Conmoci¨®n e incertidumbre entre la poblaci¨®n saud¨ª tras el asesinato de Khashoggi
Los saud¨ªes afrontan la cr¨ªtica internacional sin opciones ante la monarqu¨ªa absoluta que los gobierna
Los saud¨ªes tambi¨¦n est¨¢n afectados por la muerte de Jamal Khashoggi. En pocos d¨ªas han pasado de que sus medios de comunicaci¨®n (todos bajo estricto control estatal) y los propagandistas del r¨¦gimen en las redes sociales les bombardearan con que su pa¨ªs estaba siendo objeto de las falsedades de Qatar y Turqu¨ªa, a o¨ªr a sus portavoces admitir de forma confusa y contradictoria que el periodista fue asesinado dentro del consulado del reino en Estambul. En ausencia de libertad de expresi¨®n, solo pueden lamentar el incidente y ofrecer sus plegarias, pero se sienten rehenes de una situaci¨®n sobre la que no tienen control.
¡°En ning¨²n sitio se ha sentido tan profundamente como en Arabia Saud¨ª¡±, asegura en un mensaje Iyad Madani, exministro de Cultura e Informaci¨®n y ex secretario general de la Liga ?rabe. ¡°Lo ¨²ltimo que los saud¨ªes necesitamos son las lecciones de aquellos pa¨ªses que asumen con arrogancia una posici¨®n de superioridad moral y el derecho de juzgar[nos], algo que su propio palmar¨¦s de moralidad selectiva, subyugaci¨®n y avasallamiento dif¨ªcilmente justifica¡±, a?ade tras mostrarse convencido de que ¡°el pa¨ªs est¨¢ trabajando judicialmente para salir de esa angustia¡±.
Es f¨¢cil desestimar su voz, o la de la empresaria Lubna Olayan y otros que estos d¨ªas han expresado su rechazo a lo sucedido en el foro de inversiones de Riad, como la de un adepto al r¨¦gimen. Madani no es un cr¨ªtico al estilo de Khashoggi, pero tampoco es un palmero. Estuvo entre los tres centenares de personas que el a?o pasado fueron encarceladas en el Ritz. Sali¨® aparentemente limpio, pero no habla de ello.
Los liberales saud¨ªes como Madani (y como el propio Khashoggi), una minor¨ªa urbana y occidentalizada, siempre han respaldado a la monarqu¨ªa. En parte porque el sistema, generosamente engrasado con los cuantiosos ingresos del petr¨®leo, les aseguraba una vida m¨¢s que confortable a cambio de dejar hacer a la familia real. Pero tambi¨¦n porque les daba m¨¢s miedo la alternativa, un Gobierno de islamistas radicales. De ah¨ª que, al margen de sus cr¨ªticas a la puesta en pr¨¢ctica, quisieran que triunfaran las reformas promovidas por Mohamed bin Salm¨¢n (MBS), actual pr¨ªncipe heredero y gobernante de facto de Arabia Saud¨ª.
Tanto en ese objetivo como en el temor a los extremistas isl¨¢micos, su postura la compart¨ªan muchos gobiernos extranjeros, olvidando que era precisamente la t¨®xica alianza de los Al Saud con el clero wahab¨ª la que alimentaba tal peligro. La sacudida del 11-S, y sobre todo de su versi¨®n saud¨ª dos a?os m¨¢s tarde, les sac¨® de esa complacencia y, por un momento, pareci¨® marcar un cambio. Se emprendi¨® un examen colectivo de conciencia a la vez que el futuro rey Abdal¨¢, que entonces a¨²n ejerc¨ªa de regente por la enfermedad de Fahd, anunciaba reformas.
El Reino del Desierto se abri¨® a un nivel de debate desconocido hasta entonces, y tambi¨¦n a un mayor escrutinio de la prensa internacional. El monarca lanz¨® varios procesos de di¨¢logo nacional (con las mujeres, con los chi¨ªes, etc.) y convoc¨® unas inusitadas elecciones municipales. Con el tiempo esos gestos prometedores terminaron qued¨¢ndose en agua de borrajas. Solo uno no ha tenido vuelta de hoja: el programa de becas que ha permitido a varios cientos de miles de saud¨ªes, hombres y mujeres, estudiar en el extranjero y ampliar sus horizontes m¨¢s all¨¢ de la estricta formaci¨®n religiosa de las universidades saud¨ªes.
Pero si las reformas no empezaron con MBS, la represi¨®n tampoco. Fue bajo Abdal¨¢ cuando se encarcel¨® a los miembros de la Asociaci¨®n Saud¨ª por los Derechos Civiles y Pol¨ªticos, se promulg¨® la draconiana ley antiterrorista que hoy permite acusar de traici¨®n a las activistas pac¨ªficas que ped¨ªan el fin del sometimiento legal de la mujer al var¨®n, se conden¨® a mil latigazos al bloguero Raif Badawi o se inici¨® una pol¨ªtica regional m¨¢s en¨¦rgica. La ilusi¨®n de reforma hab¨ªa desaparecido ante la amenaza que representaban las revueltas que se conocieron como primavera ¨¢rabe. El reino puso todo su peso en contrarrestarlas (salvo en Siria, donde esperaba poder avanzar sus intereses).
Como ha explicado Andrew Hammond en The Islamic Utopia (Pluto Press, 2012), los an¨¢lisis con los que se entretienen los observadores sobre supuestos debates internos en la familia, entre miembros liberales e islamistas o pr¨ªncipes progresistas y cl¨¦rigos retr¨®grados, ¡°son en gran medida una artima?a [de los Al Saud] para distraer la atenci¨®n sobre el asunto clave que es el enorme y arbitrario poder de una hiperdinast¨ªa perseguida por el miedo a perderlo todo¡±.
Sus s¨²bditos lo saben mejor que nadie, pero muchos temen el precio de un cambio brusco. Tengan m¨¢s miedo de la represi¨®n interna o del islamismo violento, todos han visto en qu¨¦ han acabado las ansias de libertad de Egipto, Libia o Siria. Ahora hay quien espera que el caso Khashoggi desencadene una sacudida similar a la que provocaron las repercusiones del 11-S. Pero los saud¨ªes se enfrentan a una elecci¨®n imposible y sienten que Occidente, con sus dobles raseros, no ayuda.
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