La Chingada
Lamento informar al ¡®ching¨®n¡¯ apoltronado en el viejo Palacio del Poder que no todo M¨¦xico se va a la chingada con ustedes
La palabrota se impone por la ocurrencia vulgar y nada simp¨¢tica de ser el destino aparente de Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador en cuanto deje de ser presidente de la Rep¨²blica Mexicana. ¡®La Chingada¡¯ es el nombre del rancho humilde en la selva donde el hombre piensa colgar su hamaca y se ha vuelto m¨¢s que atinada met¨¢fora del deseo de millones de mexicanos para un viaje sin retorno, sin negar que otra mitad se resigna a que parece que el hombre no se va a ning¨²n lado y que la Chingada es en realidad el lugar sin l¨ªmites, la geograf¨ªa de mediada por el crimen organizado, el pa¨ªs entregado en bandeja a los militares, la suma nefasta de miles de muertos y desaparecidos, el simulacro encubridor de la d¨¦cada dolorosa de Ayotzinapa, la verg¨¹enza infinita de fingir un zarandeo en un vag¨®n en un tren inexistente hacia un aeropuerto vac¨ªo, la estulticia innecesaria de rasgar el paisaje de la pen¨ªnsula maya con un trenecito en c¨ªrculo como maqueta de Disneylandia y el apenitas de una refiner¨ªa llamada Dos Bocas en un pa¨ªs con miles de bocas abiertas, huecas o muertas en calaveras de cristal.
Est¨¢ de la chingada la cifra de una deuda p¨²blica impagable que ya heredamos a nuestros nietos en papel verde olivo y se ha chingado el sentido com¨²n con contagio y herencia de necedades de dolorosa distracci¨®n: no invitar a un Jefe de Estado por no haber respondido a una pinche carta populista y enga?osa, al tiempo que se invita con alfombra roja a un dictador tropical que se niega a revelar p¨²blicamente las actas de una elecci¨®n robada y otros tropiezos nos son m¨¢s que remolinos de la misma chingadera. Es una chingaderita vergonzosa que miles de mexicanos aprovechen el desmadre para denostar a la monarqu¨ªa constitucional de una pen¨ªnsula cuyo pedo mon¨¢rquico es un pendiente y problema exclusivamente discutible, corregible y enmendable dentro de su propia democracia por los propios peninsulares; el rey y su figura es asunto de su reino y no de la falsa impostura de quienes se creen herederos de Tetlepanquetzatl llevando apellidos de un guardia civil de Cantabria que ech¨® ra¨ªces insulsas en Tabasco.
Ha de ser muy desconcertante habiendo sido ¡®ching¨®n¡¯ dirigirse encorvado y decr¨¦pito hacia la hamaca en La Chingada, no sin antes se?alar con el ¨ªndice al v¨¢stago ¡®chingoncito¡¯ que releva todas las chingaderas en el chingado ¡°movimiento¡± o partido o proyecto de su poder y fertilizar una horda diversa de chingaqueditos y chingoncitas que recitan de memoria el sentido que intenta disfrazar que en muchos frentes ya nos chingamos: delegar y abanderar al omn¨ªmodo poder militar en trenes, aeropuertos, aduanas, puentes, carreteras (mas no en labores de defensa nacional o combate al crimen organizado) ¡®no¡¯ es militarizar seg¨²n el credo de la ¡®gorda¡¯ o congraciar con la madre de un gran capo y consentir a su prole no estrecha simpat¨ªa alguna con el ¡®mal¡¯ o el crimen organizado y abrazar como correligionarios a una familia delincuencial de pederastas y antiguos adversarios no es traici¨®n alguna, sino la aplanadora imparable de la ¡®chingada¡¯ que nos lleva¡ ?a todos?
Lamento informar al ¡®ching¨®n¡¯ apoltronado en el viejo Palacio del Poder que no todo M¨¦xico se va a la chingada con ustedes. Hay un M¨¦xico de ni?as que se preocupan por el list¨®n de la trenza al tiempo que intentan cumplir con la tarea incre¨ªble velada de adoctrinamiento coreano con la que han imantado los nuevos libros de texto y hay un M¨¦xico de anciana que respira apenas con un tanque de ox¨ªgeno al d¨ªa, harta de la inundaci¨®n de noticias sobre inundaciones de aguas negras y r¨ªos de sangre y hay un M¨¦xico de millones de trabajadores honestos y obreros calificados y alba?iles en rampas de madera que nada tienen que ver con tanta chingadera ret¨®rica e ideol¨®gica falsa y enrevesada donde los que se creen chingones enredan La Luz del Mundo con los Evangelios Can¨®nicos, la peor canci¨®n de Silvio con salmos evang¨¦licos manchados del color vino tinto de manto o faldita guadalupana tatuada con la directa alusi¨®n a la madre morenita o morenista y el tartamudeo de los prolongados silencios en las ma?anas sopor¨ªferas y el dato curios¨ªsimo de Mussolini llamado Benito por Ju¨¢rez como si fuesen ambos pastorcitos a su manera y en la enrevesada entendedera chingonsic¨¦rrima de gazapos y caprichos y el dengue en Dinamarca y el d¨ªa que le dijo ¡°Presidenta Kamala¡± en la puerta de Palacio a la vicepresidenta Harris quiz¨¢ como prof¨¦tica traici¨®n a la linda amistad que se finc¨® con el nefando ching¨®n naranja de pelos de elote que nos odia tanto como los odios con los que se destilaban amenazas a periodistas al tiempo que se abr¨ªan las conferencias madrugadoras al circo imperdonable de t¨ªteres afines.
Octavio Paz public¨® en 1950 El laberinto de la soledad donde esboza un retrato al ¨®leo po¨¦tico sobre la ¡®chingada¡¯. El ¨²nico mexicano Premio Nobel de Literatura (que por lo mismo quiz¨¢ ahora merezca desprecio macuspano precisamente sin fundamento) borda en un p¨¢rrafo vigente que ¡°Cuando decimos ¡®vete a la Chingada¡¯ enviamos a nuestro interlocutor a un espacio lejano, vago e indeterminado. Al pa¨ªs de las cosas rotas, gastadas. Pa¨ªs gris, que no est¨¢ en ninguna parte, inmenso y vac¨ªo.(¡) La Chingada, a fuerza de uso, de significaciones contrarias y del roce de labios col¨¦ricos o entusiasmados, acaba por gastarse, agotar sus contenidos y desaparecer. Es una palabra hueca. No quiere decir nada. Es la nada¡±. Pues all¨ª merito cuelgue Vuesa Merced su hamaca y sobreviva la vejez del olvido, de cuando el pueblo bueno (que efectivamente no es nada pendejo y no se anda con chingaderas) a¨²lle en sus pesadillas de 200 mil almas en pena, del cobro de tanta d¨¢diva simulada, de la revelaci¨®n de todas las chingaderas y chingaderitas al ritmo del antiguo himno del PRI en Tabasco.
Repito: el no-lugar de la real Chingada a donde ¡®uno¡¯ ha decidido enviarse a s¨ª mismo, quiz¨¢ subrayando la sensaci¨®n de que todo M¨¦xico se va ut¨®picamente a ese lugar vac¨ªo choca dram¨¢ticamente con la verdad inapelable de los muchos M¨¦xicos que no s¨®lo no se han ido ni se ir¨¢n a su Chingada, sino que se quedan en la grandeza incuestionable de nuestra literatura y en los paisajes pintados, en la sonrisa de los ni?os que ya ni sabr¨¢n su nombre o apodo apenas pase una generaci¨®n y en la m¨²sica intemporal cada vez que un pajarero silba por la tarde o el trino de un trompetista que se une al mariachi y cada vez que un verso se recrea en la maravillosa flora y fauna del verdadero para¨ªso lejano a su chingada hamaca y cada vez que las r¨¦moras intenten graznar de memoria las consignas huecas y las promesas falsas y no todo est¨¢ de la chingada si se mira con buenos ojos la voluntad suprema de los millones de mexicanos que a diario elevan la vida con una luminosidad en la piel y en la yema de los dedos tan pero tan ajena al estercolero de la politiquer¨ªa p¨²trida con la que se quiso chingar absolutamente todo.
En su ensayo, Paz empieza por recordar que la Chingada es ¡°ante todo, la madre. No una madre de carne y hueso, sino una figura m¨ªtica. La Chingada es una representaci¨®n mexicana de la Maternidad, como la Llorona o la ¡®sufrida madre mexicana¡¯ que festejamos el diez de mayo. La Chingada es la madre que ha sufrido, metaf¨®rica o realmente, la acci¨®n corrosiva e infamante impl¨ªcita en el verbo que le da nombre.¡± C¨ªclicamente se confirma en M¨¦xico la vida misma del pret¨¦rito. Como observ¨® Jos¨¦ Moreno Villa, aqu¨ª sigue vivo Cort¨¦s y Motecuhzoma, Maximiliano y Victoriano Huerta y tantos fantasmas de todos los sabores y bandos¡ y basta que un Ching¨®n resucite su personal¨ªsimo problema con la figura paterna (o la del abuelo) de sus propios apellidos y se sienta Cacama (por haber sido coronado con unos panes envueltos en pl¨¢stico) y ante la imperiosa necesidad de distraernos de la Guerra Incivil en Sinaloa, repito que basta que un demente intente dirimir su resentimiento ortogr¨¢fico ante sus apellidos y ancestros y basta que en delirio se crea heredero directo del Tzompantli (cr¨¢neos frescos alineados en barras), en sacrificios de corazones latentes con pedernal u obsidiana y el aut¨¦ntico pozole con tibia y peron¨¦¡ en fin.
Deseo que el que se vaya a La Chingada no insista en suponer que todo M¨¦xico se va con ¨¦l a tan siniestro destino y deseo de coraz¨®n que la hist¨®rica oportunidad de pintar una raya, cambiar de p¨¢gina e inaugurar una nueva definici¨®n de la figura materna, de la grandeza femenina (mas no feminista silenciada o vallada) se distinga por sentido com¨²n, m¨¦todo cient¨ªfico y olvido de tanta chingadera; deseo que la presidenta deslinde y decida, declare y determine y decline heredar m¨¢s berrinches de cartitas necias o corazonadas psic¨®ticas y que por nada del mundo sea chingada de ninguna manera porque de lo contrario, ah¨ª s¨ª ya nos chingamos.
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