El depredador ben¨¦volo
En un piso del barrio de Salamanca, que imaginamos antiguo y cavernoso, Martin Vigil escrib¨ªa cartas y tend¨ªa cebos a adolescentes, a quienes deslumbraba para abusar de ellos
Uno no siempre dice la verdad sobre su educaci¨®n lectora, unas veces por corregir el pasado, otras por simple olvido. Solo desde hace poco tiempo he vuelto a acordarme de que uno de los escritores a los que m¨¢s admir¨¦ en mi primera adolescencia fue Jos¨¦ Luis Mart¨ªn Vigil, que ha regresado tristemente del olvido m¨¢s de 10 a?os despu¨¦s de su muerte por una serie de s¨®rdidas historias de abusos investigadas por ??igo Dom¨ªnguez. El tr¨¢nsito entre el ¨¦xito abrumador y el descr¨¦dito irreparable puede ser muy r¨¢pido. Nadie puede desaparecer tan sin rastro como quien ha sido muy visible. Los lectores j¨®venes de ahora no pueden imaginar la popularidad que tuvo Mart¨ªn Vigil en los a?os sesenta y setenta, en aquella cultura literaria del franquismo que se ha borrado por completo de los estudios acad¨¦micos y de la memoria com¨²n, y en la que predominaban superventas como las novelas de Jos¨¦ Mar¨ªa Gironella sobre la guerra civil y el Libro de la vida sexual del doctor L¨®pez Ibor, sex¨®logo del Opus Dei. Hab¨ªa una propensi¨®n cautelosa a los temas ¡°fuertes¡±, a las historias de insinuaciones sexuales, incluso de una cierta denuncia social. Ahora los autores que recordamos de aquellos a?os son sobre todo Miguel Delibes y Camilo Jos¨¦ Cela, pero Jos¨¦ Mar¨ªa Gironella era mucho m¨¢s le¨ªdo que cualquiera de los dos. Los t¨ªtulos de su trilog¨ªa sobre la guerra eran omnipresentes, y suger¨ªan por s¨ª mismos como una promesa de ecuanimidad en la rememoraci¨®n: Los cipreses creen en Dios, Un mill¨®n de muertos, Ha estallado la paz. A Gironella llegu¨¦ a saludarlo cuando ya era muy viejo, resignado a la oscuridad, tal vez tambi¨¦n a la pobreza, despu¨¦s de haber vendido tantos centenares de millares de libros. Es posible que fuera mejor novelista de lo que recordamos.
Solo los t¨ªtulos de las novelas de Mart¨ªn Vigil compet¨ªan en popularidad con los de Gironella. A los lectores incautos nos provocaban una sensaci¨®n de atrevimiento y hasta de audacia, muy propia de aquella ¨¦poca, en la que hab¨ªa tan poca informaci¨®n y tan poca libertad, pero estaban surgiendo ya tantas expectativas, y en la que era tan f¨¢cil el gato por liebre. En una sociedad aislada, inquieta y medrosa, negociantes astutos como Cela o Dal¨ª pod¨ªan labrarse sin peligro una leyenda rentable de provocadores. El papel que ide¨® para s¨ª mismo Mart¨ªn Vigil fue el de aliado y cronista de una forma de rebeld¨ªa adolescente que no llegaba a desprenderse del cobijo de la Iglesia cat¨®lica, que vindicaba una ardiente autenticidad frente a las hipocres¨ªas sociales, incluso una denuncia valerosa de la injusticia y la pobreza. En mi colegio eclesi¨¢stico, a los 12 o 13 a?os, yo dejaba sobre el pupitre una cierta novela de Mart¨ªn Vigil y el t¨ªtulo mismo ya era un manifiesto, un callado desaf¨ªo: ?Muerte a los curas!, Los curas comunistas.
En algunas de las novelas ¡ªUna chabola en Bilbao, Sexta galer¨ªa¡ª lo que nos atra¨ªa era una especie de apostolado o de obrerismo cat¨®lico tan propio de la ¨¦poca como las misas con guitarras, las llamadas ¡°misas de la juventud¡±, hacia las que nos atra¨ªa fatalmente nuestro inconformismo instintivo y muy poco informado. En alguna de aquellas misas alguien muy joven tocaba El c¨®ndor pasa a la flauta en el momento de la consagraci¨®n, y ah¨ª se nos confund¨ªa un vago indigenismo con un residuo de la devoci¨®n a punto de extinguirse. Hab¨ªa curas viejos y feroces de sotanas brillosas que clamaban en los p¨²lpitos contra el libertinaje de la juventud, los hombres afeminados con melenas, las chicas con minifalda, el desarreglo imp¨ªo de las costumbres. El concilio reciente hab¨ªa abolido las misas en lat¨ªn, pero ellos segu¨ªan amenazando con el azufre y el fuego del infierno, y nos aseguraban, cuando nos atrev¨ªamos a confesarles que hab¨ªamos ¡°pecado contra la pureza¡±, que no solo est¨¢bamos en pecado mortal: tambi¨¦n por culpa de nuestro vicio se nos debilitaban los pulmones y la columna vertebral, y previamente a la condenaci¨®n eterna nos est¨¢bamos ganando la tuberculosis y la hemiplej¨ªa.
Pero ya hab¨ªa otros curas, otros educadores cat¨®licos. En vez de acusarnos se ofrec¨ªan a comprendernos. La pubertad es m¨¢s vulnerable todav¨ªa que la ni?ez. Despertar a la adolescencia en una sociedad oscurantista en la que el sexo es angustia, ignorancia y pecado, lleva a sentirse culpable sin saber de qu¨¦, a encontrarse tan perdido o perdida en el propio cuerpo como en el mundo exterior, que casi de la noche a la ma?ana ha dejado de ser el para¨ªso para convertirse en un lugar ajeno y hostil. De la autoridad grosera pod¨ªamos defendernos con un instinto visceral de rechazo, como del olor a sudor rancio y tabaco que a veces reinaba en la penumbra del confesionario. M¨¢s peligrosos pod¨ªan ser algunos maestros suaves, ben¨¦volos, persuasivos, en los que el adolescente cre¨ªa encontrar lo que m¨¢s necesitaba, un adulto que se pon¨ªa a su altura y pod¨ªa comprender lo que estaba sintiendo, lo que a nadie m¨¢s pod¨ªa contar, una voz de aceptaci¨®n y no de condena.
Una voz as¨ª nos parec¨ªa escucharla en las novelas de Mart¨ªn Vigil. Abr¨ªamos La vida sale al encuentro y el t¨ªtulo ya estaba aludiendo a nuestro desconcierto, a nuestro desvalimiento. A diferencia de nuestros padres y nuestros profesores, lejanos en su hermetismo autoritario, Mart¨ªn Vigil era el adulto cargado de conocimiento y experiencia en el que podr¨ªamos confiar, porque sab¨ªa lo que est¨¢bamos sintiendo, nuestro maestro, pero tambi¨¦n nuestro c¨®mplice, capaz en caso necesario de guardar un secreto. El peligro para un ni?o es el t¨ªo Sacamantecas y el Hombre del Saco, el monstruo que puede devorarlo. Para el adolescente, para el joven, el depredador m¨¢s da?ino puede que sea el maestro que lo deslumbra y que tambi¨¦n se pone de su lado, el que comparte y acepta su confusi¨®n y al mismo tiempo, sin imponerle nada, le ofrece una gu¨ªa, le anima a liberarse del miedo, y a atreverse a lo que desea, a ser ¨¦l mismo.
Dice ??igo Dom¨ªnguez que al final de algunas novelas de Mart¨ªn Vigil ven¨ªa su direcci¨®n, para que los lectores pudieran escribirle. De eso yo no me acuerdo. Pero es posible que de haberla visto, yo tambi¨¦n me hubiera animado a contarle por escrito mi admiraci¨®n y mi gratitud, y hubiera esperado una respuesta, con la avidez ya olvidada con la que esper¨¢bamos entonces las cartas. Puedo imaginar lo que sintieran quienes s¨ª recibieron una respuesta, la incredulidad, el halago, el nombre admirado en el remite, el propio nombre trazado en el sobre por la misma mano que escrib¨ªa los libros, las palabras ahora exclusivamente dirigidas al destinatario de esa carta, llegada del reino fabuloso de la literatura, de una direcci¨®n particular de Madrid.
El depredador tiende con destreza su trampa y espera paciente a que caiga en ella la v¨ªctima. Su ventaja no es la fuerza f¨ªsica, sino la astucia de elegir la presa m¨¢s d¨¦bil. En un piso del barrio de Salamanca que imaginamos antiguo y cavernoso, el maestro escrib¨ªa cartas y tend¨ªa cebos, experto tejedor de su tela de ara?a, y aguardaba el sonido del timbre, la llegada del elegido ¡ªen alg¨²n caso tambi¨¦n la elegida¡ª, el designado de antemano, el m¨¢s herido, el m¨¢s necesitado de lo que el maestro le hab¨ªa prometido, el profeta impostor, el lobo bajo una piel de cordero. Mart¨ªn Vigil muri¨® olvidado hace algo m¨¢s de 10 a?os en una residencia de ancianos, y sus novelas desaparecieron hace mucho tiempo de las librer¨ªas, pero todav¨ªa hay personas marcadas para siempre por ese delito sin excusa que es la vulneraci¨®n y el abuso de los indefensos.
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