La historia demuestra que el Brexit es imposible
Reino Unido se debate entre un mito nacional aislacionista y la realidad hist¨®rica, que demuestra que este pa¨ªs hunde sus ra¨ªces en Europa
Cuando se habla de los fundadores de la UE siempre se se?ala a Robert Schumann o a Jean Monnet, que hasta han dado nombre a edificios oficiales de la Administraci¨®n comunitaria, pero se tiende a olvidar a uno de los m¨¢s importantes: el brit¨¢nico Winston Churchill, aunque tambi¨¦n tiene su propio edificio en Estrasburgo. En 1946 en Z¨²rich, el ex primer ministro conservador sostuvo que "si Europa pudiese unirse para disfrutar de su herencia com¨²n, su prosperidad y su felicidad no tendr¨ªan l¨ªmites", en un discurso en el que habl¨® de "los Estados Unidos de Europa". Pero, antes, al principio de la Segunda Guerra Mundial, hab¨ªa liderado una iniciativa todav¨ªa m¨¢s importante desde el punto de vista europeo: defendi¨® que franceses y brit¨¢nicos compartiesen la misma nacionalidad. Su idea se basaba en que principios como la democracia y la libertad eran m¨¢s poderosos que cualquier bandera, el mismo pensamiento que puso en marcha la unidad.
Sin embargo, el pol¨ªtico conservador es tambi¨¦n un s¨ªmbolo de la distancia que algunos brit¨¢nicos quieren marcar con el continente, de la idea que defienden amplios sectores de la sociedad de que son diferentes del resto de los europeos. No es una casualidad que los filmes sobre la figura de Churchill, o sobre la retirada en Dunkerque en 1940, se hayan multiplicado desde el Brexit. Reino Unido siempre se ha debatido entre estas dos almas: la imagen que quiere construir de s¨ª mismo como pa¨ªs, con la niebla en el canal que deja aislado al continente, y la tozuda realidad que muestra que, lo quieran o no los defensores del Brexit, Reino Unido forma parte indisociable de Europa.
Ning¨²n pa¨ªs es una isla, ni siquiera aquellos que geogr¨¢ficamente puedan serlo. Como ha escrito en The Guardian el historiador David Edgerton, autor de The Rise and Fall of the British Nation (Auge y ca¨ªda de la naci¨®n brit¨¢nica), "en 1900, el Reino Unido era un lugar muy cosmopolita. Estaba lleno de inmigrantes europeos. La comida ven¨ªa de todo el mundo y el carb¨®n brit¨¢nico era vital para las naciones b¨¢lticas y mediterr¨¢neas. A cambio, Londres depend¨ªa del hierro de Suecia y el norte de ?frica; sus huevos y beicon ven¨ªan de Dinamarca y Holanda; y sus peri¨®dicos se imprim¨ªan con papel escandinavo". Lo que describe Edgerton es una uni¨®n antes de la Uni¨®n.
Siempre ha habido europe¨ªstas, mucho m¨¢s en el partido laborista, y antieurope¨ªstas, sobre todo entre los conservadores y entre la poderosa prensa sensacionalista ¡ªThe Sun y The Daily Mail han hecho m¨¢s que nadie para tratar de mantener al Reino Unido fuera de Europa¡ª. Pero los bandos nunca han estado marcados solo por motivos ideol¨®gicos y el trasvase entre ellos ha sido constante, como ocurri¨® con Margaret Thatcher. De hecho, fue un primer ministro conservador, Edward Heath, el que firm¨® el tratado de ingreso en la UE, que se produjo en 1973, y que fue ratificado por amplia mayor¨ªa en un refer¨¦ndum en 1975. Pero a todos, incluso a los europe¨ªstas, les gusta se?alar las diferencias. Los hechos, en cambio, son mucho m¨¢s rotundos: Reino Unido forma parte de la historia del continente y es una naci¨®n europea m¨¢s, no solo desde un punto de vista geogr¨¢fico y econ¨®mico, sino pol¨ªtico.
Los brit¨¢nicos fueron romanizados ¡ªaunque cost¨® lo suyo, todo hay que decirlo¡ª, y su capital es una herencia de Roma, por mucho que veneren a la reina celta Boudica, que se levant¨® contra las legiones, como refleja un monumento situado en Wetsminster, en el coraz¨®n del poder londinense. Los celtas, de los que se nutre un extra?o nacionalismo brit¨¢nico que hunde sus ra¨ªces en la prehistoria y a los que el British Museum dedic¨® una gran exposici¨®n hace cuatro a?os, son un pueblo que todav¨ªa oculta muchos misterios, pero sobre el que existe una certeza: se establecieron en una parte muy importante de Europa en la Edad del Hierro, incluyendo las Islas Brit¨¢nicas.
Guerra de los Cien A?os
El tapiz de Bayeux, que lleva el nombre de la ciudad francesa en la que se conserva, relata la conquista normanda de Inglaterra, mientras que un recorrido por el centro de Francia revela que hay tantos castillos galos como brit¨¢nicos, producto de la Guerra de los Cien A?os, porque los reyes ingleses controlaban una parte importante del territorio franc¨¦s. Cuando los protestantes franceses, los hugonotes, huyeron de las persecuciones, se establecieron en Inglaterra, al igual que muchos refugiados de la violencia revolucionaria o de los pogromos en el imperio ruso. Por no hablar del papel crucial de Gran Breta?a en la derrota de Napole¨®n. Hasta Victor Hugo escribi¨® Los miserables en el territorio de su majestad. Y, naturalmente, los brit¨¢nicos lucharon en las dos guerras mundiales del siglo XX y miles de sus soldados, toda una generaci¨®n, est¨¢n enterrados en los campos de Flandes.
Espa?a alberga una de las pruebas m¨¢s indiscutibles de la profunda relaci¨®n brit¨¢nica con el resto de Europa: el pe?¨®n de Gibraltar, que gan¨® por el tratado de Utrecht y que resisti¨® diferentes asedios durante el siglo XVIII. No ocurri¨® as¨ª con Menorca, que tambi¨¦n fue brit¨¢nica, pero que fue recuperada. El recientemente fallecido historiador brit¨¢nico John Julius Norwich relata en su ensayo El Mediterr¨¢neo, que acaba de publicar ?tico de los Libros, que el rey Jorge III no qued¨® muy contento con el cambio y que lo plasm¨® en una carta: "Me habr¨ªan gustado m¨¢s Menorca o las dos Floridas y Guadalupe, que esta orgullosa fortaleza, en mi opini¨®n fuente de otra guerra, o al menos de constante enemistad larvada". Sab¨ªa que entonces, como ahora, el lugar del Reino Unido estaba en el mundo y, sobre todo, con el resto de las naciones europeas con las que, entonces como ahora, estaba obligado a entenderse.
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