Un horizonte cargado de negrura
La guerra de Ucrania y la posibilidad de que Le Pen gobierne en Francia cuentan la misma historia: el regreso del ultranacionalismo
La guerra de Ucrania ha empezado a operar como el tel¨®n de fondo delante del cual se realiza cualquier representaci¨®n, sea la que sea. As¨ª que, en primer plano, se afanan en un debate los dos candidatos a la segunda vuelta de las elecciones de Francia y, atr¨¢s, unos cuantos soldados recorren las calles vac¨ªas de Mariupol, est¨¢n los cad¨¢veres de Bucha con tiros en la cabeza y las manos atadas, las largas colas de refugiados en las fronteras, los llantos de las madres. El mundo parece tener las dimensiones de un guisante donde episodios muy diferentes parecen obedecer a la misma trama y producen ecos semejantes. La historia que se cuenta es que la fiesta se ha acabado y que toca volver a casa: a la familia, a la patria, a la religi¨®n. Es lo que Putin quiere imponer con las bombas y lo que promete Marine Le Pen, que la vieja gran naci¨®n acuda presta a proteger a las descarriadas democracias de sus tribulaciones.
Lo que la guerra ha mostrado en primer lugar es que la guerra existe y que puede desbordarse y tocar a esas sociedades que se cre¨ªan al resguardo de cualquier cat¨¢strofe. Lo que revela, en segundo t¨¦rmino, es que la violencia forma parte de la colecci¨®n de recursos a los que acuden los aut¨®cratas cuando pretenden imponer algo con la fuerza. La guerra, que ocurr¨ªa siempre fuera, puede estallar dentro. Tampoco el asalto al Capitolio estaba entre las opciones previsibles; no cab¨ªa en la imaginaci¨®n que una muchedumbre se lanzara en Washington de manera festiva y atolondrada a tomar el poder. Ocurri¨®.
El siglo XX se abri¨® con grandes promesas de cambio y bajo la bandera de la velocidad, y por eso el autom¨®vil y el aeroplano desplegaban sus vertiginosos prodigios y confirmaban que era posible llegar a cualquier parte. Los j¨®venes se apuntaron al plan y a las puertas de la Gran Guerra corrieron a alistarse en aquellos flamantes ej¨¦rcitos que cambiar¨ªan la faz de la Tierra con las tempestades de acero que vomitaban las nuevas m¨¢quinas. El siglo XXI se inici¨® tambi¨¦n con unos aviones que llevaron esta vez la destrucci¨®n al coraz¨®n de Manhattan y mostraron que el imperio m¨¢s poderoso del mundo era vulnerable. Ahora, y ante los estragos de la guerra de Ucrania, se hacen cuentas: ?cu¨¢ndo empezaron las cosas a torcerse, en qu¨¦ momento se puso a cocinar este apocalipsis que parece golpear impaciente con los nudillos a las puertas de Occidente?
Nada est¨¢ escrito todav¨ªa, y los turbios presagios de que gobierne en Francia la extrema derecha no son nada m¨¢s que turbios presagios. Lo que s¨ª parece haberse da?ado es aquel marco de referencias, y de valores, que conformaban una manera de hacer las cosas y de estar en el mundo. Los ademanes cosmopolitas, el proyecto de una sociedad m¨¢s igualitaria, la defensa del Estado de derecho y de la democracia como los mejores habit¨¢culos por los que la libertad puede circular sin grandes cortapisas: es el artefacto que mov¨ªa los engranajes para que todo esto funcionara el que ha gripado. Y lo ha hecho porque muchos de los que est¨¢n dentro ven solo un futuro lleno de sombras, y es entonces cuando escuchan los cantos de sirena que les prometen rescatar un pasado glorioso que les va a devolver la seguridad que anhelan. El trabajo para volver a reconstruir lo que el miedo ha destruido es, sin embargo, demasiado grande como para quebrarse ante los peores augurios.
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