Defender la democracia, recuperar la virtud
Para luchar contra las derivas autoritarias que nos amenazan debemos actuar en dos frentes: en las instituciones, reforzando el respeto a la Constituci¨®n; en la ciudadan¨ªa, frenando la injusta desigualdad
Nadie ignora que estamos insertos en una crisis global de la democracia y que se hace m¨¢s necesario que nunca defenderla de sus enemigos. Las impactantes im¨¢genes del descabellado asalto al Capitolio, coraz¨®n democr¨¢tico de la primera potencia, y los reiterados intentos de Donald Trump por permanecer a toda costa en el poder nos trasladan a momentos pret¨¦ritos que cre¨ªamos enterrados y, sobre todo, a posibles repeticiones de momentos futuribles que arrojan m¨¢s incertidumbre si cabe a nuestro horizonte.
No hay que cruzar el Atl¨¢ntico para comprobar esta realidad, puesto que ya la tenemos en la casa com¨²n que es Europa. Polonia o Hungr¨ªa suponen un reto may¨²sculo para la democracia del viejo continente por cuanto sus derivas autoritarias afectan no s¨®lo a sus ciudadanos, sino tambi¨¦n al conjunto de la ciudadan¨ªa de la Uni¨®n Europea al participar dichos pa¨ªses en la toma de decisiones que, desde el nivel supranacional, terminan aplic¨¢ndose al resto de Estados.
La singularidad de esta crisis actual de nuestras democracias, que la diferencia de las anteriores, es que los impulsos que tienden a derribar su arquitectura no provienen de fuera, de elementos ex¨®genos, sino desde el interior de los propios procesos representativos. As¨ª lo han visto Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su libro C¨®mo mueren las democracias, donde aclaran que antes mor¨ªan por golpes de Estado o por revoluciones y que ahora agonizan en los resultados de las urnas. Nos podr¨¢n gustar o no Trump, Orb¨¢n, Putin, Kaczynski (hoy Duda), Salvini o Bolsonaro, pero fueron elegidos por sus ciudadanos y, en algunos casos, con abrumadoras mayor¨ªas. ?Tienen pretensiones antidemocr¨¢ticas y menoscaban con sus pol¨ªticas, de manera anunciada y manifiesta, el Estado de derecho? Naturalmente que s¨ª, pero aun as¨ª se les vota, y a veces con plena conciencia de esta afirmaci¨®n y con orgullo de ir supuestamente contra el sistema establecido. Por ello creemos que, si queremos de verdad proteger los paradigmas liberal-representativo y democr¨¢tico-social que hasta ahora ven¨ªan presidiendo nuestros sistemas pol¨ªticos, los ciudadanos debemos actuar fundamentalmente en dos ¨¢mbitos que a¨²nen la mejor ra¨ªz del liberalismo con el ¨ªmpetu transformador de lo pol¨ªtico.
Primero, por arriba (en el marco jur¨ªdico e institucional), necesitamos reforzar la idea misma de constituci¨®n como marco en el que cabemos todos. Al acusar sistem¨¢ticamente de inconstitucionales las medidas y pol¨ªticas del oponente, los pol¨ªticos prostituyen el texto fundamental, reclam¨¢ndolo como propio y excluyente a la manera de las catastr¨®ficas constituciones partidistas del siglo XIX espa?ol. Debemos tambi¨¦n fortalecer urgentemente las instituciones propias del Estado de derecho y la funci¨®n de limitaci¨®n del poder que debieran desempe?ar. La esclerotizaci¨®n a que han condenado los partidos el funcionamiento de ¨®rganos como el Tribunal Constitucional y el Tribunal de Cuentas, y particularmente el Consejo General del Poder Judicial o RTVE, con los soeces repartos de cuotas y la cooptaci¨®n de sus cargos principales, ha de dar paso a una mayor lealtad de la clase pol¨ªtica para con la finalidad misma para la que aquellos fueron dise?ados.
No se nos oculta un enorme desaf¨ªo al respecto: los responsables de las patolog¨ªas descritas son sobre todo los propios partidos, por lo que no nos podemos hacer demasiadas ilusiones. No es muy previsible que el remedio a una situaci¨®n surja de quien la ha causado y se beneficia de ella. M¨¢xime cuando, como escrib¨ªa Tom¨¢s de la Quadra en esta misma tribuna, en Espa?a ya ha habido muchas ¡°primeras veces¡± en las que se han traspasado las l¨ªneas rojas de la convivencia democr¨¢tica, sin que ¡ªa?adimos nosotros¡ª parezca haberse producido arrepentimiento ni tampoco reproche ciudadano o medi¨¢tico.
Segundo, y por abajo (es decir, en el sustrato mismo de la democracia, en la ciudadan¨ªa), se precisa cuanto antes reconstruir los lazos de copertenencia que dan sentido a la comunidad pol¨ªtica. Aqu¨ª el reto es doble, puesto que son dos los problemas principales que nos encontramos. En primer lugar, el abandono de la mayor¨ªa de mecanismos redistributivos del Estado social ha amparado, y lo sigue haciendo, un incremento de la desigualdad que profundiza la inseguridad y la incertidumbre en capas cada vez m¨¢s extensas de la poblaci¨®n. Desde hace mucho se sabe que el aumento de las desigualdades genera exclusi¨®n y fractura social, y es caldo de cultivo, aunque no el ¨²nico, del descontento y de los populismos autoritarios. De modo que se hace perentorio recuperar el potencial interventor del Estado para combatir las causas de la desigualdad entendida como injusticia, lo que a estas alturas pasa necesariamente por reforzar los espacios de integraci¨®n pol¨ªtica y de regulaci¨®n supranacional, como la Uni¨®n Europea, que deber¨ªan ser capaces de frenar las estrategias de dumping social planteadas por el capital privado transnacional.
El otro reto ¡°desde abajo¡± consiste en reconstruir el antiguo demos, hoy fragmentado por un individualismo compulsivo que impide enarbolar adscripciones simb¨®licas comunes y la identificaci¨®n mayoritaria con un proyecto conjunto. Un individualismo que alcanza l¨ªmites insospechados por la tiran¨ªa actual de la hiperconectividad de las nuevas tecnolog¨ªas, cuyo mal uso promueve las esferas de autorreferencialidad, de reafirmaci¨®n de los propios prejuicios y de ausencia casi total de concentraci¨®n, sosiego y esp¨ªritu cr¨ªtico. Esto no s¨®lo afecta a la calidad de la educaci¨®n de los futuros ciudadanos, sino tambi¨¦n, y como ha visto Sherry Turkle en su libro En defensa de la conversaci¨®n, a los antiguos procesos y marcos de empat¨ªa. La incapacidad hoy de mucha gente de ponerse en la situaci¨®n y en la perspectiva de quien no piensa como ellos es sintom¨¢tica, nos dice la autora, de una tecnologizaci¨®n de las relaciones que son cada d¨ªa menos sociales y m¨¢s inestables. Ello conduce a que el pacto y la transacci¨®n pol¨ªticas, que debieran ser normales en democracia, sean a menudo vistos como una traici¨®n o una componenda m¨¢s que como beneficio para la cosa p¨²blica. Frente a la actual amalgama de individuos l¨ªquidos, siguiendo la certera adjetivaci¨®n de Bauman, necesitamos construir ciudadanos socialmente comprometidos, pol¨ªticamente activos y decididamente bien informados. Y para ello tenemos tambi¨¦n que desenterrar la antigua virtud del republicanismo, el de Cicer¨®n, Vico o Hannah Arendt, la que proviene de una educaci¨®n en conocimientos que haga que la ciudadan¨ªa sea consciente del papel que ha de jugar en el mantenimiento del bien com¨²n y de la comunidad a la que pertenece.
Pese a todo, ante las crecientes decepciones de los l¨ªderes occidentales, ante el individualismo obsceno y ante la instantaneidad tecnol¨®gica que dificulta la empat¨ªa y fomenta el rechazo hiperb¨®lico, insistamos en lo obvio: recuperemos el compromiso con lo p¨²blico y el valor de la palabra, recuperemos la esencia y el valor de la democracia. No hacerlo, o no intentarlo, significar¨ªa, como sombr¨ªamente ha escrito Juan Luis Requejo en La agon¨ªa de la democracia, llevarla al final de su historia.
Gabriel Moreno Gonz¨¢lez y Miguel Beltr¨¢n de Felipe son profesores de Derecho en las Universidades de Extremadura y de Castilla-La Mancha, respectivamente.
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