El poder militar, por supuesto
La protesta en Argelia persiste y se ensancha. El r¨¦gimen, en manos de supervivientes de la generaci¨®n de la independencia, tiene que irse. Y, naturalmente, no quiere
Ya son dos los pasos atr¨¢s. El primero lo dio el entorno de Buteflika cuando decidi¨® renunciar a presentar al enfermo por quinta vez. Aunque visti¨® la jugada de cesi¨®n al pueblo argelino, ese sujeto tan adulado como deso¨ªdo, en realidad se tramaba un aut¨¦ntico golpe de Estado, otro m¨¢s: se prolongaba de forma indefinida el mandato presidencial, que termina el 25 de abril, para abrir un proceso pretendidamente constituyente que no ofrec¨ªa dudas respecto a su control y a sus l¨ªmites.
El segundo paso, la apertura de un procedimiento de destituci¨®n de Buteflika, es todav¨ªa m¨¢s grave. Quien lo anuncia es quien manda, el viceministro de Defensa y jefe del Estado Mayor, Ahmed Gaid Salah, un militar que solo tiene por encima al presidente de la Rep¨²blica, que acumula los t¨ªtulos de ministro de Defensa y de comandante en jefe, es decir, al enfermo al que hay que incapacitar. El signo no ofrece dudas y es una reiteraci¨®n argelina: los militares quieren mantener el control de la sucesi¨®n.
El poder, Le Pouvoir tal como le llaman los argelinos, siempre ha sido militar, hasta el punto de que precede incluso a la independencia y por tanto a la construcci¨®n del Estado. Nunca ha existido algo parecido a un poder civil, a pesar de apariencias pasajeras, como el primer presidente Ben Bella, depuesto en un golpe de Estado, o el ef¨ªmero Mohamed Budiaf, asesinado a los seis meses de tomar posesi¨®n en mitad de la guerra civil.
Buteflika ha sido, seg¨²n su bi¨®grafo, el periodista Mohamed Benchicou, un civil disfrazado de militar y ¡°una criatura del poder militar¡± (Bouteflika, une imposture alg¨¦rienne. Editions Le Matin). Fue el poder militar el que le coloc¨® en la presidencia en 1999 y ha sido el poder militar el que le ha mantenido en ella, aun estando gravemente enfermo, hasta presentarle por cuarta vez a unas elecciones en 2014, y el que todav¨ªa quer¨ªa presentarle de nuevo una quinta, a la vista de las dificultades para encontrar un sucesor que mantuviera los secretos equilibrios entre los clanes que gobiernan. Pudo parecer que el ¨²ltimo servicio del civil a los militares era permanecer en la presidencia hasta su muerte, pero al final su ¨²ltimo servicio es prestarse a la destituci¨®n para aplacar la c¨®lera de la calle.
El segundo paso atr¨¢s es m¨¢s esperanzador que el primero. Anula el golpe de Estado en ciernes que supon¨ªa la prolongaci¨®n anticonstitucional del mandato. Es el anuncio de que se aplicar¨¢ la Constituci¨®n, que prev¨¦ la destituci¨®n por incapacidad f¨ªsica y el nombramiento de un presidente interino. Esta Constituci¨®n es un artefacto escasamente fiable, pero menos fiable es que la vulneren quienes la hicieron y la reformaron cuando les vino en gana. El poder m¨¢s arbitrario y dictatorial es aquel que rompe su propia regla de juego cuando no le favorece. Salah iba a hacerlo con el primer paso atr¨¢s pero lo ha corregido con el segundo. Que un militar argelino quiera respetar la regla de juego, en un pa¨ªs que se ha hecho a golpes, militares por supuesto, es una noticia digna de encomio aunque siempre quede la sospecha, a la vista de que quien lo anuncia no es el primer ministro, de que tambi¨¦n se trata de un golpe militar.
La explicaci¨®n es sencilla. La protesta persiste y se ensancha. Buteflika, con sus 82 a?os, y tambi¨¦n Salah, con 79, son supervivientes de la generaci¨®n de la independencia, que alcanzaron entonces el poder y no lo han soltado. Eso no hay quien lo pare. Ahora tienen que irse. Y, naturalmente, no quieren.
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