1994, el a?o que vivimos en peligro
Colosio me dijo que intu¨ªa que su relaci¨®n con el presidente ¡°no era la ¨®ptima¡±. Yo le suger¨ª que descartara esa impresi¨®n y que el ¡°no se hagan bolas¡± era la mejor evidencia
El domingo 28 de noviembre de 1993, a las 10 de la ma?ana, me llam¨® el presidente Carlos Salinas de Gortari, como hizo con todos los gobernadores del PRI. Ese d¨ªa, el partido hab¨ªa anunciado que su candidato presidencial ser¨ªa Luis Donaldo Colosio, el secretario de Desarrollo Social. Yo estaba por salir de la Casa de Gobierno estatal y tom¨¦ la llamada en un tel¨¦fono fijo. Salinas estaba exultante. Semanas atr¨¢s, el Senado norteamericano hab¨ªa aprobado la v¨ªa r¨¢pida para autorizar al presidente de Estados Unidos a negociar el Tratado de Libre Comercio con M¨¦xico y Canad¨¢, que entrar¨ªa en vigor el 1 de enero siguiente. Ten¨ªa una abrumadora mayor¨ªa de 320 diputados federales del PRI en la c¨¢mara y su ¨ªndice de aprobaci¨®n rondaba el 72%. Colosio, por su parte, hab¨ªa estado en Aguascalientes d¨ªas antes para encabezar una reuni¨®n sobre vivienda, el clima pol¨ªtico nacional era muy favorable y todo parec¨ªa una coreograf¨ªa ideal.
Casi el para¨ªso. O eso pensamos.
Como he relatado en un libro reciente, Colosio conoci¨® a Salinas en 1979, a trav¨¦s de Rogelio Montemayor. Ambos estudiaron econom¨ªa en el Tec de Monterrey y luego hicieron sus posgrados en el extranjero. Cuando Colosio regres¨® de Austria, donde hizo una estancia corta, Rogelio se lo present¨® a Salinas, que ya estaba en la Secretar¨ªa de Programaci¨®n y Presupuesto (SPP) como director general de Pol¨ªtica Econ¨®mica, con Miguel de la Madrid como titular. Colosio entr¨® de asesor. Tanto en la SPP, a la que lleg¨® como secretario en 1982, como en la Presidencia, Salinas sol¨ªa trabajar o tener varios grupos. Uno formado por sus coet¨¢neos de la universidad ¡ªManuel Camacho, Emilio Lozoya Thalmann, Jos¨¦ Francisco Ruiz Massieu, principalmente¡ª; el otro por economistas j¨®venes como Montemayor, Colosio o Jos¨¦ C¨®rdoba, y uno m¨¢s integrado por pol¨ªticos procedentes de otros c¨ªrculos como Patricio Chirinos y yo. Mi impresi¨®n es que les ten¨ªa especial aprecio a todos, aunque de distinta naturaleza.
Hacia 1985, Salinas, que ya estaba preparando su proyecto presidencial, impuls¨® a varios de ellos, como Colosio, a una diputaci¨®n federal, con la idea de que se fueran fogueando pol¨ªticamente por si la nominaci¨®n le favorec¨ªa. De todos, por quien Salinas ten¨ªa sin duda m¨¢s simpat¨ªa y afecto era por Colosio. De hecho, cuando yo regres¨¦ de trabajar en la embajada mexicana en Espa?a, en 1986, para ser oficial mayor de la SPP, Salinas me inst¨® a conocerlo, lo que hice r¨¢pidamente. Colosio hab¨ªa sido tambi¨¦n Director General de Programaci¨®n y Presupuesto Regional en esa dependencia, un ¨¢rea muy importante porque desde all¨ª se distribu¨ªan los recursos a los estados, de modo que era la ventanilla para los gobernadores, y adem¨¢s una posici¨®n de enorme confianza porque esa relaci¨®n con los caciques locales a la postre ser¨ªa muy importante. En suma, Salinas sent¨ªa aprecio real por Colosio ¡ªera un tipo que ca¨ªa bien a todo el mundo, sencillo, norte?o, sin pretensiones ni linajes¡ª y lo ve¨ªa como una especie de pupilo o hermano menor. Adem¨¢s, Colosio nunca compet¨ªa con nadie, estaba en su lugar, y no generaba anticuerpos de ning¨²n tipo.
Ya instalado en la presidencia, Salinas siempre tuvo claro que su candidato ser¨ªa Colosio pero, como era usual en la cultura pol¨ªtica de esos a?os, incluy¨® en su baraja otras opciones y las mov¨ªa dependiendo de las circunstancias. Las se?ales eran abundantes para los que quisieron verlas. Primero, lo nombr¨® coordinador de su campa?a y m¨¢s tarde presidente del PRI, y pese a la derrota en Baja California en las elecciones para gobernador de 1989 sus resultados al frente del partido entre ese a?o y 1991 fueron excepcionalmente buenos pues en las legislativas de este a?o el PRI arras¨®.
Fue el mejor momento electoral de Salinas, de Colosio y del PRI. Y el ¨²ltimo.
Salinas juzg¨® entonces que era la oportunidad para mandar a Colosio a otra ¨¢rea estrat¨¦gica ¡ªDesarrollo Social¡ª por tres razones al menos: gestionaba el gasto social, incluido el Programa Nacional de Solidaridad; trataba con los gobernadores de todos los partidos, y se supon¨ªa que all¨ª estaba el constituency de lo que, seg¨²n se especulaba, ser¨ªa la base para la reinvenci¨®n del PRI. En marzo de 1992, en el aniversario del partido, Salinas formula su tesis del liberalismo social, que daba soporte conceptual a lo que el gobierno intentaba hacer. Entre ese 4 de marzo y principios de abril, Colosio deja armadas las doce candidaturas para las elecciones de gobernador de 1992, entre ellas la m¨ªa, y el d¨ªa 12 llega a SEDESOL. Es decir, para principios de 1992 era obvio que ¨¦l ser¨ªa el candidato. No hab¨ªa otro miembro del gabinete que le compitiera. A Colosio se le prepar¨® a detalle y a conciencia.
La perestroika del PRI
Mucho se ha especulado sobre por qu¨¦ Colosio. Adem¨¢s de las observaciones descritas previamente, esa pregunta puede plantearse de otra forma. Casi todo el sexenio, a la luz de los ¨¦xitos del gobierno, se habl¨® de que se estaba haciendo una perestroika sin glasnost, que era la ret¨®rica binaria de moda entre algunos articulistas mexicanos tras la ca¨ªda del Muro y la desintegraci¨®n de la URSS. Tambi¨¦n era tema de conversaci¨®n que sal¨ªa en los encuentros de Salinas con otros mandatarios, y nadie sab¨ªa a ciencia cierta en qu¨¦ iba a terminar Gorbachov habiendo empezado por lo pol¨ªtico y no por lo econ¨®mico, en un momento en que la econom¨ªa sovi¨¦tica ya estaba hundida. El 4 de julio de 1991, por ejemplo, Salinas viaj¨® a Mosc¨², y en una larga sobremesa posterior a la cena que el l¨ªder sovi¨¦tico le ofreci¨® en la C¨¢mara de Facetas del Kremlin, el entonces embajador mexicano, Carlos Tello Mac¨ªas, le hizo en privado al presidente y a su comitiva un minucioso y bien informado an¨¢lisis de la coyuntura sovi¨¦tica. Sus conclusiones eran dram¨¢ticas o, mejor dicho, realistas. Mosc¨² estaba destrozada, sus luces apagadas y sus calles vac¨ªas. Vac¨ªas de vida. Aquello se desmoronaba.
Cuarenta y cinco d¨ªas despu¨¦s, en agosto, ocurri¨® el intento de golpe de Estado a Gorbachov lo que confirm¨® los temores de que no iba a poder manejar los dos procesos en paralelo. M¨¢s bien, primero hab¨ªa que estabilizar, modernizar y mejorar razonablemente la vida de la gente y luego proceder a la apertura pol¨ªtica porque iba a enfrentar a una nomenklatura que no quer¨ªa cambios, como la historia lo demostr¨®. ?se era el enfoque ¡ªy la apuesta¡ª de Salinas: si hab¨ªa crecimiento econ¨®mico y desarrollo social, los progresos democr¨¢ticos y las reformas pol¨ªticas ser¨ªan m¨¢s viables por a?adidura, m¨¢s graduales si se quiere por las resistencias dentro del viejo PRI, pero vendr¨ªan. Por una de esas coincidencias misteriosas, el mismo d¨ªa en que sucedi¨® el golpe en Mosc¨², se celebraron las elecciones intermedias en M¨¦xico con un resultado formidable para el PRI.
En ese contexto, Colosio era el m¨¢s indicado para llevar a cabo la siguiente generaci¨®n de reformas. La gestaci¨®n de su candidatura no fue miel sobre hojuelas. Exist¨ªa una hist¨®rica disciplina del PRI y las luchas internas eran reales, pero no cruzaban ciertas l¨ªneas rojas, o al menos no todav¨ªa. La posibilidad de que fuera Colosio era vista con escepticismo por el sector decadente del PRI, el del nacionalismo revolucionario, la empresa p¨²blica, la burocracia voraz y la corrupci¨®n, porque supon¨ªa la llegada ¡ªo con m¨¢s propiedad la prolongaci¨®n¡ª de una nueva generaci¨®n por formaci¨®n, edad y trayectoria. Eran los expertos ¡ªlos tecn¨®cratas¡ª y eso no le gustaba a la nomenklatura, a los residuos del echeverrismo que hab¨ªan controlado al PRI por a?os, a los personeros de lo que con el tiempo mut¨® en Morena. Adem¨¢s, Salinas se los dijo en 1988 cuando el d¨ªa de su elecci¨®n admiti¨® que se acababa la era del partido casi ¨²nico. Fue un balde de agua helada para los que hab¨ªan lucrado con el partido toda la vida. Y la derrota del PRI en Baja California, al a?o siguiente, con Colosio como dirigente nacional, fue, seg¨²n ellos, el testimonio de la rendici¨®n.
Se cuenta que algunos priistas de Baja California llegaron a amenazar con hacer un t¨²nel hasta el sitio donde estaban las boletas electorales para rob¨¢rselas o algo as¨ª. Desde la misma noche de estos comicios, Colosio le inform¨® telef¨®nicamente a Salinas que el PRI perd¨ªa, que hab¨ªa muchas presiones para no reconocer el triunfo del PAN porque no se pod¨ªa entregar un estado fronterizo al PAN y a la derecha mexicana, es decir, una reedici¨®n del ¡°fraude patri¨®tico¡± que al parecer oper¨® Manuel Bartlett en las elecciones de Chihuahua en 1986. Estaban enfurecidos y, claro, se lo reprocharon a Colosio, pero ¨¦ste se mantuvo firme, no hab¨ªa vuelta atr¨¢s porque los n¨²meros eran incontestables. Salinas apoy¨® su posici¨®n sin reservas.
En conclusi¨®n, Colosio siempre fue el candidato in pectore. ?Hab¨ªa otras opciones? S¨ª, sin duda, pero ninguna de la densidad que alcanz¨® Colosio en esos a?os. Por ejemplo, a Pedro Aspe le faltaba ambici¨®n y adem¨¢s ten¨ªa un perfil t¨¦cnico que no encajaba bien con el proyecto del liberalismo social, as¨ª que no era alternativa real. En cuanto a Manuel Camacho ¨¦l mismo liquid¨® sus posibilidades por varias razones. La primera es que siempre se exhibi¨® y se condujo con un aire de superioridad chocante frente al resto del gabinete, una suerte de primus inter pares. Sent¨ªa haber sido el artesano de la candidatura de Salinas y que ¨¦ste se la deb¨ªa; todo el tiempo criticaba lo que los dem¨¢s hac¨ªamos y presum¨ªa tener su propio juego. Practicaba esa costumbre desleal de que al terminar alguna reuni¨®n colectiva le ped¨ªa al presidente hablar unos minutos a solas y all¨ª intrigaba en privado lo que no se atrev¨ªa a decir en p¨²blico. Todas estas actitudes fueron minando sistem¨¢ticamente sus posibilidades.
Por ejemplo, el 21 de marzo de 1992, en un vuelo a Ciudad Ju¨¢rez, est¨¢bamos hablando el presidente y yo sobre los medios y sali¨® a la pl¨¢tica Camacho porque le dije que era un problema para la comunicaci¨®n que aquellos periodistas m¨¢s cr¨ªticos con el gobierno siempre encontraban refugio y aliento en el entonces jefe del departamento del Distrito Federal, que aparec¨ªa comprensivo y quiz¨¢ dadivoso, lo que afectaba la cohesi¨®n de nuestra estrategia. Salinas no se inmut¨® y dijo en voz alta: ¡°Acu¨¦rdate que nunca ha sido candidato quien se al¨ªa con los adversarios del presidente¡±.
Camacho hizo una mala lectura de las numerosas se?ales que suger¨ªan que no ser¨ªa candidato. La primera fue nombrarlo Regente de la capital en 1988 porque desde all¨ª lo inmovilizaba para hacer pol¨ªtica nacional. Camacho pens¨® que ir¨ªa a Gobernaci¨®n, y se qued¨® atrapado entre los dinosaurios ¡ªFernando Guti¨¦rrez Barrios, Carlos Hank, Jorge de la Vega, Bartlett, etc¨¦tera¡ª y los newcomers ¡ªtodos los dem¨¢s¡ª, y entonces labr¨® su espacio tratando de influir en el presidente a prop¨®sito de cualquier tema, sobre todo si no eran de su competencia, y haciendo aliados entre los opositores de todo pelaje.
Para ciertas cosas, Salinas s¨ª lo escuchaba porque sol¨ªa articular algunos asuntos con cierta originalidad, pero de all¨ª a que eso fuera el pasaporte seguro a la candidatura mediaba una constelaci¨®n de diferencia. Camacho nunca comprendi¨® esa l¨®gica y naturalmente se hundi¨® cuando supo que Colosio ser¨ªa el candidato. Nadie lo enga?¨®: conoc¨ªa las reglas del juego, jug¨® con ellas y cuando perdi¨®, las rompi¨®. Pero esta ruptura, como bien dijo un cercano colaborador suyo, no fue ni de lejos una crisis interna en el PRI sino un mero berrinche personal que, por lo menos para el parto de la candidatura, no signific¨® un problema mayor. En s¨ªntesis, nunca fue un contendiente verdaderamente de peso o por lo menos dej¨® de serlo en alg¨²n punto.
Atm¨®sfera t¨®xica
Los problemas, sin embargo, surgieron despu¨¦s del parto en un escenario inesperado: el levantamiento del Ej¨¦rcito Zapatista de Liberaci¨®n Nacional en Chiapas el 1 de enero de 1994. Aunque nadie sabe en qu¨¦ par¨® el zapatismo, la epifan¨ªa que pretendi¨® ser se frustr¨® y a nadie parece importarle, en aquellos d¨ªas el conflicto cre¨® una atm¨®sfera pol¨ªtica muy t¨®xica, desestabiliz¨® la campa?a de Colosio ¡ªo, mejor dicho, la percepci¨®n de la campa?a¡ª, e introdujo incentivos entre quienes vieron, en esa sacudida, una oportunidad: Camacho y la nomenklatura del PRI. Por un lado, abri¨® la puerta para que ¨¦ste reapareciera como el ¡°gran salvador¡±, y, por otro, los reflectores medi¨¢ticos dejaron de seguir la campa?a de Colosio y se concentraron, inevitablemente, en el conflicto. Salinas ha sido expl¨ªcito en su libro, M¨¦xico, un paso dif¨ªcil a la modernidad (2000) al relatar c¨®mo viv¨® el episodio y las decisiones que debi¨® tomar, entre ellas los cambios en el gabinete que por lo dem¨¢s, seg¨²n ha contado, convers¨® con el candidato del PRI.
El estallido de los Altos de Chiapas, a mi juicio, fue devastador para el presidente y para el gobierno, porque surgi¨® en un momento de gran relevancia y no estaba en el libreto. Pero la pol¨ªtica es la menos exacta de las ciencias. Y en ese sentido, en un momento de extrema necesidad, Camacho, que como ya dije verbalizaba los problemas con originalidad, debe haberle vendido al presidente algunas opciones que ¨¦ste, dada la situaci¨®n delicada, le compr¨®. Probablemente, bajo ese mismo estr¨¦s, no se calcularon bien los efectos colaterales, principalmente medi¨¢ticos, que tendr¨ªa designar a Camacho como Comisionado para la Paz. Esta decisi¨®n ¡ªexplicable si se quiere, dadas las circunstancias, pero err¨®nea al fin¡ª tambi¨¦n abri¨® una rendija ¡ªpero no la puerta¡ª para que en las siguientes semanas una mezcolanza de personajes del viejo priismo y de gente resentida con Salinas, con Colosio, con las reformas o con todo a la vez, olfatearan que algo se mov¨ªa, en lo que era m¨¢s una proyecci¨®n freudiana del deseo que una lectura compleja de la realidad.
Toda campa?a empieza de menos a m¨¢s. La de Colosio no fue la excepci¨®n, y como se vio espoleada por Chiapas y el protagonismo desleal de Camacho, la prensa pol¨ªtica empez¨® a esparcir el rumor de que no levantaba y que era floja, y, con una ayudada de los damnificados por esa candidatura, de plano empez¨® a circular la idea de que podr¨ªa haber un reemplazo. El 27 de enero, Salinas nos cit¨® a gobernadores, funcionarios, legisladores y l¨ªderes del PRI a un desayuno en Los Pinos en donde solt¨® su frase: ¡°No se hagan bolas, hay un solo candidato del partido, al que apoyamos todos y con ¨¦l llegaremos al triunfo¡±. No me queda claro c¨®mo o por qu¨¦ ese lance, pero Salinas ten¨ªa buen olfato as¨ª que dudo que alguien ¡ªColosio, por ejemplo¡ª se lo haya pedido.
Ese mismo d¨ªa, Colosio viaj¨® a Aguascalientes, y sobre las cuatro de la tarde lleg¨® a mi oficina de Palacio de Gobierno. Salimos a la calle y conversamos sentados en una banca de la plaza principal. Ten¨ªa un semblante serio, sombr¨ªo. Cuidadosamente, pero con apertura, me dijo que intu¨ªa que su relaci¨®n con el presidente ¡°no era la ¨®ptima¡±. Yo le suger¨ª que descartara esa impresi¨®n y que el ¡°no se hagan bolas¡± era la mejor evidencia. Registr¨® el comentario, pero creo que no se convenci¨® ni cambi¨® demasiado el rictus. Pienso que lo enrarecido de esos d¨ªas hab¨ªa alimentado su suspicacia. Sin darme detalles, a?adi¨® que pensaba hacer una reestructuraci¨®n de fondo en su equipo de campa?a.
Sin embargo, es posible que esta hip¨®tesis ¡ªla decisi¨®n de Colosio de hacer cambios¡ª haya generado celos en una parte de su equipo. As¨ª lo confirm¨® Ernesto Zedillo, coordinador de la campa?a, que el 9 de marzo le envi¨® una carta privada al candidato enunci¨¢ndole los problemas m¨¢s notorios: ¡°claras deficiencias en el equipo de campa?a. Calidad insuficiente en los recursos humanos, falta de coordinaci¨®n, inconsistencia acerca de la situaci¨®n que se enfrenta y un aprovechamiento ineficaz de las fortalezas del candidato¡±.
El problema de fondo era que Colosio ten¨ªa un equipo muy heterog¨¦neo y d¨¦bil ¡ªde hecho, varios equipos¡ª, carente de empaque y disciplina suficientes, elementos cr¨ªticos en una campa?a. Algunos se sent¨ªan los nuevos gerifaltes, otros se dedicaron a hacerle la vida imposible a Zedillo y a tratar de decapitarlo, y varios m¨¢s ya estaban pensando incluso en la siguiente sucesi¨®n presidencial. En esos c¨ªrculos hab¨ªa gente buena, otros muy mediocres, y algunos m¨¢s que le hicieron un da?o terrible a Colosio y a su campa?a, como Alfonso Durazo. Ellos pensaban que eran los propietarios ¨²nicos y exclusivos del candidato, del partido y de la campa?a; no se dieron cuenta de que la pol¨ªtica mexicana, y la pol¨ªtica a secas, es el arte de las alianzas, y, antes bien, empezaron a intrigar a medio mundo.
Este clima interno le provoc¨® enormes problemas a Colosio, y se convirti¨® en caldo de cultivo de rumores, especulaciones e inseguridades que afectaron la atm¨®sfera de confianza indispensable en todo proyecto electoral. Yo intu¨ª que, en ese instante tan delicado, Salinas ya hab¨ªa ensamblado los resortes psicol¨®gicos para orillar a Camacho a formular una definici¨®n sin ambig¨¹edades en el sentido de que no buscar¨ªa ser candidato ¡ªlo que efectivamente declar¨® el 22 de marzo¡ª y no quer¨ªa que, como pez enjabonado, con cualquier pretexto se le escapara de las manos.
Al d¨ªa siguiente, Colosio fue asesinado.
Y la historia cambi¨®
Como a las siete de la tarde estaba en el Palacio de Gobierno y me hablaron para decirme que balacearon al candidato. Llam¨¦ a algunos colaboradores para que me dieran m¨¢s informaci¨®n, pero todo era muy vago o borroso. ?Qu¨¦ hab¨ªa pasado? ?C¨®mo estaba Colosio? Horas m¨¢s tarde un vocero confirm¨® que el candidato hab¨ªa muerto. Apenas empez¨¢bamos a reponernos del movimiento en Chiapas; las complicaciones de la campa?a; las circunstancias pol¨ªticas fr¨¢giles, y de pronto, en cosa de minutos, ocurre el asesinato. Y la historia cambi¨®. Fueron meses en que no hubo tregua para nadie.
Para Salinas, la muerte de Colosio fue devastadora en todos los sentidos. La situaci¨®n de Chiapas estaba bajo control, as¨ª que el asesinato fue lo peor que pudo haber sucedido porque en perspectiva el balance del sexenio era excepcionalmente bueno. Todo esto ¡ªm¨¢s lo que vino despu¨¦s¡ª se transform¨® en una tragedia griega. Adem¨¢s, el presidente ten¨ªa que tomar decisiones y enfrentar una realidad muy cruel, pero inevitable y dura, que era retomar el control de los hilos del proceso pol¨ªtico. Por lo que s¨¦, Salinas empez¨® a recibir presiones de los cabecillas del viejo PRI que, todav¨ªa caliente el cad¨¢ver del candidato, vieron la oportunidad de asaltar el Palacio de Invierno y colocar a uno de los suyos como reemplazo. Luis Echeverr¨ªa, por ejemplo, se aperson¨® en Los Pinos sin previo aviso para proponer a Emilio Gamboa como candidato. Los gobernadores empezamos a recibir llamadas de todos, y las cosas pod¨ªan haberse salido de control. Salinas convoc¨®, a solas y por separado, a varias docenas de personas para preguntarnos nuestra opini¨®n sobre qui¨¦n deber¨ªa ser el nuevo candidato. Yo acud¨ª a Los Pinos el 26 de marzo y le entregu¨¦ un an¨¢lisis al presidente, con algunas ideas sobre la atm¨®sfera nacional, la correlaci¨®n de fuerzas y el perfil del sustituto.
Entiendo que Salinas pens¨® en Aspe pero no transit¨® porque estaba impedido constitucionalmente; tambi¨¦n en Francisco Rojas y creo que hasta en Fernando Solana, pero al final se decidi¨® por Zedillo. Como se ha documentado extensamente, el 28 de marzo el presidente cit¨® a las doce horas a los l¨ªderes del PRI y de las c¨¢maras, a los gobernadores y a otros m¨¢s en Los Pinos, convertido en sala de partos, y all¨ª se nomin¨® a Zedillo como candidato emergente.
El ambiente pol¨ªtico y medi¨¢tico de la Ciudad de M¨¦xico sigui¨® en franca descomposici¨®n. Salieron a relucir los peores rasgos de la condici¨®n humana, o, al menos, de la vena pol¨ªtica, en medio de una feria de rumores, denuncias y versiones disparatadas, as¨ª como un reparto de acusaciones y culpas. Por un lado, la pandilla del PRI hab¨ªa perdido la batalla en su pretensi¨®n de imponer a uno de los suyos, y, por otro, parte del equipo de Colosio se qued¨® en el desamparo y se instal¨® en el resentimiento: no s¨®lo se hab¨ªan esfumado sus ambiciones, sino que el sustituto fue el que menos quer¨ªan. No obstante, d¨ªas o semanas despu¨¦s, muchos de ellos acudieron sol¨ªcitos a entrevistarse con el presidente y de all¨ª obtuvieron candidaturas legislativas y cargos p¨²blicos.
A la distancia, tres d¨¦cadas despu¨¦s de aquellos d¨ªas tr¨¢gicos, dif¨ªciles y amargos, los hechos suelen verse m¨¢s n¨ªtidos y se tiene una perspectiva m¨¢s clara. Como ha sucedido hist¨®ricamente, los magnicidios suelen quedar registrados en el imaginario social como uno de esos eventos sobre los que siempre habr¨¢ opiniones encontradas, un tupido velo y, por consecuencia, nunca habr¨¢ conclusiones definitivas ni verdades absolutas o ¨²nicas. Si las hay, es poco probable que alcancen niveles altos de credibilidad a pesar de que, tras seis a?os de investigaciones (1994-2000) de los fiscales, la averiguaci¨®n del homicidio sumaba 174 tomos, 68 mil fojas con 293 anexos, y casi 2.000 declaraciones ministeriales de distintas personas . En esto, como en muchas otras cosas, la duda, el prejuicio y la sospecha parecen formar parte natural de la psicolog¨ªa colectiva, habituada a vivir m¨¢s c¨®modamente en la disonancia cognitiva entre los hechos y las creencias. Nada distinto ha ocurrido con el asesinato de Colosio.
Probablemente Colosio podr¨ªa haber representado la continuidad de un dise?o estrat¨¦gico de pa¨ªs, de r¨¦gimen pol¨ªtico y por supuesto de conservaci¨®n del poder. Pero sigue siendo un enigma el modelo de presidencia que Colosio habr¨ªa hecho, lo que cae en otro terreno, el de la historia contrafactual: c¨®mo habr¨ªan sido las cosas contrast¨¢ndolas con lo que realmente sucedi¨®.
En la historia pol¨ªtica de M¨¦xico, habituada a lo binario ¡ªbuenos contra malos, puros contra pecadores¡ª frecuentemente se pierden aspectos clave para entender las cosas. Dice un escritor de origen vietnamita que hay acontecimientos decisivos, como las guerras, que se libran dos veces: la primera en el campo de batalla y la segunda en el recuerdo. Y este es un enfoque indispensable para entender la l¨®gica que subyace en la pol¨ªtica y el poder, y para averiguar, documentar y examinar, con evidencia razonable, la forma como los l¨ªderes gestionan crisis, de modo que sea posible obtener denominadores comunes, extraer precedentes y entender mejor la historia. El conocimiento de este caso estuvo inundado de especulaci¨®n, o, mejor dicho, de elaboraci¨®n de lo que a algunos les habr¨ªa gustado; es decir, una reinvenci¨®n de deseos y expectativas o una ¡°proyecci¨®n¡± de deseos.
Nada m¨¢s que, como dice el historiador brit¨¢nico Edward Hallett Carr, ¡°interpretar el pasado, no es lo mismo que inventar el pasado¡±. Y es cierto.
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