La ¡®ni?ofobia¡¯ y la privatizaci¨®n de la infancia: ?molestan los ni?os en los espacios p¨²blicos?
No hay muchos espacios para los menores en la ciudad, m¨¢s all¨¢ de los parques y algunas plazas no demasiado duras y agrestes. Hay restaurantes y hoteles en los que no se permite la entrada de los peque?os, y hay personas, sobre todo con hijos, a las que les parece mal
¡°En Somalia, los defectos se hacen tan grandes como monta?as pero, al menos, los somal¨ªes saben c¨®mo acoger a un ni?o. Aunque t¨² lo traes al mundo, hay una comunidad entera dispuesta a ocuparse de ¨¦l. No es una decisi¨®n individual, sino colectiva. Cada reci¨¦n nacido recibe el abrazo de mil manos distintas. Pese a todas las dificultades de la guerra y la inmigraci¨®n, eso a¨²n pervive entre los somal¨ªes. Un hijo nunca es un asunto privado¡±. Es un fragmento de la escritora italiana de origen somal¨ª Igiaba Scebo extra¨ªda en su libro Mi casa est¨¢ donde estoy yo (N¨®rdica). Plantea una cuesti¨®n peliaguda: ?a qui¨¦n le debe incumbir la existencia de los hijos? Una cuesti¨®n que tiene influencia en la integraci¨®n de los ni?os en un mundo, el contempor¨¢neo y occidental, que no parece muy interesado en acogerlos y donde parece que, m¨¢s bien, molestan. Aparta, ni?o.
Hay un mercado tradicional en Madrid, el mercado de la Cebada, que languidece en el barrio de La Latina, en el que tiene lugar un fuerte y min¨²sculo conflicto entre los vecinos que algunas tardes llevan all¨ª a sus hijos a corretear y la cooperativa de comerciantes que quiere echarlos o recluirlos en una sala (llamada Los Pulpitos) porque molestan. Piden que los ni?os no est¨¦n enredando, porque son un estorbo y dificultan la compraventa (casi los consideran un ¡°peque?o grupo terrorista¡±, seg¨²n lo describe Antonio Villarreal en El Confidencial), y ponen la excusa de la seguridad de los peque?os, que se pueden hacer da?o de mil formas variadas y extravagantes. Cuentan historias de horror c¨®smico: ¡°Hemos llegado a encontrarnos un beb¨¦ con pa?ales solo en el parking¡±, dicen. Las madres y padres, por el contrario, reponen que nos encontramos ante un flagrante episodio de ni?ofobia ¡ªpaidofobia, en realidad¡ª y hasta de ¡°apartheid infantil¡±. Ojo: unas ni?as tuvieron que ser ¡°dispersadas¡± por los vigilantes cuando ¡°jugaban a las palmitas¡± en una esquina, seg¨²n relata Villarreal.
En general, no hay muchos espacios para los ni?os en la ciudad, dedicada completamente a la producci¨®n y no a la reproducci¨®n, m¨¢s all¨¢ de los parques y algunas plazas no demasiado duras y agrestes. No hay esa ¡°alegr¨ªa infantil en los rincones de las ciudades muertas¡± que cantaba Antonio Machado, ¡°algo de nuestro ayer, que todav¨ªa vemos vagar por estas calles viejas¡±. El conflicto en el mercado evidencia el dif¨ªcil encaje de la infancia en el espacio p¨²blico (?d¨®nde ponemos a los ni?os?) y su reclusi¨®n progresiva en el ¨¢mbito de lo privado.
Tener descendencia se considera cada vez m¨¢s un asunto privado (incluso ¡°ego¨ªsta¡±) antes que una causa colectiva: la perpetuaci¨®n de la especie. Quiz¨¢s deber¨ªamos dejar de perpetuarnos con este f¨²til empe?o, es cierto, pero eso ya es otra historia. Cuando Liliana estaba embarazada descubri¨® con estupor que en algunas cafeter¨ªas (un porcentaje m¨ªnimo, pero existente) no le dejaban utilizar el ba?o sin consumir, desentendi¨¦ndose completamente de su condici¨®n de gestante, como si la cosa no fuese con ella, actitud que hac¨ªa que a Liliana se la llevasen los demonios. Para colmo, las estrictas camareras inclementes fueron siempre mujeres.
Los movimientos a favor de la escolarizaci¨®n en casa (el home schooling) tambi¨¦n consideran la crianza un asunto privad¨ªsimo y a sus hijos casi una propiedad, pero la escolarizaci¨®n en la escuela, con profesores y otros ni?os, no solo es importante para la socializaci¨®n, sino una forma de proteger a los hijos del adoctrinamiento de sus padres que, por poner un ejemplo extremo, bien podr¨ªan educar a las criaturas en las virtudes del hitlerismo o de los sacrificios rituales al dios Cthulhu. Habr¨¢ quien diga que tambi¨¦n se adoctrina en las escuelas, pero estar sometido a dos adoctrinamientos, el escolar y el paternal, ya no es un adoctrinamiento, sino un men¨² de ideas m¨¢s diverso en el que elegir.
Entre los defensores de la crianza amplia y compartida es com¨²n rememorar un pasado id¨ªlico donde familias extensas, que inclu¨ªan a abuelas, primos, t¨ªos y t¨ªas, y vecindarios bien avenidos, se ocupaban de los cr¨ªos en com¨²n. Para criar a un ni?o hace falta una tribu, dice el manoseado proverbio africano. Aquella es una historia bonita, producida por los modos de vida comunales m¨¢s propios del mundo rural y de los ambientes urbanos obreros y empobrecidos, las corralas, las barriadas de trabajadores, propiciada tambi¨¦n por la precariedad. Las redes sociales (las de carne, hueso y suspiro, no las de internet) suelen aflorar con mayor facilidad cuando las cosas vienen mal dadas y los individuos y las familias necesitan m¨¢s intensamente de la comunidad, porque no puede externalizar los cuidados previo pago.
Hay restaurantes y hoteles en los que no se permite la entrada de los peque?os, y hay personas, sobre todo personas con hijos, a las que esto les parece mal. En una ocasi¨®n fui a un hotel en Benidorm donde no se permit¨ªan los ni?os, aunque los brit¨¢nicos borrachos en la piscina fueran igual de molestos que unos guajes correteando. Pero bien. Me parece bien que haya espacios solo para adultos, igual que hay clubs para fumadores de marihuana, porque a no todo el mundo le gustan los ni?os, sobre todo si no son los propios.
Lo que no me parece de recibo es la intolerancia con los ni?os en los lugares que no son exclusivamente para adultos, en los espacios p¨²blicos, en los locales para todos los p¨²blicos. Los ni?os no son un asunto privado, a todos nos incumben, porque todos hemos sido ni?os y los ni?os de ahora son los adultos del futuro. A muchos ciudadanos les resulta muy dif¨ªcil entender la dimensi¨®n temporal de la vida, por eso muchas veces no toleran a los que son mayores o m¨¢s j¨®venes, sin darse cuenta de que esos somos nosotros mismos en otros momentos de la existencia.
Puedes seguir Mamas & Papas en Facebook, Twitter o apuntarte aqu¨ª para recibir nuestra newsletter quincenal.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.