Dos escritorios y una estanter¨ªa para libros
Los complejos mecanismos que mueven a las personas no siempre casan con un programa ideol¨®gico
Las novelas dan noticia de muchas expectativas y ademanes de la gente corriente que pasan con frecuencia desapercibidas. En Stalingrado, por ejemplo, Vasili Grossman se refiere a algunas de las minucias que pasaban por la cabeza de un joven estudiante comunista de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, all¨¢ por los a?os treinta. Estaba profundamente convencido de que el proyecto que se hab¨ªa puesto en marcha en su pa¨ªs iba a cambiar la sociedad profundamente, sacando de la miseria a la gran mayor¨ªa, as¨ª que se aplic¨® a fondo a colaborar en la transformaci¨®n del mundo anterior: injusto, ego¨ªsta, trasnochado. Trabajaba como una fiera, no dorm¨ªa m¨¢s all¨¢ de cuatro o cinco horas al d¨ªa, dedic¨¢ndose a sus estudios y a favorecer los v¨ªnculos entre las universidades y las escuelas obreras. Era bueno y generoso.
Para hacerse una idea de los sue?os que lo mov¨ªan, Grossman explica el aspecto ideal que tendr¨ªa para ¨¦l una habitaci¨®n de matrimonio: ¡°Dos escritorios, uno para el marido y el otro para la mujer, estanter¨ªas para libros, dos camas abatibles sujetas durante el d¨ªa a la pared y un peque?o armario empotrado¡±. Punto. No esperaba mucho m¨¢s. Un poco de sitio para sentarse y leer, un lugar donde dormir y un rinc¨®n en el que guardar los calcetines y las bragas y los calzoncillos, los hombres y mujeres que estaban surgiendo de la revoluci¨®n no necesitaban distraerse con frusler¨ªas in¨²tiles. Aquel joven estaba forj¨¢ndose unos modales tan estrictos y unos h¨¢bitos tan austeros que se puso de un p¨¦simo humor cuando a su mujer, ya embarazada, se le ocurri¨® ¡°confeccionar pa?ales¡± y ¡°compr¨® una tetera, dos cacerolas peque?as y algunos platos hondos¡±. ?Vaya dispendio, qu¨¦ lujos disparatados!
Eran otros tiempos. Igual entonces todav¨ªa exist¨ªa un cierto margen de maniobra para poder imaginar las cosas a tu manera, y no pesaba tanto la publicidad que tan bien empaqueta hoy las expectativas de cada uno que se llega incluso a pensar que han sido ocurrencias propias. Sea como sea, el tono de aquella ¨¦poca en la que se constru¨ªa el comunismo era muy distinto. Los j¨®venes despreciaban la vida material para concentrarse mejor en lo que entend¨ªan m¨¢s importante, la solidaridad. Lo peor de todo era estar contaminado por la m¨¢s m¨ªnima influencia de la ideolog¨ªa burguesa. ?Los roces! Escribe Grossman que, ¡°cuando en alg¨²n pasillo estrecho sus ropas rozaban el cuerpo de alguna alumna atractiva y bien acicalada, sospechosa de pertenecer a la burgues¨ªa¡±, aquel entusiasta revolucionario ¡°se sacud¨ªa instintivamente la manga de la casaca¡±.
Las novelas cuentan detalles que suelen quedar sepultados por esas abstracciones que mueven el mundo, y que son moneda corriente en la pol¨ªtica. Con demasiada frecuencia se reducen los complejos y extra?os mecanismos que operan en las personas para convertirlos en un burdo programa gobernado por un pu?ado de ideas. La madre de la mujer de aquel joven comunista, cuenta Grossman, le dijo en una ocasi¨®n a su hija que tem¨ªa que ¨¦l fuera incapaz de conciliar ¡°el amor a la humanidad con el amor a una persona concreta¡±. Ah¨ª est¨¢ posiblemente una clave, la de no dejarse arrastrar por esas simplificaciones que reducen las contradicciones de la vida a un caramelo envenenado que sacia ese af¨¢n de querer tener siempre la raz¨®n de nuestro lado.
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