La ¨²ltima ¡®aldea gala¡¯ es un McDonald¡¯s de Marsella
Los barrios desfavorecidos de la ciudad francesa se movilizan para mantener abierto un restaurante
El hombre entr¨® en el McDonald¡¯s donde llevaba desde los 16 a?os trabajando. Convenci¨® a sus colegas para que salieran y se encerr¨®. Se roci¨® con gasolina. Mientras tanto, iba explic¨¢ndose en directo por la red social Facebook. ¡°La ¨²nica soluci¨®n, quiz¨¢ inconsciente, era amenazar con prenderme fuego¡±, dice ahora Kamel Guemari, 37 a?os.
El drama no lleg¨® a mayores. Le disuadieron, explica, una llamada telef¨®nica de una senadora local socialista y otra del jefe de la polic¨ªa en los degradados barrios del norte de Marsella, donde el McDonald¡¯s de Guemari es un punto de reuni¨®n, un ¨¢gora, una verdadera instituci¨®n.
Aquel acto temerario, el 7 de agosto, convirti¨® a este hombre alto y delgado y con una barba larga de ¡°castrista¡± ¡ªas¨ª le describi¨® unos d¨ªas despu¨¦s el l¨ªder de la izquierda alternativa francesa Jean-Luc M¨¦lenchon¡ª en una peque?a celebridad, un s¨ªmbolo de la m¨¢s reciente, y parad¨®jica, lucha social en un pa¨ªs con una tradici¨®n rica de luchas sociales.
La particularidad de este McDonald¡¯s de Marsella es que los empleados del restaurante, los vecinos, los l¨ªderes sindicales y los pol¨ªticos de izquierdas locales no boicotean, como habr¨ªa ocurrido en otra ¨¦poca, la multinacional norteamericana por considerarla un s¨ªmbolo de la comida basura y del capitalismo sin rostro. No, este verano de 2018 llevan semanas protestado para conseguir que McDonald¡¯s se quede en uno de los barrios con m¨¢s paro, droga y violencia de la metr¨®polis mediterr¨¢nea.
Hace veinte a?os, en agosto de 1999, los campesinos liderados por el carism¨¢tico Jos¨¦ Bov¨¦ destru¨ªan un McDonald¡¯s en la poblaci¨®n de Millau. A Bov¨¦ se le compar¨® entonces con un Ast¨¦rix moderno, que, como el personaje de c¨®mic, resist¨ªa en la peque?a aldea gala ante el asedio del Imperio Romano.
Ahora, en Marsella, los activistas pelean por lo contrario: por que el McDonald¡¯s del barrio de Saint-Barth¨¦l¨¦my no se desmonte. Pelean porque este McDonald¡¯s, donde trabajan 77 personas, algunas desde su apertura en los a?os noventa, no se venda y pase a manos de un empresario enigm¨¢tico que quiere transformarlo en un restaurante de comida asi¨¢tica halal, es decir, con carne sacrificada seg¨²n los ritos musulmanes.
En Saint-Barth¨¦l¨¦my, barrio con fuerte poblaci¨®n de origen norteafricano y subsahariano, no quieren la comida halal: quieren la comida norteamericana de toda la vida.
"No combatimos a favor de McDonald's", precisa Tony Rodr¨ªguez, trabajador de otro McDonald's en Marsella y representante sindical. "Combatimos por lo que McDonald's representa para las personas del barrio".
Rodr¨ªguez, junto a decenas de empleados, ocupa el restaurante y duerme en ¨¦l para protestar por su venta. El 3 de septiembre un tribunal debe decidir si frenarla o permitir que siga adelante.
El conflicto estall¨® en mayo, cuando el propietario de seis franquicias de McDonald¡¯s en la regi¨®n de Marsella decidi¨® venderlas. Cinco deben seguir bajo esta marca, y la sexta es la de Saint-Barth¨¦l¨¦my. EL PA?S intent¨® infructuosamente obtener la versi¨®n de la empresa. Seg¨²n el diario Le Monde, su argumento es que el restaurante de Saint Barth¨¦lemy tiene perdidas excesivas: 3,3 millones de euros desde 2009. Los trabajadores sostienen que el motivo real es que este restaurante es un foco de activismo sindical y que McDonald's quiere deshacerse de ellos.
En Francia, pa¨ªs que se asocia a un antiamericanismo chovinista, el ¨¦xito de la comida r¨¢pida norteamericana es rotundo. La patria del foie gras ¡ªy las 258 variedades de queso que el General de Gaulle consideraba la prueba de su ingobernabilidad¡ª adora Chez McDo. Este es el pa¨ªs donde la cadena es m¨¢s rentable, despu¨¦s de Estados Unidos. Tambi¨¦n fue, recuerda Bernard Boutboul, especialista en el sector, el primer pa¨ªs en "desamericanizar" la marca en la pasada d¨¦cada, sustituyendo el color rojo por el verde, o poniendo en valor el uso de productos locales. La multinacional tiene 30.000 empleados en Francia, el 80% con contratos indefinidos, seg¨²n la web de la compa?¨ªa.
El restaurante del barrio de Saint Barth¨¦l¨¦my sigue abierto pese a las protestas, pero la entrada es una peque?a exposici¨®n de esl¨®ganes, y las ventanas est¨¢n cubiertas por bolsas de basura, lo que le da un aire crepuscular. El l¨ªder sindical explica que McDonald¡¯s, en este barrio, es m¨¢s que un restaurante de comida r¨¢pida. Es uno de los pocos lugares de encuentro entre los vecinos. Y m¨¢s que esto: la empresa que puede dar la primera oportunidad laboral a j¨®venes sin demasiadas perspectivas, ¡°un trampol¨ªn¡±, dice, para financiarse una buena formaci¨®n profesional o estudios universitarios. Y un escape, contin¨²a, a los peligros que para los adolescentes acechan en las malas calles del norte marsell¨¦s. Los empleados de m¨¢s edad, como Rodr¨ªguez, ejercen de hermano mayor o de padre a los j¨®venes: les aconsejan, les rega?an.
Es medianoche, y en la terraza del restaurante un grupo de adolescentes y veintea?eros, que pernoctar¨¢n aqu¨ª, hace tertulia. Rodr¨ªguez les sugiere que no den el apellido al periodista. Ha habido casos de intimidaci¨®n y quiere evitar que se les identifique.
¡°Si yo no trabajase en McDonald¡¯s estar¨ªa en prisi¨®n por vender droga¡±, dice Nadjim.
¡°Cuando volvemos al barrio, nos arriesgamos a recibir una bala, o a que nos detenga la polic¨ªa¡±, dice Samy. ¡°Queremos salir de aqu¨ª¡±.
¡°Trabajo en McDonald¡¯s para pagarme el permiso de conducir, comprarme ropa, ayudar a mi madre, viajar, y ahorrar para los estudios¡±, dice Sarah.
Todos viven en los barrios de los alrededores, complejos de viviendas construidos en los a?os sesenta y setenta, la ¨¦poca del desarrollismo descontrolado en la Marsella del alcalde Gaston Deferre, un paisaje monta?oso en el que la vista magn¨ªfica sobre el Mediterr¨¢neo contrasta con la sordidez de algunas edificaciones.
"Aqu¨ª hay una urgencia econ¨®mica para las familias", dice la veterana activista vecinal Karima Beriche. "Primero hay que mantener los empleos. Despu¨¦s vendr¨¢ el combate por un cambio alimentario".
Para Beriche, los debates sobre si es adecuado defender la permanencia de restaurantes como McDonald's, emblema de las multinacionales y de la mala nutrici¨®n, son propios de burgueses de clase media. Aqu¨ª las preocupaciones son otras.
"Marsella es una gran ciudad, la segunda de Francia, pero tambi¨¦n es un pueblo", dice. Y el restaurante es la plaza del pueblo, el lugar de paso y encuentro. "Esto", a?ade en el McDonald's amenazado con desaparecer, "es la aldea gala".
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