¡°No haberles aceptado un trago fue mi condena de muerte¡±
A Sandra Gonz¨¢lez la violaron tres paramilitares. Durante a?os estuvo en silencio. Hoy lidera procesos con mujeres que, como ella, fueron abusadas por hombres que ten¨ªan el poder en las armas
Tuvo que tragarse el dolor, disimular el sufrimiento, obligarse a estar viva as¨ª se sintiera muerta por dentro. A Sandra Gonz¨¢lez la violaron tres hombres cuando ten¨ªa 22 a?os, pero solo 12 a?os despu¨¦s fue capaz de contar su historia. Por mucho tiempo crey¨® que lo que le hab¨ªa pasado se lo merec¨ªa. Sandra era trabajadora sexual cuando fue abusada. Madre cabeza de familia, sin estudios, en una Colombia en guerra eran pocas opciones, aparte de esa, las que ten¨ªa para conseguir dinero y enviarle a su familia. ¡°Cre¨ªa que me iban a juzgar y no quer¨ªa que mis hijos supieran a lo que se dedicaba su mam¨¢¡±.
Su caso es uno de los documentados en La guerra inscrita en el cuerpo, el primer informe sobre violencia sexual en el conflicto, publicado por el Centro Nacional de Memoria Hist¨®rica. Sandra fue v¨ªctima de Los Macetos, un grupo armado que, desde los a?os ochenta hasta la desmovilizaci¨®n de los paramilitares a finales de los 2000, ejerci¨® control sobre tierras, negocios y la voluntad de las mujeres. ¡°Las trabajadoras sexuales son generalmente los primeros cuerpos regulados y apropiados por los actores armados cuando establecen dominio en los territorios¡±, dice la investigaci¨®n.
Sandra, sentada en un caf¨¦ del centro de Bogot¨¢, lo trata de explicar con sus propias palabras. ¡°Todas les ten¨ªan miedo. Me hab¨ªan hablado de ellos, siempre llegaban armados y hab¨ªa que hacer lo que dijeran. Si descubr¨ªan que alguna era viciosa (fumaba marihuana) la amenazaban con matarla, a las que eran lesbianas las torturaban¡±. Lo que no le hab¨ªan dicho era que negarse a beber licor con ellos tambi¨¦n ten¨ªa castigo, seg¨²n sus macabras reglas. ¡°Una ma?ana llegaron en un grupo como de 23 hombres, yo me asust¨¦, ten¨ªa la menstruaci¨®n y les dije que no pod¨ªa trabajar ese d¨ªa, pero me obligaron a salir del cuarto, afuera las sillas estaban acomodadas en fila alrededor de una mesa rodeada de armas largas. Uno de los hombres me ofreci¨® beber con ellos y yo me negu¨¦, haberles rechazado un trago fue mi condena de muerte¡±.
Sandra regres¨® a su habitaci¨®n y uno de los hombres fue detr¨¢s de ella, despu¨¦s llegaron otros dos. Estaban enfurecidos. ¡°Usted es una perra, ?qu¨¦ se cree?¡±, le dijeron, ¡°tiene que obedecer o es que no sabe qui¨¦nes somos nosotros¡±,mientras la desvest¨ªan a la fuerza, la insultaban, la golpeaban. ¡°La rabia se les ve¨ªa en la cara. Me acuerdo mucho del que dio la orden de violarme, ten¨ªa los ojos azules y muy irritados, casi rojos¡±. Esa mirada la persigui¨® durante a?os, se apareci¨® en pesadillas, en caminos solitarios, al despertar. Las palabras tambi¨¦n martillaron su alma, la hicieron sentir culpable y la obligaron a quedarse callada. Despu¨¦s de la agresi¨®n dej¨® Paz de Ariporo, el pueblo del llano al que hab¨ªa llegado dos meses atr¨¢s.
¡°La violencia sexual es quiz¨¢s la m¨¢s olvidada y silenciada entre los repertorios de violencia empleados por los actores armados. Ninguno admite con franqueza haber violado, acosado o prostituido forzadamente a una v¨ªctima. Es mucho m¨¢s f¨¢cil confesar el despojo, el desplazamiento forzado e incluso el asesinato, pero sobre la violencia sexual impera un profundo sentido moral que la convierte en un crimen horrendo¡±, dice el informe del Centro Nacional de Memoria Hist¨®rica. Seg¨²n el registro ¨²nico de v¨ªctimas hasta septiembre de 2017 se hab¨ªan reportado 23.998 casos de abusos sexuales en el marco del conflicto. A los paramilitares se les se?ala como los principales responsables, despu¨¦s est¨¢n los guerrilleros y agentes del Estado.
El poco valor que los paramilitares otorgaron a la vida de las prostitutas, sin que nadie hiciera algo para frenarlos, propici¨® que no solo ejercieran violencia f¨ªsica y sexual sobre ellas, sino que tambi¨¦n las asesinaran. ¡°Yo escuch¨¦ una vez que se llevaron a una y se la comieron (la violaron) como 20 manes (hombres), despu¨¦s de hab¨¦rsela comido, la mataron y la desaparecieron¡±, atestigu¨® un desmovilizado de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), el temible grupo armado de extrema derecha que desplaz¨® y masacr¨® a campesinos y asesin¨® y mat¨® en vida a tantas de mujeres.
Especial sobre violencia machista
¡°Yo quer¨ªa que me mataran, que usaran esas armas que ten¨ªan y acabaran con todo. Me dejaron tirada en el piso, sangrando, con un dolor infinito. Sent¨ªa culpa, miedo, verg¨¹enza, no quer¨ªa que en mi casa supieran que yo era una puta. Sent¨ªa que esos hombres me hab¨ªan matado en vida, una violaci¨®n es eso¡±, dice Sandra, es la tercera vez que llora desde que se sent¨® a contar su historia. En su mano derecha una cicatriz le sigue recordando lo que vivi¨® esa ma?ana. ¡°Me quer¨ªan cortar la cara, pero puse el brazo y ah¨ª qued¨® una marca para siempre¡±. La agresi¨®n la dej¨® sin la huella del ¨ªndice derecho y con una vida destruida que apenas recuper¨® en el a?o 2006 cuando lleg¨® a Bogot¨¢ como desplazada del Huila, en donde se refugi¨® despu¨¦s de la agresi¨®n sexual.
¡°Ac¨¢ empec¨¦ a saber de derechos, me reun¨ªa con otras mujeres y las escuchaba contar sus historias, tan parecidas a las m¨ªas. Yo tambi¨¦n hab¨ªa sido una v¨ªctima¡±. Sandra recuerda a Francisca Mosquera, una mujer del Choc¨® que tambi¨¦n fue violentada en el marco del conflicto. ¡°La ¨²nica diferencia era que yo hab¨ªa sido una trabajadora sexual y ella no, pero ¨¦ramos mujeres, vulneradas, abusadas¡±. La Corporaci¨®n Sisma Mujer la escuch¨® por primera vez, incluso antes que su familia, y tom¨® su caso para llevarlo a la justicia. ¡°Me cost¨® mucho contarlo, pero cuando lo hice empec¨¦ a sanarme. Despu¨¦s lo supieron mis hijos, mi compa?ero¡±. Denunci¨® ante las autoridades, pero como suele pasar en Colombia la revictimizaron. ¡°?C¨®mo la pudieron violar tres hombres? No entiendo¡±, le dijo una de las fiscales que escuch¨® su testimonio. ¡°Si los quiere denunciar nos tienen que decir c¨®mo se llamaban¡±, le exig¨ªa otro funcionario. Ella solo se acordaba de sus caras y con eso logr¨® que las autoridades hicieran un retrato hablado, pero hasta ahora no ha habido avances. Sigue esperando justicia.?
¡°La violencia sexual contra de las trabajadoras sexuales en el conflicto se sustent¨® en imaginarios religiosos y discursos morales de desprecio y estigmatizaci¨®n colectiva, las convirti¨® en objeto de violencia de los actores armados¡±, se?ala la investigaci¨®n La guerra inscrita en el cuerpo.?Sandra cuenta su historia para animar a otras a que no se queden calladas. Su relato se entrecorta con el llanto, pero tambi¨¦n con una que otra sonrisa. Ha podido dejar de sentirse culpable y v¨ªctima para ser una sobreviviente que se niega a excluir de su testimonio su pasado como prostituta. ¡°Nada justifica una violaci¨®n, ning¨²n tipo de trabajo, ninguna condici¨®n social. Las mujeres no somos culpables de las agresiones sexuales. Eso hay que decirlo y repetirlo¡±. Y ella lo hace con la cara en alto.
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