J¨®venes sin derechos
Quiz¨¢ permitir el sufragio a partir de los 16 a?os ayudar¨ªa a impulsar soluciones pol¨ªticas a los problemas sist¨¦micos que retrasan la emancipaci¨®n y comprometen el futuro de las nuevas generaciones

El pasado oto?o, el Senado rechaz¨® la proposici¨®n de ley org¨¢nica presentada por el senador de ERC Bernat Picornell para ampliar el derecho de sufragio a las personas mayores de 16 a?os. Los dos principales partidos con representaci¨®n en la C¨¢mara alta, temerosos de salir perjudicados en la nueva demograf¨ªa electoral, imped¨ªan as¨ª que se abriera un debate sobre los derechos pol¨ªticos de quienes a¨²n no alcanzan la mayor¨ªa de edad. El tema lleva unos a?os entrando y saliendo de la agenda pol¨ªtica, y no s¨®lo de la espa?ola, pero sin mucho ¨¦xito de momento. En contra de ampliar el sufragio universal a una edad m¨¢s temprana encontramos argumentos un tanto difusos que aluden a una capacidad limitada en el ejercicio de la responsabilidad y un desinter¨¦s generalizado por la pol¨ªtica. A favor, se esgrimen razones relacionadas con los eventuales beneficios sobre la participaci¨®n y el compromiso c¨ªvicos y el derecho de la gente joven a incidir directamente sobre la agenda pol¨ªtica.
Votamos por vez primera al cumplir los 18 por la misma raz¨®n por la que nos jubilamos a los 65, trabajamos 40 horas semanales o consentimos relaciones sexuales a los 16. Son convenciones sociales, fruto de importantes conquistas, y como tales, sujetas a revisi¨®n cuando los tiempos cambian. Y los tiempos, hace tiempo que cambiaron. En nuestro pa¨ªs, la edad discrimina cada vez con mayor intensidad. La tasa Arope, que mide a trav¨¦s de distintos indicadores los niveles relativos de pobreza y exclusi¨®n social, alcanzaba para el grupo entre 16 y 29 a?os el 34% en el 2015, con diferencia la cifra m¨¢s alta para este grupo de edad en toda Europa. Esto es reflejo de tres cosas: las dificultades de entrada al mercado laboral ¡ªel ¨ªndice de desempleo por debajo de los 25 a?os se sit¨²a por encima del 40%, otro r¨¦cord europeo¡ª; la elevada temporalidad, situada por encima del 70% para la franja de edad de 16 a 24; y los muy bajos salarios: considerando el salario medio anual por grupos de edad, la cifra m¨¢s baja es para quienes a¨²n no han cumplido los 20 a?os.
Como en toda desigualdad, la edad viene atravesada por otras caracter¨ªsticas socio-demogr¨¢ficas como el g¨¦nero, el origen ¨¦tnico o la clase social. Pero en t¨¦rminos globales, la transversalidad de la discriminaci¨®n por raz¨®n de edad es tan rotunda que lo que m¨¢s explica que tengas un salario de miseria, un contrato precario o incluso que no consigas encontrar empleo a los 16, 20 o incluso 25 a?os, es precisamente tu juventud. Del lado de la educaci¨®n los indicadores no son mejores. El abandono educativo temprano sigue siendo el m¨¢s alto de toda la UE, a pesar de haber disminuido notablemente en los ¨²ltimos a?os. Extraordinariamente elevado es tambi¨¦n el porcentaje de personas entre 15 y 24 a?os que formalmente no constan ni como parte de la fuerza de trabajo ni en formaci¨®n.
Las razones por las que Espa?a parece tratar especialmente mal a los m¨¢s j¨®venes tiene que ver, como sabemos, con un mercado laboral altamente dual y precarizado. Pero esto es s¨®lo una parte de la historia, la otra parte tiene que ver con c¨®mo el Estado institucionaliza las distintas etapas de la vida. El modelo de bienestar que comparten los pa¨ªses europeos en latitudes mediterr¨¢neas otorga un papel central a la familia como proveedora de protecci¨®n. Al igual que suced¨ªa con las mujeres hasta hace relativamente poco tiempo, a ojos de nuestro Estado de bienestar, las y los j¨®venes no son individuos sujetos de derecho. La inmensa mayor¨ªa de quienes no han cumplido a¨²n los 25 no accede ni a las prestaciones vinculadas al empleo ni tampoco a las prestaciones sociales no contributivas. El nuevo ingreso m¨ªnimo vital, por ejemplo, fija el l¨ªmite en los 23 a?os.
Por otra parte, las ayudas destinadas directamente a j¨®venes, como las becas de apoyo al estudio, adem¨¢s de exiguas, est¨¢n condicionadas a la renta de la unidad familiar. Es decir, damos por hecho que la custodia paterna se alarga mucho m¨¢s all¨¢ de sus l¨ªmites legales. Esta es la principal raz¨®n por la que el gasto social en Espa?a presenta un claro sesgo hacia las cohortes de edad m¨¢s avanzada. Adem¨¢s, este sesgo es extensible a la propia organizaci¨®n de los intereses colectivos en la que la juventud est¨¢ escasamente representada incluso por parte de quien se supone que la representa.
El problema es que este principio de organizaci¨®n social, si lo queremos llamar as¨ª, cada vez resulta m¨¢s disfuncional. En primer lugar, los distintos hitos que tiempo atr¨¢s marcaban la transici¨®n a la vida adulta se han desconectado ente s¨ª. Los puentes que separan un momento vital de otro ya no se cruzan todos al mismo tiempo, ni de una vez por todas. Existe una reversibilidad que a la vez que otorga m¨¢s libertad, tambi¨¦n perpet¨²a el estado de tr¨¢nsito. Entre el fin de la etapa educativa obligatoria y el momento en el que alguien consigue una fuente de ingresos estable y un hogar seguro ahora transcurre m¨¢s de una d¨¦cada. La provisionalidad convertida en condici¨®n.
En segundo lugar, tanto nuestro modelo de crecimiento como las dos grandes crisis de este siglo, comprometen enormemente las expectativas futuras de la juventud. Quien hoy tiene 16 naci¨® en un pa¨ªs con las expectativas de progreso y modernidad centradas en el ladrillo y la econom¨ªa de servicios. Crecieron en hogares de dos sueldos, una hipoteca y un piso de 90 metros cuadrados. Todo ello susceptible de saltar por los aires. La transmisi¨®n patrimonial que funcion¨® en ¨¦pocas pasadas como el principal mecanismo de solidaridad intergeneracional queda ya limitado a un n¨²mero cada vez m¨¢s reducido de privilegiados.
Toda esta dificultad para transitar hacia la vida adulta tiene al menos tres consecuencias importantes. La primera, posponer una de las transiciones vitales m¨¢s importantes repercute en muchas otras decisiones que tomamos en la vida. La mayor¨ªa de j¨®venes no consigue emanciparse del hogar familiar hasta pasados los 30 a?os, los mismos a los que tienen ahora de media las mujeres su primer hijo. La segunda es que, como sociedad, perdemos talento a raudales. Y la tercera, en un contexto generalizado de falta de oportunidades, el accidente de nacimiento como lo llama Heckman, marca las trayectorias de cada quien reproduciendo desigualdades de partida. Mientras que para algunos afortunados la red familiar les da paso a una formaci¨®n m¨¢s exclusiva, una vivienda pagada o incluso una trayectoria profesional, a la gran mayor¨ªa la condenamos por largo tiempo a la realidad fronteriza de mini-jobs y pisos compartidos.
?Qu¨¦ pasar¨ªa si pudieran votar? Puede que no mucho. Al fin y al cabo el grito generacional del 15-M consigui¨® renovar la pol¨ªtica pero poco las pol¨ªticas. Nos ayudar¨ªa, al menos, a iniciar una conversaci¨®n que no podemos postergar por m¨¢s tiempo, porque en pol¨ªtica no hay nada peor que ser indiferente. Ganar¨ªa la juventud, ganar¨ªamos todos.
Margarita Le¨®n es profesora de Ciencia Pol¨ªtica de la Universitat Aut¨°noma Barcelona.
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