No podemos m¨¢s
Cuando quien est¨¢ en el poder habla como si estuviese fuera, produce una grave distorsi¨®n democr¨¢tica que en otros lugares se llama trumpismo. ?Y aqu¨ª?
En la universidad, antes de la clase, hay siempre un peque?o ritual en el que el profesor prepara el audio, la pantalla y el programa que permite que se pueda seguir desde casa. En ese lapso de tiempo, los alumnos presentes, sentados con sus abrigos y bufandas porque las ventanas est¨¢n abiertas, murmuran como si el profesor no estuviera, m¨¢s fuerte de lo acostumbrado por aquello de guardar la distancia de seguridad. Esta semana, hablaban sobre las protestas contra la condena de Pablo Has¨¦l. Muchos hab¨ªan participado y decid¨ª preguntarles por qu¨¦. Uno de ellos contest¨®: ¡°Es que no podemos m¨¢s¡±. No sab¨ªa si hablaba de la condena al rapero, de la libertad de expresi¨®n o de la pandemia. Y creo que ¨¦l tampoco. Me pareci¨® significativo.
¡°Es, ante todo, una explosi¨®n de ira en la que se mezclan la urgencia y la vaguedad¡±. As¨ª defin¨ªa Rosanvallon la revuelta de los chalecos amarillos, aunque el ruido que emerge de la calle, fuera del lenguaje articulado de las instituciones, siempre lo haga bajo reclamos incomprensibles. La subida del di¨¦sel en Francia, la del billete de metro en Chile, no explican el enfado que sali¨® a la superficie. Tampoco lo hace hoy la libertad de expresi¨®n. De repente, hay un detonante, prende una mecha que desencadena la ira. Aquellas movilizaciones nos ayudaron a formar otra mirada con otros indicadores, como el extra?amiento social, la percepci¨®n de miedos e inseguridades, la necesidad de hacerse visible, de aparecer. Porque no es la econom¨ªa sino las emociones las que articulan las movilizaciones. La pandemia ha reforzado al Estado protector, pero ese ¡°no podemos m¨¢s¡± transmite una situaci¨®n de asfixia con tintes nihilistas, que parad¨®jicamente tambi¨¦n podr¨ªa estar provocando el Estado, aunque despu¨¦s pidamos su protecci¨®n y la flecha del progreso siga valiendo.
Pero son sonidos que la democracia parlamentaria no puede desde?ar. Ese idioma que parece un ruido debe interpretarse desde las instituciones para que no quede hu¨¦rfano de representaci¨®n. Es la manera de funcionar de la democracia: atender a la realidad y nombrarla. ¡°Ser representado no es ser reducido a una masa indistinta o asignado a una categor¨ªa que caricaturiza u oscurece la realidad en una f¨®rmula sonora¡±, dice Rosanvallon. Hay un mundo crecientemente complejo y diverso que debe narrarse y representarse, y quienes est¨¢n en las instituciones no pueden pretender participar de esa f¨®rmula sonora cuando su obligaci¨®n es canalizarla para no atrofiar su funci¨®n representativa. Lo que dicen hacer en nombre del pueblo, como no condenar la violencia desde cargos p¨²blicos, se llama antipol¨ªtica, y banaliza la protesta entendida como la ocupaci¨®n de las calles por quien no tiene tribunas para hacerse o¨ªr. Cuando quien est¨¢ en el poder habla como si estuviese fuera, produce una grave distorsi¨®n democr¨¢tica que en otros lugares se llama trumpismo. ?Y aqu¨ª?
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