Deme un ¡®me gusta¡¯, por caridad
Es triste ver desvanecerse las relaciones laborales por una alcantarilla en la que la mendicidad entra a formar parte de un juego en el que solo deb¨ªa existir una variable clara: el sueldo
Es triste tener que pedir, se dec¨ªa cuando uno no ten¨ªa trabajo para no caer en lo m¨¢s triste a¨²n, que era tener que robar. Pero hemos llegado a un punto en el que trabajar no te evita mendigar, porque tambi¨¦n incluye pedir como si fu¨¦ramos almas en pena necesitadas de un poco de compasi¨®n, por caridad.
Esta es la escena: varios amigos en torno a una mesa y una camarera tan simp¨¢tica que, en cuanto le alabamos su amabilidad, nos ruega: ¡°Ponedlo en la web, por favor, por favor, que es lo ¨²nico que mi jefe valora. Si no, nos ri?e¡±. Y ah¨ª estamos nosotros, recuperando los m¨®viles que tan bien apartados hab¨ªan sobrevivido a la comida, para teclear caritas, sonrisas, me gustas y lo que hiciera falta. Porque qui¨¦n no va a tener compasi¨®n de una camarera joven que no ganar¨¢ lo suficiente para independizarse pero a la que, si no recibe comentarios positivos en la web, fulminar¨¢n entre vuelta y vuelta del rico costillar (?perd¨®n, Garz¨®n!).
Va otra escena de mendicidad. Andaba una probando un podcast de relajaci¨®n, y no precisamente el d¨ªa de las costillas, cuando la voz susurrante que iba ordenando concentrarse al ritmo exacto de la inhalaci¨®n y la exhalaci¨®n dijo, antes de sumergirse en el recorrido gradual por todas las partes del cuerpo: y no olvide al final, si le ha gustado este podcast, dar un me gusta en Facebook, Twitter o en cualquier aplicaci¨®n de su elecci¨®n. Y lo dijo en el mismo tono sinuoso, calmado y subyugante con el que te hab¨ªa estado convenciendo de tranquilizar la mente para postergar tus problemas.
Qu¨¦ desastre. Si alguien hab¨ªa conseguido alg¨²n grado de relajaci¨®n, se acab¨® ante la inminente deuda posterior. Si alguien estaba espont¨¢neamente alabando a la camarera, cay¨® repentinamente en la desbordante responsabilidad de poder contribuir a su supervivencia o expulsi¨®n. No vale elegir, no vale usar, no vale decir, no vale pagar. Hay que pulsar un me gusta, aunque sea por el amor de Dios, para que esas nuevas reglas de la econom¨ªa que no hemos elegido acierten en la casilla correcta.
Es triste tener que pedir, ciertamente, y no sabemos si es m¨¢s triste a¨²n tener que robar, aunque s¨ª m¨¢s peligroso. Pero lo que s¨ª es triste es ver desvanecerse las relaciones laborales por una alcantarilla en la que la mendicidad entra a formar parte de un juego en el que solo deb¨ªa existir una variable clara: el sueldo. En fin.
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