Mantener vivos a los abuelos que se fueron
Cuando los ni?os llegan y los mayores de la familia mueren, m¨¢s que mantener vivo un recuerdo imposible nos esforzamos en construir uno: el de una figura familiar, un personaje que siempre est¨¢ ah¨ª
Pronto har¨¢ dos a?os desde que muri¨® mi madre, solo unos meses despu¨¦s de que naciera mi hija. He pensado en ella cada d¨ªa, he pensado en ella m¨¢s que cuando estaba viva. He pensado en ella m¨¢s que cuando, en los sanos d¨ªas fren¨¦ticos, llamaba por tel¨¦fono y no la atend¨ªa porque estaba absorbido en mil tareas que entonces parec¨ªan importantes. C¨®mo cuesta percibir lo esencial de la vida. Pero viene la muerte a ponernos en nuestro sitio.
He pensado en mam¨¢, sobre todo, estando con Candela. La alegr¨ªa que da cada una de sus incipientes bromas, de sus peque?as canciones, de las palabras que va conquistando con esp¨ªritu dada¨ªsta, se mezcla con la tristeza de que mam¨¢ no pueda asistir ya a los prodigios. A sus casi tres a?os, Candela tiene cierto parecido con su abuela: no s¨¦ si es un parecido objetivo o uno que yo le otorgo, pero da igual: el caso es que se parecen. Candela tiene algo de la forma del rostro de mi madre (que ten¨ªa cara de ni?a), y algo de su sonrisa, y hasta hemos detectado alg¨²n gesto, aunque no sabemos si los gestos espont¨¢neos forman parte de la herencia gen¨¦tica. Pero da igual: el caso es que los tiene. Aunque ver a Marisa en Candela sea m¨¢s una voluntad que una evidencia, el caso es que la vemos. ?Hasta tienen un peinado parecido!
Cuando conocimos la injusticia c¨®smica del adenocarcinoma buscamos el lado bueno de las cosas. Y, claro, nos cost¨® encontrarlo: ?qu¨¦ tiene de bueno un c¨¢ncer? Lo ¨²nico de lo que nos pod¨ªamos alegrar es de que mam¨¢ hubiera vivido lo suficiente como para conocer a Candela. Fue un rato corto, pero suficiente para morirse sabiendo que otra generaci¨®n la suced¨ªa, y que su recuerdo pervivir¨ªa en ella, con un poco de suerte, a¨²n despu¨¦s de nuestra muerte. La ¨²ltima muerte es el olvido, por eso los humanos tendemos a desear la transcendencia, pero es muy dif¨ªcil escapar a esa ¨²ltima muerte en la memoria del mundo.
Candela, sin embargo, era muy peque?a para conservar hoy un recuerdo de su abuela. De modo que nos hemos esforzado no tanto en mantener vivo un recuerdo imposible, sino en construir uno: que en la mente de Candela la figura de su abuela, ¡°la abuela Marisa¡±, sea una figura familiar. Le hablamos mucho de ella. Le ense?amos fotos y le explicamos que era bailarina y que la quiso mucho. Cuando vendimos su coche rojo, contemplamos a trav¨¦s de la ventana c¨®mo la gr¨²a lo arrastraba, en un d¨ªa lluvioso asturiano muy propicio a la melancol¨ªa, y desde ese d¨ªa Candela se acuerda del coche rojo de la abuela Marisa, ese coche donde vivimos tantas aventuras, que ahora se llevaban por la calle Covadonga, y que nunca iba a volver.
Cuando Candela me ve trabajando en el ordenador, escribiendo textos como este, se sube a mi regazo y me pide que le ense?e fotos de su abuela, porque tengo una carpeta en el escritorio que ojeo cuando la echo de menos. Ah¨ª hay im¨¢genes en blanco y negro de mi madre, muy moderna, en los a?os setenta: la pata de elefante, la raya en el ojo, la melena azabache. Esas gafas de sol que casi cubren toda la cara. Hay fotos de la edad de oro de su compa?¨ªa de danza, el Joven Ballet Contempor¨¢neo, en los ochenta y noventa. Y alguna foto juntos, ella y yo, en alguna boda que no recuerdo. ?Por qu¨¦ nos hicimos tan pocas fotos? Tambi¨¦n algunas con Candela, cuando estaba ya enferma, muy flaca, pero con una belleza tenaz que la acompa?¨® hasta al final. Candela se reconoce a su lado, como un beb¨¦ peque?o, retozando en la cama.
Lo m¨¢s curioso es que Candela nunca pregunta d¨®nde est¨¢ la abuela Marisa (y eso que pregunta todo el rato d¨®nde est¨¢ todo el mundo), y no nos obliga a decirle que no est¨¢ en ninguna parte, y que eso es estar muerto. Es muy raro, es como si supiera algo, es como si supiera que Marisa ya no pertenece a este mundo y que no tiene sentido buscarla entre las cosas que lo forman. Candela no sabe qu¨¦ es la muerte, esa es la inocencia de los ni?os, que no saben que somos seres finitos. Candela habla de Marisa como si fuera un ser inmanente o un personaje de ficci¨®n, como si estuviera ah¨ª, en alguna dimensi¨®n paralela, presente y ausente al mismo tiempo. Como Mickey Mouse.
Un d¨ªa, jugando sobre la alfombra con los 22 arcanos mayores del tarot Visconti-Sforza, apareci¨® el Arcano 13. Hab¨ªamos sacado el Mago, el Colgado, la Papisa, la Templanza, la Rueda, y entonces sali¨® la Muerte, la ¨²nica carta que no lleva nombre. Candela, despu¨¦s de m¨ª, pronunci¨® por primera vez la palabra muerte. No sab¨ªa qu¨¦ era eso, se rio, se qued¨® tan tranquila y sonriente, y enseguida se dio cuenta de que en la carta se ve¨ªa un esqueleto.
- ?Mira, e-queleto! ?Mira, e-queleto!
Eso fue todo. Alg¨²n d¨ªa, espero que lejano, tendremos que explicarle c¨®mo funciona todo esto. Aunque nosotros tampoco lo sabemos.
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