Una cama inc¨®moda
Es voluntad ¨ªntima, inalienable e inapelable la posibilidad de que alguien me vea en pa?os menores, desnudo o dormido, y que es absurdo que se me eche a la calle en b¨²squeda de un posible pesebre donde pueda releer a Maupassant
Casi inexplicablemente me rondaba desde hace d¨ªas el fantasma de Guy de Maupassant. La vieja imagen de sus bigotes en ristre como gancho para armadura literaria y su mirada vidriosa: morsa de prosa pura. Record¨¦ que en un in¨²til taller literario de hace muchos a?os nos encomendaron comentar el cuento Bola de sebo (Boule de Suif) quiz¨¢ el relato mejor conocido de Maupassant y no olvido que alg¨²n gracioso insinu¨® que el t¨ªtulo podr¨ªa convertirse en apodo para mi obesa persona, sin leer ni saber que el t¨ªtulo se refiere en realidad al apodo que recibe una muy maquillada dama de la vida galante que viaja en diligencia huyendo de la Francia ocupada por prusianos. Ya que de meretriz no tengo ni he tenido ni sombra o r¨ªmel, el cuento fue comentado no como posible apodo m¨ªo sino como aut¨¦ntica joya de la concisi¨®n y elegancia, la insinuaci¨®n y revelaci¨®n perfecta del agridulce sabor de la solidaridad mal agradecida, de la hipocres¨ªa y el silencio de los compa?eros pasajeros de la diligencia con la prostituta de sebo que ¡ªresignadamente samaritana¡ª salva sus vidas al entregar su cuerpo a un oficial prusiano a cambio del salvoconducto de la carreta, sus tripulantes y su di¨¢spora.
Hasta hace 24 horas ca¨ª en la cuenta de que la sombra del gran cuentista franc¨¦s me rondaba la mente porque ¡ªrepito: casi inexplicablemente¡ª la memoria dictaba no el cuento de la Bola de Sebo, sino el brev¨ªsimo cuento titulado Una cama inc¨®moda. En ¨¦l se narra en primera persona las tribulaciones y pendencias de un joven que llega a una casa de campo en el paisaje franc¨¦s para reunirse con un grupo de amigos que lo han invitado con el pretexto de pasar solaz y de paso cazar perdices o siervos. El narrador confiesa que desde que llega a la casa de campo presiente un tufo de broma pesada, como si oliera que sus compa?eros le han estado preparando una befa dolosa para re¨ªrse a sus costillas o como si sus colegas quisieran colgarle de apodo el mote de una gorda prostibularia.
En Una cama inc¨®moda el narrador presiente que ser¨¢ v¨ªctima de un pastelazo, tropez¨®n o cubetada repentina de agua helada en cada una de las carcajadas y celebraciones (exageradas) con las que lo reciben sus compa?eros, ya previamente instalados en la casa de campo y sus p¨¢rrafos conllevan una sigilosa preocupaci¨®n por adelantarse a la bromita: se fija en los detalles donde sus colegas podr¨ªan haber tendido trampitas e incluso, ya encerrado en la habitaci¨®n donde le toca dormir, duda entre dejar todas las velas encendidas (para evitar un asalto en la oscura madrugada) o rebuscar entre los cortinajes y debajo de las almohadas (como si le hubiesen dejado una ara?a para taquicardia instant¨¢nea)¡ y termina por bajar el colch¨®n de la cama, tenderla en medio de la habitaci¨®n (coloc¨¢ndola m¨¢s cercana a la puerta) y apagar toda vela con la confianza de que ¡ªsi acaso¡ª piensan hacerle la broma de madrugada, sus amigos se topar¨ªan sobre un armaz¨®n vac¨ªo.
Con la maestr¨ªa de medir palabras de Maupassant el relato concentra el hecho del lecho, la raz¨®n de que este cuento se titule precisamente Una cama inc¨®moda al cerrarlo con el entra?able y sencillo broche de oro con el que narra que el sue?o del narrador se siente de pronto sacudido por el golpe de un cuerpo que le cae encima en medio de la oscuridad. El narrador extiende una mano en desesperaci¨®n y toma bruscamente lo que parece un flaqu¨ªsimo brazo de puro hueso, al tiempo que se escurre sobre su cara una l¨ªnea de l¨ªquido caliente que podr¨ªa haber sido sangre¡ si no es que se descubre que era nada menos que el caf¨¦ o th¨¦ que se derrama desde la charola que ha volcado el delgad¨ªsimo mayordomo de la finca que hab¨ªa entrado a la habitaci¨®n del invitado con el desayuno presto.
El cuento termina con la moraleja de que habiendo presentido que sus amigos le preparaban una broma pesada o befa imperdonable es nada menos que el propio narrador quien ha provocado el incidente con el que se r¨ªen todos por la ocurrencia de haber movido el colch¨®n en ¨¢nimo previsor innecesario.
Una cama inc¨®moda me rondaba la memoria desde ayer porque la vida me depar¨® una sincron¨ªa desagradable en la contundente y palpable realidad. Sucede que luego de no pocas noches en un hostal ¡ªno de campo ni de caza, sino acogedor y familiar¡ª mis rondas de insomnio y el ciclo de descalabros volvieron a encorsetarme el ¨¢nimo (o des¨¢nimo). Sin previsi¨®n alguna y sin sospecha de que una pesada irrealidad podr¨ªa asestarme una cachetada, el insomnio me llev¨® nuevamente a navegar la madrugada en p¨¢rrafos ¡ªpropios y ajenos¡ª hasta resignarme a un golpe de melatonina al filo del amanecer.
En la duermevela ya matinal sent¨ª que una sombra hab¨ªa entrado a la habitaci¨®n y sin abrir los p¨¢rpados jur¨¦ haber escuchado ruiditos al filo de la cama otrora c¨®moda. Por la melatonina y su posible efectividad no ca¨ª en el sue?o que esperaba, sino en el necio enredo de suponer que mis fantasmas parec¨ªan impedirme un posible descanso y en esa tribulaci¨®n flotaba estaba cuando con los ojos entrecerrados volv¨ª a sentir la presencia de alguien al filo de mi ya inc¨®moda cama¡ y en penumbra confirm¨¦ que se trataba no del mayordomo con el desayuno, sino del chofer del hostal, ilumin¨¢ndose apenitas con la brev¨ªsima luz de su telefonito para jurgonear con el tel¨¦fono que ocupaba la mesa camilla a mi lado.
Debido a que suelo dormir como Tarz¨¢n o quiz¨¢ debido a un pavor de violonchello cinematogr¨¢fico, me qued¨¦ helado y solo abr¨ª los ojos cuando el chofer me dio la espalda para salir de la habitaci¨®n, aparentemente sigiloso y sin los ruiditos que en realidad me hab¨ªan espabilado. Me levant¨¦, me vest¨ª y me encontr¨¦ al falso fantasma en la cocina del hostal y sin filtro y quiz¨¢ mucha imprudencia de mi parte le espet¨¦ que hubiese sido mejor que me despertara, que no hab¨ªa pretexto v¨¢lido para haber entrado en una habitaci¨®n donde dorm¨ªa un hu¨¦sped (a menos de suponer un deceso) y con altivez esquiva el individuo argumentaba como justificaci¨®n que hab¨ªan llegado los t¨¦cnicos de la compa?¨ªa telef¨®nica¡ ?Acaso una posible emergencia telef¨®nica justifica que alguien entre sigilosamente a una habitaci¨®n donde se ha comprobado que duerme (vivo y no muerto) un hu¨¦sped encuerado?
?No es una falta de sentido com¨²n y de m¨ªnimo criterio racional asumir que si no responde el dormido, pero se confirma que duerme, no hay pretexto ni motivo ni salvoconducto para que entre un Fulano Ajeno al ¨ªntimo espect¨¢culo o semi-revelaci¨®n en penumbra de la anatom¨ªa (sea de bola de sebo o no) de un trasnochado y desvelado incauto que intentaba dormir sin molestar los horarios normales de la gente normal que dirige y rige el hostal de la ahora inc¨®moda cama?
El colmo del cuent¨ªnimo ahora ligado al recuerdo del cuento brev¨ªsimo de Maupassant es que al quejarme con la anciana demente y due?a del hostal tuve a bien intentar defender mi intimidad y confirmar que al encarar a su chofer (que no mayordomo con charola) le dije directamente a los ojos evasivos que era un pendejo. La palabrota provoc¨® la irascible explosi¨®n de la hostalera y un ataqu¨¦ psic¨®tico que incluy¨® definirme como ¡°desgraciado, malagradecido, jijo de la perdici¨®n¡±¡ y correrme del hostal.
Releyendo a Maupassant concluyo que no insult¨¦ al intruso, que inadmisible e injustificadamente se meti¨® en la habitaci¨®n donde yo intentaba a deshoras dormir encuerado. No es insulto la palabra pendejo cuando no es m¨¢s que descripci¨®n o perfecto adjetivo calificativo para quien acaba de cometer una pendejada y lo mismo se aplica a la incongruencia de insultar desaforadamente a quien supuestamente ha insultado a un intruso ?en defensa del intruso y su pendejez!
Concluyo tambi¨¦n que es voluntad ¨ªntima, inalienable e inapelable la posibilidad o antojo de que alguien me vea en pa?os menores, desnudo o dormido y que es absurdo el desahucio y descalabro con el que se me ha echado a la calle... en b¨²squeda de un posible pesebre donde pueda releer a Maupassant y navegar a deshoras sin el m¨ªnimo temor de que alguien entrar¨¢ en plena oscuridad creyendo no despertarme.
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