M¨¢s de 500 d¨ªas de resistencia en el campo de refugiados de Matamoros
El hondure?o Josu¨¦ Cornejo, varado en Tamaulipas con su familia, se convirti¨® a trav¨¦s de sus v¨ªdeos en el cronista del campamento levantado en M¨¦xico durante la era Trump
Como buen milenial, no es extra?o que a Josu¨¦ Rolando Cornejo le resulte natural contar su vida en las redes sociales. Lo que puede sorprender m¨¢s es que este migrante, de 29 a?os, no tuvo su primer tel¨¦fono inteligente hasta el a?o pasado. Cuando sali¨® de su pa¨ªs, Honduras, en mayo de 2019, huyendo de la violencia de las pandillas, ten¨ªa ¡°uno de esos m¨¢s baratos, a teclado¡±. Para comprarse uno ¡°de los buenos¡± hubiera tenido que gastar al menos una quincena de su salario como conductor de transporte p¨²blico en la colonia L¨®pez Arellano, en San Pedro Sula. ?Y de qu¨¦ comer¨ªan su mujer y sus tres hijos, qui¨¦n pagar¨ªa el alquiler?, se pregunta.
Su primer celular con c¨¢mara lo compr¨® con el dinero que gan¨® con su trabajo al frente de una de las tiendas de campa?a de donaciones que la ONG Team Brownsville situ¨® en un campo de refugiados de Matamoros (Tamaulipas), en el norte de M¨¦xico. Con ¨¦l, vio una oportunidad de contarle al mundo lo que suced¨ªa en ese campamento a las puertas de Estados Unidos que, antes de la crisis del coronavirus, lleg¨® a tener cerca de 2.000 personas. Y con el que el presidente Joe Biden se ha propuesto acabar en los pr¨®ximos d¨ªas.
Como Josu¨¦, muchos de los migrantes del campamento hab¨ªan llegado a Estados Unidos para pedir protecci¨®n, pero fueron devueltos a M¨¦xico por los Protocolos de Protecci¨®n de Migrantes (MPP, por su sigla en ingl¨¦s), un programa implementado por la Administraci¨®n de Donald Trump por el que envi¨® al pa¨ªs vecino a m¨¢s de 71.000 solicitantes de asilo a esperar su oportunidad ante un juez. ?l, su esposa Yamaly Flores y los tres hijos de ambos, que ahora tienen 15, 10 y ocho a?os, fueron de los primeros en ser devueltos a Matamoros por ese programa en agosto de 2019. Y ah¨ª lleg¨® la espera, la incertidumbre y una situaci¨®n a que, pese a las carencias que viv¨ªan en su pa¨ªs de origen, nunca antes hab¨ªan enfrentado. Sin dinero, sucios despu¨¦s de pasar varios d¨ªas bajo custodia de las autoridades estadounidenses sin ba?arse, y desvelados, decidieron unirse a un grupo de migrantes que acampaba al lado del puente fronterizo.
¡°No exist¨ªan carpas, ba?os, comida, agua potable...¡±, recuerda Josu¨¦. ¡°Al var¨®n y las dos ni?as los met¨ªamos debajo de una banca de metal. Estuvimos dos semanas durmiendo en el puro cemento¡±. Lo de dormir es un decir porque los padres apenas pegaban ojo, preocupados por la seguridad de sus hijos al pasar la noche a la intemperie en un Estado, Tamaulipas, al que el Departamento de Estado de EE UU recomienda no viajar por considerar que tiene el m¨¢s alto nivel de riesgo, a la par de pa¨ªses como Siria.
¡°Despu¨¦s, en septiembre, empezaron a venir las ayudas [de ONGs] americanas: comida, agua, carpas, ropa, zapatos... y el campamento segu¨ªa creciendo con familias de MPP¡±, relata el migrante. Organizaciones de ambos lados de la frontera tambi¨¦n llevaron ba?os port¨¢tiles, aparatos purificadores de agua e instalaron las tiendas de donaciones. Con ellas lleg¨® el trabajo y el celular de Josu¨¦, con el que empez¨® a grabar sus denuncias.
Sus im¨¢genes y narraciones, que mandaba a periodistas y a organizaciones civiles de uno y otro lado de la frontera, eran una forma de protesta. Quer¨ªa mostrar c¨®mo, a solo unos metros de EE UU, se violaban los derechos de familias como la suya. ¡°Desde que regresamos, yo pude ver mucho racismo, mucha injusticia¡±, afirma. Si llov¨ªa o llegaba una ola de fr¨ªo, Josu¨¦ estaba con su tel¨¦fono mostrando lo que ten¨ªan que hacer los migrantes para protegerse del agua o las bajas temperaturas en sus carpas, si hab¨ªa alg¨²n cambio en las pol¨ªticas de migraci¨®n, sal¨ªa a reportar lo que hab¨ªa pasado e incluso entrevistaba a otros migrantes para obtener reacciones.
Sus v¨ªdeos se convirtieron en una ventana al mundo de c¨®mo, en medio de todas las adversidades, la vida se abr¨ªa camino entre los migrantes que llevaban meses varados, como una forma de resistencia frente a los mensajes que llegaban de Washington que tildaban a las familias centroamericanas de ¡°hordas de criminales¡±. Una de sus grabaciones, por ejemplo, es la del parto de Consuelo, una guatemalteca que dio a luz a su hija Andrea en el suelo de tierra del campamento, asistida por otras mujeres. Como migrante, Josu¨¦ llegaba donde los periodistas no pod¨ªan llegar, especialmente cuando, con la pandemia, el Instituto Nacional de Migraci¨®n de M¨¦xico, a cargo del campamento, cerc¨® el asentamiento con vallas y alambres de p¨²as.
Ya por entonces Josu¨¦ se hab¨ªa dado cuenta de que, si sus historias se conoc¨ªan, ser¨ªa m¨¢s f¨¢cil cambiar la situaci¨®n de los migrantes. ¡°Pude ver que, cuando ven¨ªan reporteros, hab¨ªa muchos cambios en el campamento. [Las autoridades] ven¨ªan a asear de ma?ana, andaban muy activos. Parec¨ªa que las cosas estaban bien, pero no era as¨ª¡±, afirma. ¡°Esa era la ¨²nica arma para defendernos, los v¨ªdeos¡±.
De los 18 meses que ha estado en Tamaulipas, dice que lo m¨¢s duro ha sido la sensaci¨®n de inseguridad en un campamento, donde, aunque nadie se atreve a decirlo en alto, todos saben que La Ma?a, el grupo criminal que controla esta zona de Matamoros, campa a sus anchas. ¡°Nunca he tenido yo una noche de descanso a pesar de que estoy viviendo en una carpa y que puedo ver estas vallas. No he tenido una noche de descanso tranquila¡±, le dijo Josu¨¦ a EL PA?S el pasado mi¨¦rcoles, el d¨ªa en el que se hizo un censo a los migrantes del campamento ¡ª750¡ª para implementar el plan de Biden de dejar pasar a todos los casos activos de MPP a Estados Unidos.
¡°Todav¨ªa no me ha tocado¡±, lamentaba Josu¨¦ el viernes, dos d¨ªas despu¨¦s del recuento. Al contrario que en d¨ªas anteriores, en los que se mostraba sonriente y feliz por saber que el final estaba cerca, estaba nervioso y desesperado al ver que todos los vecinos de su zona del campamento, donde viv¨ªan los que llevaban m¨¢s tiempo, ya hab¨ªan cruzado a EE UU y a su familia no le dec¨ªan nada. Pocas horas despu¨¦s, lanz¨® un nuevo v¨ªdeo grabado delante de la carpa que ha sido su casa en el ¨²ltimo a?o y medio: ¡°?Nos acaban de dar la noticia de que ma?ana nos vamos la familia Cornejo Flores. Ma?ana salimos!¡±. En la grabaci¨®n, todos tienen una sonrisa de oreja a oreja, salvo la mayor de las ni?as, G¨¦nesis, que llora de emoci¨®n.
Este s¨¢bado, los cinco cruzaron el puente internacional que une Matamoros con Brownsville (Texas), donde fueron recibidos con aplausos por las organizaciones que los han acompa?ado en el limbo mexicano. Su admisi¨®n a Estados Unidos no significa que su caso de asilo haya sido aprobado. Significa, simplemente, que tendr¨¢n derecho a lucharlo en condiciones m¨¢s dignas. Que sus hijos regresar¨¢n a la escuela despu¨¦s de casi dos a?os sin una educaci¨®n formal y que, por fin, podr¨¢n descansar bajo un techo y dormir tranquilos.
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