El mito de al-Andalus
Rechazar los falsos paralelismos hist¨®ricos es necesario para valorar el legado ¨¢rabe
Sobre al-Andalus
Ocurre cada cierto tiempo. Por un motivo u otro, no es raro que al-Andalus se convierta en noticia que proporciona buenos titulares en prensa. A veces son portavoces de organizaciones islamistas como Al Qaeda o el ISIS quienes manifiestan que sus ataques terroristas en Espa?a recuperar¨¢n un al-Andalus perdido que consideran propio; a veces son publicistas o pol¨ªticos conservadores quienes proclaman que, al igual que en la Edad Media, debemos reaccionar frente a esas pretensiones para defender nuestras ra¨ªces occidentales y europeas; y a veces alg¨²n tertuliano metido a arabista (o viceversa) se empe?a en demostrar que el terrorismo islamista es producto de una cultura que siempre ha sido violenta y excluyente. En esta confusi¨®n tampoco faltan quienes, armados de buenas intenciones, reivindican la sociedad andalus¨ª como un modelo de convivencia de las tres religiones monote¨ªstas, en donde proliferaban arte, literatura y ciencia con una brillantez pocas veces vista en la historia. La guinda la ponen algunos personajes deseosos de hacerse con la vitola de alternativos y antisistema, a quienes les ha dado por resucitar las ideas de un falangista. Ignacio Olag¨¹e public¨® en los a?os setenta un infumable libro en el que afirmaba ¡ªsin m¨¢s pruebas que sus propias disquisiciones¡ª que los ¨¢rabes nunca conquistaron la pen¨ªnsula Ib¨¦rica, y que al-Andalus fue el producto de una aculturaci¨®n, que preserv¨® las esencias hispanas bajo una superficial corteza ¨¢rabe e isl¨¢mica.
A pesar de ser tan antag¨®nicas, estas interpretaciones tienen algo en com¨²n: todas buscan en el pasado andalus¨ª reflejos y paralelos hist¨®ricos de situaciones presentes. La barbarie islamista lleva tiempo reivindicando al-Andalus como parte de un programa que intenta recuperar principios y formas de gobierno supuestamente dominantes entre los siglos VII y X, y que se presentan como soluci¨®n a los retos que afrontan los musulmanes actuales. A pesar del inconcebible dolor que esta barbarie provoca y, probablemente, seguir¨¢ provocando, su previsible fracaso en el largo plazo vendr¨¢ motivado, entre otras causas, por el rechazo de una gran mayor¨ªa de musulmanes ¡ª?algo de lo que hay pruebas m¨¢s que suficientes¡ª y por su err¨®neo empe?o en negar la riqueza que alberga una religi¨®n como el islam, que est¨¢ lejos de haber sido tan monol¨ªtica y exclusivista como pretenden tanto los ide¨®logos de la nueva barbarie como tambi¨¦n, curiosamente, sus cr¨ªticos m¨¢s acerbos.
La renuncia a buscar falsos paralelismos hist¨®ricos tambi¨¦n deber¨ªa incluir a los irresponsables pol¨ªticos e intelectuales que llaman a reactivar el esp¨ªritu de aquella reconquista cristiana, que en ¨¦poca medieval busc¨® eliminar f¨ªsica y culturalmente cualquier traza del islam en las sociedades peninsulares. No est¨¢ de m¨¢s recordarles a estos nuevos pelayos y covadongas que los ciudadanos que profesan la religi¨®n musulmana en nuestro pa¨ªs ostentan los mismos derechos y deberes que el resto, y que bajo ning¨²n concepto una democracia avanzada puede hacer suyos programas ideol¨®gicos dise?ados en los enardecidos ambientes clericales de la Edad Media. La misma objeci¨®n cabe hacer a los argumentos buenistas que quieren hacer de la C¨®rdoba califal del siglo X una arcadia de tolerancia: puestos a ello, habr¨ªa que recordar el estatuto subsidiario que ostentaban jud¨ªos y cristianos, o la existencia de esclavos en esa sociedad, por no hablar de la situaci¨®n de las mujeres, por lo general excluidas del ¨¢mbito p¨²blico. Buscar en una sociedad medieval modelos pol¨ªticos y sociales o identidades culturales para la modernidad es un sinsentido reaccionario, venga de donde venga.
?Por qu¨¦ al-Andalus?
Despojado de las adherencias del presente, al-Andalus es un periodo hist¨®rico que nuestras sociedades, crecientemente multiculturales, deber¨ªan recuperar con la misma pasi¨®n que consagran a la herencia de la Grecia o la Roma cl¨¢sicas. Uno de nuestros grandes arabistas, Pedro Mart¨ªnez Mont¨¢vez, habla de su disciplina como de un Humanismo del siglo XXI, en el que, del mismo modo que el Renacimiento recuper¨® el legado de la Antig¨¹edad, el estudio de la cultura ¨¢rabe permite entender e integrar aportes distintos a los que tradicionalmente han configurado el canon occidental. Hacerlo as¨ª lo enriquece con una mirada que, si bien en otras ¨¦pocas pudo resultar ex¨®tica, hoy d¨ªa configura el bagaje intelectual de gentes que pueden ser nuestros vecinos, socios o amigos en un mundo cada vez m¨¢s interconectado.
Y es ah¨ª, precisamente, donde el conocimiento de al-Andalus cobra sentido. Su formidable legado es una ventana que durante demasiado tiempo hemos empapelado de t¨®picos, pero que raramente hemos utilizado para asomarnos a una historia y a una cultura cuyo enorme peso e influencia no pueden despacharse con el argumento de que corresponden a un esplendor perdido. Quiz¨¢ ha llegado el momento de que, por ejemplo, junto al Poema de Mio Cid o el Lazarillo de Tormes, las clases de literatura en los colegios incorporen a autores andalus¨ªes, como el cordob¨¦s Ibn Hazm, muerto en 1064, y cuyo tratado sobre el amor, titulado El collar de la paloma, ha sido objeto de una nueva y espl¨¦ndida traducci¨®n por Jaime S¨¢nchez Ratia. Lo mismo cabe decir de grandes poetas como Ibn Zayd¨²n y de su amante y despechada enemiga Wallada, muerta en 1094 (por Dios, estoy hecha para la gloria / y avanzo, orgullosa, por mi camino), o de ese formidable legado de la cuent¨ªstica oriental que, bajo el t¨ªtulo de Las mil y una noches, podemos conocer de primera mano gracias a traducciones recientes, como la de Salvador Pe?a, que descartan adaptaciones alejadas del original.
Mezquitas con rasgos monumentales como la de C¨®rdoba, pero tambi¨¦n reconocibles en humildes construcciones aparecidas en excavaciones arqueol¨®gicas, deber¨ªan permitir a cualquiera distinguir lo que es el muro de la quibla, saber para qu¨¦ sirve un mihrab o conocer c¨®mo se ordenan los rezos cotidianos en esos templos. Tampoco es necesario que ning¨²n iluminado venga a dar lecciones sobre el califato, pues se trata de una instituci¨®n a la que, excepto en momentos muy concretos, las gentes de al-Andalus no concedieron demasiada importancia, limit¨¢ndose a un reconocimiento formal que tampoco les obligaba a mucho.
Estos y otros ejemplos, que tambi¨¦n podr¨ªan citarse, muestran c¨®mo la historia de al-Andalus aporta un conocimiento necesario para forjar una visi¨®n cr¨ªtica del pasado y de nosotros mismos, as¨ª como para desenmascarar a tantos farsantes que, envueltos en diversas banderas, intentan presentarse como los guardianes de la memoria de turno.
?Qu¨¦ fue al-Andalus?
Al-Andalus fue una sociedad ¨¢rabe e isl¨¢mica, cuyo origen se encuentra en la conquista del reino visigodo que orden¨® el califato de Damasco en el a?o 711. Varias decenas de miles de soldados ¨¢rabes y bereberes se establecieron por toda la Pen¨ªnsula y comenzaron a relacionarse con los ind¨ªgenas, tal y como hab¨ªa ocurrido en otras latitudes. Se conservan cientos de monedas de oro, plata y cobre acu?adas en ese momento, as¨ª como precintos de plomo, tambi¨¦n con inscripciones ¨¢rabes, que autentificaban la correspondencia y env¨ªos de los primeros gobernadores. Tumbas aparecidas en la plaza del Castillo en Pamplona o en el teatro romano de Nimes, en el sur de Francia, permiten no s¨®lo comprobar la extensi¨®n de la conquista, sino tambi¨¦n identificar a los conquistadores o a sus inmediatos descendientes, pues contienen individuos inhumados siguiendo el rito isl¨¢mico, fechados en pleno siglo VIII, y cuyos an¨¢lisis de ADN certifican su procedencia ?norteafricana.
A medida que los conquistadores se asentaron definitivamente, se pusieron en marcha procesos de arabizaci¨®n e islamizaci¨®n. De forma paulatina pero masiva, buena parte de la poblaci¨®n ind¨ªgena se convirti¨® al islam, como atestiguan, por ejemplo, las sucesivas ampliaciones de la Mezquita de C¨®rdoba entre los siglos VIII y X, destinadas a acoger al creciente n¨²mero de creyentes. Aunque a veces estos conversos ten¨ªan que aguantar las impertinencias de los ¨¢rabes de pura cepa que se burlaban, por ejemplo, de que hablaban su lengua como si fueran gentes de Oviedo, la arabizaci¨®n avanz¨® a un ritmo imparable. En pleno siglo IX ya no hab¨ªa nadie en M¨¦rida que fuera capaz de entender lo que dec¨ªan las inscripciones latinas que todav¨ªa abundaban entre las ruinas de la antigua ciudad romana.
No todos los ind¨ªgenas, sin embargo, se convirtieron. Hubo quienes continuaron siendo cristianos, aunque adoptaron una lengua ¨¢rabe r¨¢pidamente transformada no s¨®lo en el idioma administrativo, sino tambi¨¦n en el de la cultura. En pleno siglo IX, ?lvaro de C¨®rdoba se quejaba de que sus j¨®venes correligionarios cristianos, ¡°enaltecidos por su dominio del ¨¢rabe¡±, le¨ªan con m¨¢s inter¨¦s los libros en esa lengua que los escritos en lat¨ªn. Cien a?os despu¨¦s, el poeta jud¨ªo Dunash ben Labrat aconsejaba a un amigo mezclar su religi¨®n con la extraordinaria cultura en esa lengua: ¡°Sea tu jard¨ªn los libros de los piadosos, tu para¨ªso los escritos de los ¨¢rabes¡±.
Los muchos saberes que florecieron en este al-Andalus arabizado e islamizado fueron resultado de largas cadenas de conocimiento, nutridas de estrechos contactos con los principales centros intelectuales del islam. Un ambicioso proyecto de investigaci¨®n desarrollado en la Escuela de Estudios ?rabes de Granada ha identificado a m¨¢s de 12.000 ulemas, esto es, sabios que destacaron en cualquier disciplina cient¨ªfica, religiosa o literaria a lo largo de los ocho siglos de existencia de al-Andalus. Todos ellos construyeron un gigantesco mosaico intelectual en el que maestros formaban a disc¨ªpulos que a su vez se convert¨ªan en maestros de otros disc¨ªpulos, transmitiendo obras de la tradici¨®n musulmana y de la cultura ¨¢rabe, o componiendo otras originales. Muchos de estos ulemas emprend¨ªan largos viajes hacia lugares como Qayraw¨¢n, Alejandr¨ªa, Damasco, Bagdad, La Meca o Medina ¡°en b¨²squeda de conocimiento¡± que despu¨¦s diseminaban en ciudades andalus¨ªes como C¨®rdoba, Sevilla, Almer¨ªa, Toledo, Zaragoza, Tudela o Huesca. Fue un sistema que no solo funcion¨® en la ¨¦poca del esplendor de los Omeyas de C¨®rdoba. Tambi¨¦n existi¨® tanto en ¨¦poca de los reinos de taifas ¡ªcuya decadencia pol¨ªtica no debe ocultar que protagonizaron uno de los momentos sociales y culturales m¨¢s brillantes de la Edad Media¡ª como bajo el dominio de almor¨¢vides y almohades, que no fueron movimientos fan¨¢ticos, como pretende el t¨®pico, sino serios intentos de reforma pol¨ªtica y social, alumbrados por innovadoras interpretaciones religiosas.
Contrariamente a lo que indica otro manoseado lugar com¨²n, en al-Andalus nunca se concibi¨® el mestizaje como ideolog¨ªa dominante. Ninguna de las tres religiones monote¨ªstas all¨ª practicadas alter¨® sus dogmas oficiales por la presencia del resto, y todav¨ªa menos en el caso del islam, debido a su dominio social y pol¨ªtico. Los alfaqu¨ªes andalus¨ªes condenaban que los musulmanes celebraran junto a los cristianos la fiesta de Navidad asistiendo a sus banquetes e intercambiando regalos, por considerarlo como una peligrosa innovaci¨®n. Algunos llegaban a prohibir que se compraran sandalias hechas por cristianos, o que se realizaran las abluciones con agua tocada por ellos, pues pod¨ªan transmitir impureza ritual. Naturalmente, estas prescripciones eran m¨¢s o menos observadas dependiendo del lugar y del momento, pero sirven para mostrar que, por principio, la ortodoxia musulmana era reacia a admitir contaminaciones en su dogma.
Lo que s¨ª se gest¨® en al-Andalus fue la confluencia de culturas con tradiciones muy diferentes. En parte, ello se debi¨® al roce entre gentes que deso¨ªan las prohibiciones de los cl¨¦rigos de una u otra fe. ¡°Yo he besado a mi amado delante de un sacerdote y he bebido copas de vino santificado por ¨¦l¡±, proclamaba con desafiante insolencia el poeta al-Ramadi (muerto en 1012). Los efectos de ese roce se extendieron a muchos ¨¢mbitos, como, por ejemplo, el de las lenguas: ¡°Ke fareyo o ke serad de mibe, habibi, non te tolgas de mibe¡± (?Qu¨¦ puedo hacer o qu¨¦ ser¨¢ de m¨ª? Mi amado, no te quites de mi lado), dice el verso de una jarcha estudiada por Federico Corriente, quien ha reconstruido los pr¨¦stamos romances en el dialecto ¨¢rabe andalus¨ª. En campos como el de las ciencias, la multiculturalidad andalus¨ª permiti¨® la recepci¨®n y traducci¨®n de obras cient¨ªficas de procedencias muy diversas.
Si hoy empezamos a conocer bien estos procesos es gracias a la excepcional investigaci¨®n realizada en nuestro pa¨ªs en las ¨²ltimas d¨¦cadas, que ha permitido que al-Andalus presente unos contornos hist¨®ricos cada vez m¨¢s precisos y definidos. No hay mejor ant¨ªdoto para desterrar t¨®picos, simplezas, tergiversaciones o im¨¢genes m¨ªticas interesadas. Y ya va siendo hora de que pol¨ªticos, intelectuales, medios de comunicaci¨®n y la sociedad se percaten de ello.
Eduardo Manzano Moreno, profesor de investigaci¨®n del Instituto de Historia del CSIC, es autor de ¡®Conquistadores, emires y califas. Los Omeyas y la formaci¨®n de al-Andalus¡¯ (Cr¨ªtica). Prepara un libro sobre el califato de al-Hakam II.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.