¡®Auster¡¯idad
Lloro el humo de estrech¨ªsimos puritos holandeses que fumaba Auster en una esquina de Brooklyn, su traducci¨®n vital durante los a?os que hambre¨® sobre el paisaje de Par¨ªs y una provincia de Francia
La vera Austeridad naci¨® en el instante en que le¨ª las primeras p¨¢ginas de una de sus novelas al azar, a¨²n sin comprarla en la librer¨ªa de un aeropuerto en Nueva York, tan cerca de Brooklyn. A mi mujer le consta que ¡ªsalvo las calladas pausas para amarnos a 30,000 pies de altura sobre un oc¨¦ano¡ª aterrizamos siete horas despu¨¦s en Madrid con dos novelas del azar puro de Paul Auster le¨ªdas con adrenalina entre nubes y en la saliva la enrevesada Austeridad que hoy se vuelve llanto: hablo de la sana envidia unida a la admiraci¨®n instant¨¢nea, las ganas de editar inmediatamente ¡ªsi no es que borrar del todo¡ª las propias p¨¢ginas y ocurrencias que yo mismo intent¨¦ escribir en la primera novela que llev¨¢bamos en las manos para entregarla personalmente en la ventanilla de un Premio Internacional convocado en Madrid. Austeridad ante cualquier pretensi¨®n presumida, ante el bluff y las mentiras del mundillo ama?ado que circunda a la vera literatura y austeridad silente y honesta ante la responsabilidad que se debe de mantener ante las p¨¢ginas en blanco, ya por escribir o bien por leer.
Casi tres d¨¦cadas despu¨¦s parece que la lectura en aquel avi¨®n mantiene su voz intacta y en la soledad de ahora no ha cambiado un instante callado de esa noche en las nubes. Salvo que ahora lloro la ausencia de Paul Auster y otros vac¨ªos que intentan devorarme, se sostiene la Austeridad de mi profunda admiraci¨®n por sus letras, sus novelas y guiones cinematogr¨¢ficos, sus rojos cuadernos autobiogr¨¢ficos, sus entrevistas entreveradas de tanta vida y verdad, sus contados poemas y su vida entera de letras. Tres d¨¦cadas despu¨¦s, esa primera novela escrita qued¨® finalista del Premio en Madrid y sigue vigente su publicaci¨®n c¨ªclica, pero mejor y m¨¢s a¨²n sigue vigente y premiada la lectura y ahora relectura de Auster.
Ha muerto un inmenso escritor cuya filiaci¨®n a la gran literatura queda como guinda de Austeridad: leer con lupa incluso lo que se cre¨ªa le¨ªdo, escribir con pinzas incluso las palabras que parecen nimias o circunstanciales, hilar la trama al son de la m¨¢gica m¨²sica del azar y digerir el callado hilo de humo de los personajes que se vuelven palpables, los di¨¢logos que se escuchan por su prosa perfecta y la pausa pensante donde se imaginan las historias por venir. Paul Auster supo pulir todo esto y combinarlo con una mesurada y l¨²cida mirada casi estr¨¢bica por panor¨¢mica de la doliente y sangrienta, la feliz e impredecible realidad que nos ha tocado vivir.
Ha muerto Auster al tiempo que en las pantallas de las noticias arrestan con violencia la heroica resistencia de estudiantes en el campus de la Universidad de Columbia donde ¨¦l mismo resisti¨® intolerancias y sinraz¨®n para protestar en ese mismo campus la guerra de Vietnam y ha muerto Auster habiendo sobrevivido la muerte chiquita, la impensable o casi inimaginable tragedia del suicidio de su hijo adicto y la irracional muerte de su nieta, v¨ªctima por azar de la adicci¨®n de su padre y del horror del mundo y de que a veces el azar desafina.
Lloro sobre las novelas donde la m¨²sica del azar enredaba y desenmara?aba las tramas de la sincronicidad incre¨ªble y los corredores invisibles de las vidas que avanzan p¨¢gina por p¨¢gina y lloro sobre la imagen poli¨¦drica de la figura paterna como retrato del instante en que a todos se nos inventa la soledad y lloro sobre una m¨¢quina de escribir al ¨®leo, con plastas de pintura como merengues congelados sobre las teclas donde un artista cuaj¨® todos los mundos posibles para bien de la imaginaci¨®n y de la memoria ajenas. Lloro sobre las hermosas fotograf¨ªas de su rostro y la ¨²nica firma que conservo de ese mago al que termin¨¦ por conocer cuando incluso ya se hab¨ªa publicado mi segunda novela e inexplicablemente, llegu¨¦ con una hora de anticipaci¨®n a una de sus multitudinarias presentaciones programada en el C¨ªrculo de Bellas Artes de Madrid. Diez a?os despu¨¦s de haberlo le¨ªdo por primera vez en un avi¨®n, el azar dict¨® que ¨¦l mismo se despistara y llegara con una hora de espera a su propia presentaci¨®n: antes de que conversara con un autor espa?ol con botas vaqueras, Auster me concedi¨® el milagro de caminar por las calles circundantes al C¨ªrculo de Bellas Artes ¡ªpor enfrente de una peque?a librer¨ªa entra?able, a las puertas del sueco hotel donde lleg¨® a dormir Hemingway y tanto aroma de Madrid viejo- hablando del azar que nos une, la feliz uni¨®n indisoluble con la pluma en ristre y la p¨¢gina poblada diariamente por palabras que se hilan para narrar mundos siempre mejores aunque el azar llegue a desafinar.
Lloro el humo de estrech¨ªsimos puritos holandeses que fumaba Auster en una esquina de Brooklyn, su traducci¨®n vital durante los a?os que hambre¨® sobre el paisaje de Par¨ªs y una provincia de Francia, sus andanzas por los c¨ªrculos conc¨¦ntricos de la memoria y ese laberinto andante que forma sobre Manhattan el paseante personaje de su tinta que se cruza sin querer con el habitante enloquecido del Palacio de la Luna en un sereno mon¨®logo de tanta buena literatura que ahora se convierte en relectura no sin nostalgia, aunque se asegura el agridulce azar de que hoy mismo nazca el siguiente lector de Paul Auster.
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