Dise?ar al ciudadano ¡®perfecto¡¯
Somos muy susceptibles a los empujoncitos, sobre todo si estimulan emociones primarias, y terminamos cambiando de comportamiento en funci¨®n de ellos. Las preguntas sobre el uso por los poderes p¨²blicos de t¨¦cnicas que condicionan nuestras conductas siguen en el aire
?Se imaginan una sociedad en la que los poderes p¨²blicos logran que los ciudadanos de motu proprio, sin la necesidad de coerci¨®n, hagan todo aquello que redunda en el bien com¨²n, desde pagar impuestos hasta consumir menos combustibles f¨®siles, reciclar o vacunarse? Este es el objetivo de la teor¨ªa nudge o del empujoncito que, desde hace unos a?os, es tendencia en el mundo de las pol¨ªticas p¨²blicas. La teor¨ªa del empujoncito suele atribuirse al Nobel de Econom¨ªa Robert Thaler y al jurista Cass Sunstein, autores del best-seller Nudge, que se public¨® originalmente en 2008 y que los autores han actualizado y reeditado en 2021. El libro arranca con el ejemplo de una cantina de instituto. Los autores imaginan a la responsable de la cantina como una ¡°arquitecta de elecci¨®n¡±, esto es, el lugar y el orden en que la responsable escoja presentar la comida va a determinar las elecciones de los estudiantes a la hora de servirse. Si las ensaladas preceden a las patatas fritas, lo m¨¢s probable es que un mayor n¨²mero de estudiantes se sirva m¨¢s ensalada y menos patatas fritas. Si la fruta va antes que los dulces, m¨¢s estudiantes optar¨¢n por fruta. Nada que cualquier profesional de marketing no conozca. ¡°Un empujoncito¡±, explican Sunstein y Thaler, ¡°es cualquier aspecto de la arquitectura de elecci¨®n que altera el comportamiento de las personas de una manera predecible sin prohibir ninguna opci¨®n o cambiar significativamente sus incentivos econ¨®micos. Para que cuente como un simple empujoncito la intervenci¨®n debe ser sencilla y barata de evitar¡±, aclaran. ¡°Los empujoncitos no son impuestos, multas, subsidios, prohibiciones ni mandatos. Poner la fruta a la altura de los ojos cuenta como un empujoncito. Prohibir la comida basura, no¡±.
La teor¨ªa del empujoncito bebe de la econom¨ªa conductual que establece que los seres humanos no somos esos seres racionales que la Escuela de Chicago y la teor¨ªa econ¨®mica dominante por mucho tiempo dec¨ªan que ¨¦ramos. No siempre escogemos la opci¨®n ¨®ptima o que m¨¢s nos beneficia, sino que, a la hora de tomar decisiones, intervienen factores como nuestro estado de ¨¢nimo, lo que nos diga y haga alguien cercano o la comunidad a la que pertenecemos, la facilidad o dificultad pr¨¢ctica que implica una decisi¨®n u otra, etc¨¦tera. La nudge theory tambi¨¦n se beneficia de los avances neurocient¨ªficos que permiten una cartograf¨ªa cada vez m¨¢s precisa de nuestro cerebro y, por ende, mejores posibilidades de incidir sobre nuestros patrones de pensamiento y comportamiento. Precisamente porque somos parciales y emocionales, tendemos a la inercia, somos perezosos o, en una palabra, humanos, por lo que, seg¨²n Sunstein y Thaler, a veces necesitamos un empujoncito que nos ponga en el buen camino y que, en lugar de atiborrarnos de patatas fritas, nos sirvamos una buena cantidad de ensalada. O, en lugar de fumar, hagamos ejercicio. O, en lugar de utilizar el coche, caminemos y utilicemos el transporte p¨²blico.
La teor¨ªa del empujoncito ha seducido a m¨¢s de un Gobierno que, como el brit¨¢nico en 2010, con David Cameron en el poder, cre¨® una unidad de observaci¨®n conductual, popularmente conocida como Nudge Unit, para asesorar al Ejecutivo en la implementaci¨®n de sus pol¨ªticas p¨²blicas. Entre sus metas, lograr que los ciudadanos paguen sus impuestos a tiempo o donen sus ¨®rganos sin sentir que est¨¢n obligados a hacerlo. Un informe del Banco Mundial estima que la presencia de cient¨ªficos conductuales en el organigrama de los gobiernos de diferentes pa¨ªses ¡ªdesde Dinamarca a Singapur¡ª no ha hecho sino aumentar en los ¨²ltimos a?os. Paralelamente, han ido surgiendo preguntas sobre su papel, a la sombra del escrutinio p¨²blico y democr¨¢tico. Pues, en una democracia, ?no deber¨ªan los ciudadanos ser conscientes de que se est¨¢n utilizando t¨¦cnicas psicol¨®gicas para, desde los poderes p¨²blicos, empujarles en determinadas direcciones? ?No deber¨ªan incluso expresar su consentimiento al uso de este tipo de t¨¦cnicas para condicionar su comportamiento? Sin ese escrutinio p¨²blico y democr¨¢tico, se preguntan algunos cr¨ªticos, ?cu¨¢l es la diferencia entre empujar y manipular?
Estos interrogantes se han vuelto todav¨ªa m¨¢s pertinentes durante la pandemia a tenor del protagonismo de los cient¨ªficos conductuales en el dise?o de las campa?as y estrategias p¨²blicas de contenci¨®n del virus en pa¨ªses como el Reino Unido. Desde marzo de 2020, explica la periodista Laura Dodsworth en El Estado del miedo, estos nuevos gestores de las emociones humanas han actuado concretamente sobre una: el miedo. Para lograr la aceptaci¨®n social de medidas in¨¦ditas como el cierre completo de todas las actividades y el confinamiento de los ciudadanos en sus hogares, se consider¨® necesario elevar al m¨¢ximo la percepci¨®n de peligro asociado al nuevo virus y se empez¨® a trabajar en este sentido desde el conjunto de las instituciones de gobierno y la sociedad civil, privilegiando un determinado lenguaje, imaginer¨ªa y cifras. En el libro, Dodsworth recoge los testimonios de algunos miembros de las unidades conductuales que asesoraron al Gobierno de Boris Johnson. ¡°El modo en que hemos utilizado el miedo es dist¨®pico¡±, reconoce uno de ellos de manera an¨®nima. ¡°Tenemos un Gobierno totalitario cuando se trata de propaganda. Pero todos los gobiernos hacen propaganda. El uso del miedo ha sido, desde luego, ¨¦ticamente cuestionable. Ha sido como estar en un experimento ins¨®lito. En ¨²ltima instancia, nos sali¨® mal, porque la gente se asust¨® demasiado¡±.
La pandemia ha constituido un laboratorio para los entusiastas del nudge. Es de esperar que los gobiernos contin¨²en utilizando estrategias conductuales en esta l¨ªnea ¡ªespecialmente en el ¨¢mbito de la salud p¨²blica y la transici¨®n ecol¨®gica¡ª pues, desde su perspectiva y en t¨¦rminos globales, los resultados, a pesar de alguna que otra cr¨ªtica interna, son positivos: queda probado que los ciudadanos somos altamente susceptibles a los empujoncitos ¡ªsobre todo, si estimulan emociones primarias como el miedo y el gregarismo¡ª y terminamos cambiando, m¨¢s tarde o m¨¢s temprano, nuestro comportamiento en funci¨®n de ellos. Las preguntas en torno al car¨¢cter ¨¦tico y democr¨¢tico del uso por parte de los poderes p¨²blicos de estas t¨¦cnicas que condicionan subliminalmente nuestras conductas permanecen en el aire. Thaler y Sunstein definen su modelo de intervenci¨®n p¨²blica como paternalismo libertario, pues, dicen, efectivamente, el Estado interviene, empujando al ciudadano hacia una determinada opci¨®n, pero sin quitarle la libertad de elegir otra. El problema es que, en la pr¨¢ctica, estamos viendo que el coste de tomar otra opci¨®n no siempre es tan ¡°barato¡± como pretenden los autores. Si el coste de servirse patatas fritas en lugar de ensalada (por seguir con el ejemplo, pero podemos imaginar otros) consiste en no poder acceder a los postres y ser excluido del grupo por poco sano, cabe preguntarse d¨®nde queda la noci¨®n de libertad.
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