Una carta rodeada de pol¨¦mica
El papa Francisco no parece capaz de implantar la "tolerancia cero¡± frente a los abusos sexuales
La mejor contestaci¨®n a la carta abierta en la que Francisco se declara una vez m¨¢s (y van¡) dolido, avergonzado, arrepentido y sorprendido por la horrible avalancha de abusos sexuales a menores por eclesi¨¢sticos de toda graduaci¨®n y condici¨®n, incluidos algunos cardenales y muchos obispos, la dio este domingo el arzobispo de Dubl¨ªn y primado de Irlanda, Diarmuid Martin. ¡°No basta con pedir perd¨®n¡±, dijo en un mensaje dirigido el Papa argentino, que este pr¨®ximo fin de semana acude a ese pa¨ªs a clausurar, en supuesto loor de multitudes, el Encuentro Mundial de las Familias. Como dice una novela famosa, ¡°amar es no tener que pedir perd¨®n¡±. Y sobre todo: No hay perd¨®n posible sin antes demostrar que hay prop¨®sito de enmienda y, en este grave asunto, capacidad para atajar tan horrible lacra.
Este es el problema, ahora. Francisco no parece capaz de implantar la cacareada ¡°tolerancia cero¡±. Es toda la cadena de mando del Vaticano la que falla con estr¨¦pito. Se apela en la carta a la ¡°comunidad cristiana¡±, como si el Papa quisiera repartir responsabilidades. Es injusto. La comunidad eclesial es tambi¨¦n la v¨ªctima: cientos de millones de cat¨®licos sufren con esc¨¢ndalo lo que est¨¢n sabiendo y saben que los abusados pueden ser sus hijos e hijas. Son, adem¨¢s, la cara que salva a una Iglesia que por arriba no merece respeto con much¨ªsima frecuencia: las iglesias populares, C¨¢ritas o Manos Unidas, monjas y frailes que atienden a los pobres, las cocinas econ¨®micas y todo un ej¨¦rcito de caridad que lava a diario la cara de unas jerarqu¨ªas que, pont¨ªfice incluido, acostumbran a vivir, sin reparo alguno, entre boatos y parafernalias costos¨ªsimas.
Escribe el Papa: "Con verg¨¹enza y arrepentimiento, como comunidad eclesial, asumimos que no supimos estar donde ten¨ªamos que estar". No usa el plural mayest¨¢tico del pontificado. Pluraliza. Reparte la culpa. Y el colmo: Afirma que no supo ¡°reconocer a tiempo la gravedad del da?o que se causaba¡±. Vaya por Dios. Lo dice quien se cree Vicario de Dios y, como tal, manda en la Iglesia romana con todos los poderes y todos los medios, tambi¨¦n econ¨®micos. Us¨¢ndolos, Francisco ha incendiado un problema que viene de lejos, pero que agrav¨® despu¨¦s de su inadmisible comportamiento durante el reciente viaje a Chile, cuando ret¨® con ins¨®lita impertinencia a las v¨ªctimas de abusos a presentar pruebas, o a dejar de acusar sin fundamento. Despu¨¦s se supo que esas pruebas llevaban a?os en el despacho papal y le eran conocidas.
La opini¨®n p¨²blica se ha conmovido estos d¨ªas con el informe sobre los incontables abusos confirmados en las di¨®cesis de Pensilvania. El caso de Chile es a¨²n m¨¢s delicado para Roma. No cabe descartar que el mism¨ªsimo Francisco sea citado por los tribunales de ese pa¨ªs a declarar como encubridor o complicidad en horrendos cr¨ªmenes. Como paso previo, el fiscal Ra¨²l Guzm¨¢n ha registrado varias sedes de la Iglesia, incluida la de la Conferencia Episcopal Chilena, por cierto, con sorprendente resistencia de las autoridades eclesi¨¢sticas, quejosas de que la fiscal¨ªa no hubiese solicitado permiso al Papa para investigarles. No escarmientan.
Tras el quemadero de pont¨ªfices que es la pederastia, ?deber¨ªa dimitir el Papa, como piden algunos medios cat¨®licos muy cr¨ªticos en Estados Unidos, Chile, Austria, Alemania e, incluso, en Espa?a? ?Debe empezar por cancelar su viaje a Irlanda, donde pensaba reunirse con algunas v¨ªctimas? La pregunta, como dir¨ªa Bob Dylan, est¨¢ en el viento. Octogenario pero con buena salud, se pensaba que resistir¨ªa en el cargo mientras viviese su predecesor Benedicto XVI, nonagenario y gravemente impedido.
No hay que descartar que ahora precipite la renuncia. Motivos tiene; ganas, probablemente tambi¨¦n. Adem¨¢s, dej¨¦monos de monsergas. Fueron los abusos sexuales a menores en centros de ense?anza cat¨®licos, conventos, seminarios o parroquias quienes derrotaron a Benedicto XVI y le obligaron a dimitir, no los lobos que lo acosaban en el Vaticano (as¨ª los denomin¨® el mism¨ªsimo peri¨®dico del Papa, L¡¯Osservatore Romano), ni los jabal¨ªes del relativismo o la Ilustraci¨®n que, en palabras del correoso ex polic¨ªa de la fe Ratzinger, devastaban a diario a su iglesia. Hab¨ªa llegado al poder clamando contra ¡°la suciedad¡± en su iglesia, elegido por unos cardenales complacientes. Si las cosas est¨¢n tan mal y ¨¦l las conoce a fondo, elij¨¢moslo para que las arregle. Pensaron. Hab¨ªa un problema. Ratzinger no s¨®lo conoc¨ªa el mal. Tambi¨¦n era su c¨®mplice. Durante su largo mandado al frente de la Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe, hab¨ªa sido ¨¦l quien hab¨ªa dado ¨®rdenes tajantes de centralizar en Roma todos los casos de abusos y violaciones, con la consigna de acallarlos, silenciarlos, ocultarlos, hasta que Roma (o sea, ¨¦l mismo) dictaminare.
La tesis, entonces como ahora, era que las acusaciones de pederastia pretend¨ªan menoscabar la fama de la Iglesia y armar una escandalera artificial. Lo que es peor: muchos prelados, en lugar de combatirlos, los explicaban con un clamorosos "?Y t¨² m¨¢s!". El propio Francisco dio el porcentaje poco despu¨¦s de ser elegido. Seg¨²n ¨¦l, apenas el cuatro por ciento de los abusos suceden en centros de la Iglesia; el resto de los cr¨¢pulas son delincuentes civiles. Solo por esta observaci¨®n deber¨ªa de haber sido reprobado. Millones de fieles cat¨®licos entregan a sus hijos a la Iglesia romana para que los eduquen, por una supuesta superioridad moral y ¨¦tica. Declaraciones o justificaciones como esa, a¨²n si fueran ciertas las cifras (el otro aspecto, m¨¢s inquietante, es la impunidad con que act¨²a el jerarca abusador), les alarman.
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