦cadas donde soldados norteamericanos hac¨ªan fila junto con soldados sovi¨¦ticos y en medio un contingente de cubanos para intentar aliviar la desesperada adrenalina con la que se sumaban m¨¢s y m¨¢s edificios derrumbados y habitantes aplastados.
Hoy que todo tel¨¦fono se vuelve periscopio en tiempo real de todo lo que le queda a la vista, no pasaron muchos minutos antes de que se esparciera por todo el mundo la imagen de la Ciudad de M¨¦xico moteada por polvaredas y explosiones aleatorias de gas. Desde la torre de qui¨¦n sabe d¨®nde, sobre la calle de qui¨¦n sabe qui¨¦n en la esquina de no me acuerdo llov¨ªan videos y fotograf¨ªas que contagiaban el miedo y, poco a poco, el encomiable ejemplo de la ayuda como marea: los centros de acopio rebosantes de hormigas en fila, las calles codo con codo, la coordinaci¨®n en medio del caos¡ y tambi¨¦n, las falsas noticias, las ganas de un protagonismo innecesario y la espuma infaltable de la delincuencia.
Los d¨ªas se prolongan ahora con una lentitud de eternidad y los recuerdos de remotos terremotos se agolpan al instante; los aldeanos globales comparten im¨¢genes, peticiones, quejas y avisos con una velocidad que rebasa las prisas de cualquier reportero y los cronistas han intentado redactar con mesura y precisi¨®n a contrapelo del mero informador que s¨®lo repite sonsonetes, incluso falsos. Con todo, son las ganas de contar lo que se ve y lo que se siente a pocos metros de donde una fila de insomnes logra sacar de entre las ruinas a una anciana con vida o el silencio que impone cualesquiera de los heroicos perros que parecen mirar a trav¨¦s del cemento con el poder de su olfato.
Hablo de arc¨¢ngeles que suman horas en cada cubeta de escombros con la que van aligerando la inmensa l¨¢pida de los edificios derrumbados, las miles de manos morenas y blancas que se entrelazan sin distinci¨®n en el acomodo de todo el alivio que llega a los centros de acopio. Hablo de las escuelas que se salvaron quiz¨¢ por el simulacro que acababan de realizar apenas unas horas antes de la sacudida como conmemoraci¨®n del otro sismo y de todos los temblores; hablo tambi¨¦n del abuso descarado y la criminal desfachatez de quienes autorizaron y quienes construyeron tanto edificio endeble, ahorr¨¢ndose vigas y soportes como abono para el abuso y la usura; hablo de las bandas innombrables de rateros que han asaltado coches en fila y los se han modernizado con la invenci¨®n de falsas p¨¢ginas en el ciberespacio para la extorsi¨®n y los que se disfrazan de peritos para poder robar lo que les queda a mano en casas incautas donde supuestamente entran a revisar los techos.
Hablo de los Estados de Puebla, Chiapas y Oaxaca y todos los lugares lejanos del epicentro o con sus propios epicentros de dolor y destrucci¨®n, lejos de la Ciudad de M¨¦xico que a menudo se confunde con pa¨ªs y hablo de la muy honrosa mayor¨ªa por encima de los pol¨ªticos; la polis trae tapabocas, los politicastros no paran de hablar; la polis se empolva bajo la lluvia, los politicastros se maquillan para pasear entre escombros ya barridos; la polis no descansa, no se cansa¡ nunca olvida.
Los periodistas de veras mueren en M¨¦xico o por lo menos, les va la vida misma en el intento. Hablo de los que han salido a narrar las historias que luego se suben a las p¨¢ginas con comillas y no las meras inferencias o repeticiones de escenas inverificables. Los que han traducido en p¨¢rrafos las respectivas liturgias de los topos centroamericanos, el cuerno de chivo que no es rifle de un contingente israel¨ª que abre con ello las puertas del cielo, la estatura de los alemanes y las oraciones de alba?iles mexicanos que llevan d¨ªas con la piel encalada incluso bajo la lluvia, los hipsters y millennials que por hoy dejaron de lado sus telefonitos, las miles de mujeres en casas y hombres en la calle que procuran no estorbar o entregar algo que sirva de algo, ese algo para alguien que sustenta la cr¨®nica heterodoxa de los millones de mexicanos que no pueden poner en palabras el recurrente apocalipsis, el hartazgo acumulado sacudido de pronto por la impredecible trama de la naturaleza. Aqu¨ª mismo los nombres y apellidos de quienes han desaparecido y por all¨¢ la ruta abierta de las ambulancias que llevan con prisa a los reci¨¦n rescatados; el error com¨²n e inocente de llamar rescatados a los cad¨¢veres, las ganas de aplaudir en cuanto se vive un milagro, las ganas de cantar para que se oigan los sepultados que all¨¢ arriba, all¨¢ afuera, hay voces que van limpiando todo el naufragio que los sepult¨®. El azar de las magnitudes, la duraci¨®n de los movimientos, la reverberaci¨®n de las secuelas, el azar en el que vivimos.
Las r¨¦plicas de un sismo en realidad no cesan y se convierten luego en reclamo social y en motivos reales para un cambio. De todo esto, como si volara un ¨¢ngel de oro, se ha de levantar M¨¦xico entero: muy probablemente, con una reconstrucci¨®n ejemplar de gran participaci¨®n ciudadana y de una coherencia polifac¨¦tica que ning¨²n partido pol¨ªtico ni mucho menos pol¨ªtico con corbata o aspiraciones necias podr¨¢ desvirtuar o desviar. La cr¨®nica de lejos va hilando hora por hora la admirable solidaridad del pueblo de M¨¦xico y el incansable af¨¢n por pelearle a la muerte cada una de sus guada?as; incluso el invento de la mentira abreva de la esperanza intangible y la ni?a invisible que hasta nombre ten¨ªa no fue m¨¢s que una m¨¢s de las inverificables huellas de lo inveros¨ªmil, mas no imposible. Algo que conoce bien la saliva de M¨¦xico.
Lo sabemos todos: lo que importa es que las m¨¢quinas pesadas no ara?en escombros hasta que no quede indicio probable de vida sumergida; lo que importa es que la ayuda y las donaciones no se limiten a la presente quincena de nuestro inter¨¦s sin distracciones y que los heridos, damnificados y desplazados encuentren r¨¢pida y efectiva resurrecci¨®n; lo importante es abrazar a los deudos y agradecer a las legiones de rescatistas, enfermeros, m¨¦dicos y param¨¦dicos; lo importante son los peritos profesionales que han de verificar si miles de edificios y casas son o no habitables a¨²n¡ lo importante es que los c¨ªrculos conc¨¦ntricos de un sismo son tambi¨¦n met¨¢fora card¨ªaca: si en esta cr¨®nica no suena la alarma ser¨¢ porque todo esto est¨¢ tan cerca del coraz¨®n.
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