El colonialismo y sus alrededores
La literatura es inc¨®moda porque siempre est¨¢ rebel¨¢ndose contra los relatos impuestos, introduciendo el disenso, dando una versi¨®n de la historia com¨²n que es discordante o insumisa
En las primeras p¨¢ginas de A orillas del mar, la novela de Abdulrazak Gurnah que leo por estos d¨ªas con admiraci¨®n y retraso, uno de los narradores medita sobre la relaci¨®n que su pa¨ªs africano tuvo con los colonizadores brit¨¢nicos. Recuerda la educaci¨®n de su ni?ez, recibida en la lengua de los colonizadores, y recuerda la impresi¨®n confusa que esa educaci¨®n le produjo. Era, nos dice, algo parecido a la admiraci¨®n por los colonizadores, que hab¨ªan llegado con tanta seguridad a estas tierras para hacer en ellas cosas importantes que los colonizados ignoraban: curar enfermedades, por ejemplo, o volar aviones. Pero luego piensa que admiraci¨®n no es la palabra. Lo que sent¨ªa ¡ªlo que sent¨ªan los ni?os como ¨¦l, educados en ese sistema¡ª era m¨¢s parecido a una concesi¨®n. ?Y qu¨¦ era lo que les conced¨ªan los locales a los colonizadores? Control, dice el hombre: control sobre sus vidas materiales, pero tambi¨¦n sobre sus mentes. Y luego vienen estas l¨ªneas maravillosas, que me voy a permitir citar sin recortarlas, porque cada palabra importa:
¡°En sus libros [en los libros de los colonizadores, se entiende] le¨ª relatos poco halag¨¹e?os de mi historia, y, como eran poco halag¨¹e?os, parec¨ªan m¨¢s verdaderos que las historias que nos cont¨¢bamos a nosotros mismos. Le¨ª sobre las enfermedades que nos atormentaban, sobre el futuro que nos aguardaba, sobre el mundo en que viv¨ªamos y nuestro lugar en ¨¦l. Era como si nos hubieran rehecho, y de una forma que ya no nos quedaba m¨¢s remedio que aceptar, tan completa y ajustada era la historia que contaban sobre nosotros. No creo que nos la contaran c¨ªnicamente, pues me parece que ellos tambi¨¦n la cre¨ªan. Era la manera en que nos entend¨ªan y se entend¨ªan a s¨ª mismos, y en la abrumadora realidad con la que viv¨ªamos hab¨ªa poco que nos permitiera contradecirla, por lo menos mientras la historia tuviera novedad y no fuera cuestionada¡±.
A orillas del mar se public¨® en 2001; en los a?os que han pasado desde entonces, no creo haber le¨ªdo una descripci¨®n m¨¢s l¨²cida de los efectos invisibles del colonialismo. Los otros efectos, los visibles, son bien conocidos de todos, y suelen aparecer con frecuencia en los diarios, tomando casi siempre la forma de hechos violentos o, en todo caso, de sufrimiento humano; pero esto que describe el personaje de Gurnah, la lenta imposici¨®n a una sociedad de una historia que no es la suya, es el equivalente sociopol¨ªtico de un lavado de cerebro, la conquista de un territorio que es, en ¨²ltimas, mucho m¨¢s valioso que el territorio geogr¨¢fico de un pa¨ªs: el territorio mental. Todos los poderes terrenales que en el mundo han sido han perseguido ese premio, y cualquiera que haya le¨ªdo a George Orwell sabe bien que, entre muchas otras cosas, eso es el poder pol¨ªtico: la capacidad de imponer un relato determinado a una sociedad. Cuando la sociedad compra el relato, cuando lo hace suyo y empieza a vivir en ¨¦l y a trav¨¦s de ¨¦l se entiende a s¨ª misma, el poderoso puede decir que ha triunfado.
El colonialismo no es distinto en eso de cualquiera de los otros ismos que nos han tratado de moldear las vidas en los ¨²ltimos tiempos. Es lo que han hecho los totalitarismos: pienso en el fascista y el comunista, aunque alguno me dir¨¢ seguramente que el colonialismo es, en s¨ª, una forma totalitaria (y no le faltar¨ªa raz¨®n, aunque esta es una conversaci¨®n m¨¢s compleja). De cualquier manera, esto me parece evidente: montar una historia sobre el futuro que nos aguarda, rehacernos de una forma que no nos queda m¨¢s remedio que aceptar, es lo que busca todo el que aspire a dominar una sociedad. Si hubiera que escoger una raz¨®n por la cual los novelistas y los poetas son perseguidos, censurados y a veces asesinados por esos poderes, esta me parece la m¨¢s evidente: la literatura es inc¨®moda porque siempre est¨¢ rebel¨¢ndose contra los relatos impuestos, introduciendo el disenso, dando una versi¨®n de la historia com¨²n que es discordante o insumisa, impidiendo con su mera existencia el asentamiento de una historia ¨²nica o monol¨ªtica. ¡°Eso que usted est¨¢ contando es falso, o incompleto, o tendencioso¡±, dice la literatura. ¡°Las cosas no ocurrieron as¨ª, o tambi¨¦n ocurrieron de otra forma, o habr¨ªan podido ocurrir de otra forma, y nuestra historia queda incompleta si esa forma no se cuenta¡±.
Esto, claro, es terriblemente molesto, por lo menos para el autoritario de turno. Para usar nuevamente las palabras afortunadas de Abdulrazak Gurnah, o de su narrador en su novela: lo que ha hecho siempre la literatura (o, por lo menos, la literatura que me interesa), es buscar, en la abrumadora realidad en que vivimos, lo que nos permite contradecir la historia que algo o alguien trata de imponernos, la historia que se va imponiendo mientras no sea cuestionada. Pero el asunto no tiene que ser solamente pol¨ªtico. Theodor Adorno se?al¨® en alguna parte que uno de los rasgos distintivos de un fascista es una profunda aversi¨®n a la introspecci¨®n, o a todos los que inviten a la introspecci¨®n: por supuesto, la identificaci¨®n de grupo no puede funcionar si los miembros del grupo est¨¢n mirando hacia dentro, si no est¨¢n participando en el relato colectivo o no lo compran o no le creen, si se declaran agn¨®sticos o desinteresados o meramente esc¨¦pticos. Por el hecho mismo de invitar al ciudadano a volverse individuo privado, a dejar el gregarismo y encerrarse en los mundos que lleva dentro, la literatura de imaginaci¨®n se vuelve subversiva.
Hace casi 50 a?os, Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez y Mario Vargas Llosa tuvieron en Lima una conversaci¨®n sin desperdicio. (En realidad fueron dos conversaciones en d¨ªas seguidos, y se han publicado recientemente en forma de libro con el t¨ªtulo Dos soledades: un di¨¢logo sobre la novela en Am¨¦rica Latina). All¨ª comenta Garc¨ªa M¨¢rquez que no conoce ninguna literatura genuina que sirva para exaltar valores establecidos. Y, a pesar de que se me ocurra el ejemplo de la literatura de Rudyard Kipling, que es al mismo tiempo un escritor genuino y un colonialista redomado, yo entiendo bien lo que dice; y adem¨¢s tengo por cierto que esta es una de las deudas que los latinoamericanos tenemos con los dos novelistas all¨ª sentados, y con otros que van de Alejo Carpentier a Carlos Fuentes, de Guillermo Cabrera Infante a Ricardo Piglia: sus novelas hicieron saltar por los aires la noci¨®n misma de historia ¨²nica, y nos dejaron tras su paso un continente m¨²ltiple e inabarcable, de pasado ambiguo y presentes inasibles, de cuya realidad abrumadora tantos siguen tratando de apropiarse. Y ah¨ª vamos los novelistas, tratando de cubrir el continente con historias.
De manera que la novela de Gurnah, que habla sobre todo del colonialismo, puede servir para hablar tambi¨¦n de otras cosas muy distintas. Pues todos los ciudadanos de todas las sociedades vivimos en tensi¨®n con lo que podemos llamar nuestros narradores: las fuerzas que compiten constantemente por contar la historia que gane, la historia que se imponga. Esos narradores pueden ser instituciones pol¨ªticas como el Estado o fen¨®menos hist¨®ricos como los ismos, pueden ser religiones organizadas (grandes y exitosas narradoras) pero tambi¨¦n tendencias culturales, pues nada mueve tanto los relatos de nuestro mundo contempor¨¢neo como la exaltaci¨®n de las identidades. Sea como sea, m¨¢s nos vale a los ciudadanos estar vigilantes: contradecir, cuestionar, disentir. Que siempre hay all¨¢ fuera alguien decidido a colonizarnos las cabezas.
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