Brasil y su crecimiento an¨¦mico
Los ¨¦xitos en la lucha contra la desigualdad se han frenado. El pa¨ªs no se recupera de la mayor crisis econ¨®mica de su historia
Lejos quedan los d¨ªas en los que Brasil era por todos admirado. El pa¨ªs de Fernando Henrique Cardoso y, sobre todo, de Lula, el presidente obrero que declaraba que su principal objetivo ser¨ªa que todos los brasile?os ¡°pudieran desayunar, comer y cenar¡±. El mismo presidente que aplic¨® los programas de Bolsa Familia ¡ªla m¨¢s eficiente innovaci¨®n mundial en medio siglo de pol¨ªticas sociales¡ª, que venci¨® a la inflaci¨®n y apacigu¨® con pol¨ªticas financieras sostenibles a los mercados. El pa¨ªs que recib¨ªa m¨¢s de un 4% del PIB en inversi¨®n extranjera directa. El pa¨ªs que en apenas una d¨¦cada sac¨® de la pobreza a 35 millones de sus ciudadanos y los aup¨® a una in¨¦dita nueva clase media. El pa¨ªs en el que Gilberto Gil era ministro de Cultura y Fernando Meirelles dirig¨ªa la pel¨ªcula Ciudad de Dios.
Brasil ha dejado de ser aquel pa¨ªs mod¨¦lico. La violencia se ha desbordado: 31 homicidios por cada 100.000 habitantes, la mayor parte j¨®venes varones negros y pobres, una tasa superior a las que padecen pa¨ªses como el M¨¦xico de la guerra del narco (25 por 100.000) o Estados Unidos (5 por 100.000). La Operaci¨®n Lava Jato es un emblema mundial de la corrupci¨®n no de Brasil, sino de la regi¨®n. Se ha testado la solidez del equilibrio de poderes de la democracia brasile?a y, probablemente, la clase media del pa¨ªs ha confirmado su at¨¢vica convicci¨®n de que el Estado y las ¨¦lites no solo no se preocupan por ellos, sino que conspiran para robarles.
Las consecuencias en Brasil no son distintas a lo que hemos visto en otros pa¨ªses: aparici¨®n de l¨ªderes populistas, fragmentaci¨®n de la estructura de partidos tradicionales, erosi¨®n de las instituciones democr¨¢ticas y polarizaci¨®n social. Quiz¨¢s esto explique por qu¨¦ los candidatos de partidos tradicionales de centro-izquierda y centro-derecha no han despegado en las encuestas de las elecciones del 7 de octubre, y, sobre todo, por qu¨¦ quienes las lideran ¡ªel militar en la reserva y ?diputado Jair Bolsonaro y el heredero pol¨ªtico de Lula, Fernando ?Haddad¡ª tienen en torno al 25% de apoyo y cerca del 60% de rechazo (seg¨²n la ¨²ltima encuesta de XP Investimentos). En Brasil, tambi¨¦n las elecciones han dejado de jugarse en el centro pol¨ªtico para desplazarse a los extremos.
Nada de lo anterior resulta tranquilizador, porque este panorama lo complica a¨²n m¨¢s el hecho de que Brasil no haya conseguido recuperarse de la peor crisis econ¨®mica de su historia. Desde 2008 su renta per capita apenas ha crecido (un 3,7%) y en los ¨²ltimos cinco a?os ha ca¨ªdo un 7% y un 16%, en d¨®lares. Los indicadores de desigualdad y pobreza ya no mejoran porque el desempleo de los m¨¢s pobres sube y sus salarios reales caen. Por otra parte, el d¨¦ficit p¨²blico se ha enquistado en torno al 8% del PIB y la deuda p¨²blica bruta se acerca ya al 90%, un nivel no solo temerario en t¨¦rminos macro, sino un mecanismo de generaci¨®n de desigualdad: el pago de intereses de la deuda es, tras el gasto en pensiones, la segunda partida m¨¢s importante del presupuesto: absorbe un 16% del gasto total frente al 12% que se gasta en educaci¨®n o salud. Salir de este bucle destructivo de crecimiento an¨¦mico e insostenible gigantismo estatal requiere reformas profundas que solo ser¨¢n irreversibles si hay consenso pol¨ªtico y social. Justo lo que parece que no se va a conseguir.
Nunca, los que siempre lo quisimos, hemos deseado m¨¢s que las encuestas fallen por goleada. Aunque, si no es as¨ª, como consuelo podremos recordar el aforismo del expresidente de la Secretar¨ªa General Iberoamericana Enrique Iglesias: Brasil es el ¨²nico pa¨ªs del mundo en el que la distancia m¨¢s corta a un punto (o a un acuerdo) no es la l¨ªnea recta.
Jos¨¦ Juan Ruiz fue economista del Banco Interamericano de Desarrollo desde mayo de 2012 hasta agosto de 2018.
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