¡®Trilce¡¯: una puerta en las entra?as del espejo
En 1922, hace ahora un siglo, C¨¦sar Vallejo public¨® este libro, que cambiar¨ªa de manera radical la lengua, aunque en aquel momento no fuera reconocido por su trascendencia
Los libros que cambian para siempre la literatura no tienen siempre la suerte de ser reconocidos por su trascendencia a la hora de publicarse, ni salen a la calle en grandes tiradas. Azul, de Rub¨¦n Dar¨ªo, publicado en Chile en 1888, se imprimi¨® en una modesta edici¨®n, financiada por amigos del poeta; y despreciado por la prensa local, no estall¨® como una novedad, sino cuando don Juan Valera, sumo sacerdote de la cr¨ªtica entonces, le dedic¨® desde Madrid dos de sus Cartas americanas.
En 1922, hace ahora un siglo, se public¨® en Lima Trilce, de C¨¦sar Vallejo, que cambiar¨ªa de manera radical la lengua, y que corri¨® entonces una suerte peor que la de Azul. Para empezar con los infortunios, Vallejo hab¨ªa reci¨¦n salido de la c¨¢rcel de Trujillo, donde escribi¨® parte de los poemas del libro, preso por represalia pol¨ªtica bajo la acusaci¨®n de incendio y saqueo en su pueblo natal de Santiago del Chuco.
Trilce fue impreso en los talleres tipogr¨¢ficos de la Penitenciar¨ªa Central de Lima, sufragado por el propio autor, que retiraba por parte los ejemplares en la medida en que los iba pagando, para venderlos a tres soles cada uno, sin asomo de ¨¦xito de p¨²blico ni tampoco de cr¨ªtica. Los viejos, recuerda su contempor¨¢neo Luis Alberto S¨¢nchez, lo calificaban de disparate, y los j¨®venes de mera pose.
Ya impresos los primeros pliegos, resolvi¨® cambiar el nombre que hab¨ªa elegido, Cr¨¢neos de bronce, por el otro tan luminoso de Trilce, y resolvi¨® tambi¨¦n firmar con su propio nombre y no con el seud¨®nimo de C¨¦sar Per¨², dos decisiones muy afortunadas. Trilce, una invenci¨®n absoluta, es el mejor nombre que pudo hallar para este libro, tan imprescindible como imperecedero.
Antenor Orrego, dec¨ªa en el pr¨®logo: ¡°C¨¦sar Vallejo est¨¢ destripando los mu?ecos de la ret¨®rica. Los ha destripado ya¡ ha hecho pedazos todos los alambritos convencionales mec¨¢nicos¡±. Era cierto. Y Vallejo le escribi¨® en una carta: ¡°El libro ha nacido en el mayor vac¨ªo¡ asumo toda la responsabilidad de su est¨¦tica¡ siento gravitar sobre m¨ª una hasta ahora desconocida obligaci¨®n sacrat¨ªsima, de hombre y de artista: ?la de ser libre! Si no he de ser hoy libre, no lo ser¨¦ jam¨¢s¡±.
Trilce era el puente de libertad que Vallejo tend¨ªa entre el modernismo, del que era un ejemplo postrero su libro anterior de 1919, Los heraldos negros, y la vanguardia, que a¨²n no exist¨ªa como movimiento.
Un adelantado que descoyuntaba las palabras, trastocaba la sintaxis, creaba neologismos, convert¨ªa los verbos en sustantivos, despellejaba el lenguaje hasta dejarlo en carne viva, porque su prop¨®sito no era espantar a los incautos con novedades provocadoras, un simple juego pirot¨¦cnico donde lo que importara fuera el artificio, sino calcar sus amargas experiencias de vida, la soledad y el sufrimiento. Un espejo oscuro en el que cada uno llegara a encontrar su propia claridad, y con el que revelaba la pesadumbre de la intimidad: la muerte reciente de su madre; una pena amorosa que pareciera de letra de bolero, porque su amada se alejaba de ¨¦l, enferma de tuberculosis; la injusticia de la c¨¢rcel que no hac¨ªa sino revelar la injusticia social de un pa¨ªs estructuralmente injusto.
El atrevimiento desmedido, que despu¨¦s se vuelve herencia cuando entra en el caudal incesante de la lengua, llama siempre al asombro, al descr¨¦dito, a la burla: ¡°La simple calabrina tes¨®rea / que brinda sin querer, / en el insular coraz¨®n, / salobre alcatraz, a cada hial¨®idea grupada. / Gallos cancionan escarbando en vano¡¡±.
Y las palabras buscan los entreveros de la infancia en el hogar desierto ya para siempre, metido en los escondrijos del pasado. Aguedita, Nativa, Miguel, los hermanos que se vuelven sombras en la memoria. ¡°Y acaban de pasar gangueando sus memorias / dobladoras penas, / hacia el silencioso corral, y por donde / las gallinas que se est¨¢n acostando todav¨ªa, se han espantado tanto. / Mejor estamos aqu¨ª no m¨¢s. / Madre dijo que no demorar¨ªa¡±. Dijo que no demorar¨ªa, y no volver¨¢.
Ese a?o de 1922 se publican otros dos libros capitales de la literatura universal: Ulises, de James Joyce, y La tierra bald¨ªa, de T. S. Eliot. Tambi¨¦n, como Trilce, son propuestas de ruptura incomprendidas, que se adelantan a su tiempo, y se publican en ediciones escasas, entre m¨²ltiples dificultades.
Joyce comentaba sobre La tierra bald¨ªa lo mismo que se podr¨ªa decir de su propio Ulises, y as¨ª mismo de Trilce: ¡°Los dos nos hemos rebelado contra los clich¨¦s, por eso no nos perdonan quienes no saben hacer otra cosa que repetir lo ya manido hasta la n¨¢usea¡ seguro que van a decir, como s¨¦ que lo dicen de m¨ª, que carece de l¨®gica. Pero no se trata de hacer proposiciones l¨®gicas¡ lo que el escritor tiene que hacer hoy es trasladar emociones, y estas tienen un componente irracional¡±.
Y el propio Vallejo agrega sal a la misma herida: ¡°La gram¨¢tica, como norma colectiva en poes¨ªa, carece de raz¨®n de ser. Cada poeta forja su gram¨¢tica personal e intransferible, su sintaxis, su ortograf¨ªa, su analog¨ªa, su prosodia, su sem¨¢ntica. Le basta no salir de los fueros b¨¢sicos del idioma¡±.
¡°Cerrad aquella puerta que / est¨¢ entreabierta en las entra?as de ese espejo¡±, dice Vallejo en Trilce. Y con eso lo dice todo.
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