Merkel contra Vox
Se ha llegado a decir que el Gobierno de coalici¨®n entre el PSOE y Podemos ¡°blanque¨®¡± a la ultraderecha, cuando es el auge de los partidos ultras a lo Le Pen el verdadero desaf¨ªo para las democracias liberales
Vivimos tiempos de esquemas simples y oposiciones falaces. La campa?a electoral no ser¨¢ distinta: antisanchismo frente a antifascismo es la maniquea dicotom¨ªa que condensa los patrones emocionales sobre los que nos obligan a escoger. Se restringe as¨ª el espacio del debate que nos merecemos los ciudadanos al construir una trampa imaginaria gracias a una falsa dicotom¨ªa. Pero hay otras falacias sorprendentes, como la ficticia equidistancia entre los ultras de Vox y la extrema izquierda, utilizada estos d¨ªas con denuedo para diluir la responsabilidad del PP en el pacto de Valencia. Se ha llegado a decir que el Gobierno de coalici¨®n entre el PSOE y Podemos ¡°blanque¨®¡± a la ultraderecha, cuando es el auge de los partidos ultras a lo Le Pen el verdadero desaf¨ªo para las democracias liberales. Nos jugamos la posibilidad de un conservadurismo pol¨ªtico sensato, alejado de las tentaciones extremistas.
Pero no siempre fue as¨ª. Tal vez se acuerden del se¨ªsmo causado por la elecci¨®n del presidente del Land de Turingia de un candidato liberal, gracias a los votos conjuntos de la CDU y la ultraderechista AfD. Aquel terremoto ni siquiera se produjo para permitir un Gobierno de extrema derecha: lo inaceptable era unir los votos de la CDU a los ultras, no que gobernase un candidato u otro. ?Recuerdan el ¡°ha sido un error imperdonable¡± de Merkel? Aquello le cost¨® la carrera pol¨ªtica a quien iba a ser su sucesora, Annegret Kramp-Karrebauer, pues bajo su liderazgo se rompi¨® un consenso longevo en la pol¨ªtica alemana: el ascenso de la AfD romp¨ªa el cord¨®n sanitario por la puerta de atr¨¢s, un tab¨² inquebrantable desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. La convulsi¨®n social fue tan grande y la reacci¨®n de Merkel tan fulminante que Alemania se erigi¨® como modelo normativo para todas las derechas europeas. El principio ¨¦tico enarbolado por Merkel era simple: por encima del af¨¢n de poder de los partidos est¨¢ la defensa de la democracia. Nos recordaba, de paso, que la idea de democracia es, desde Arist¨®teles, puramente normativa: una cuesti¨®n de valores.
Otro apunte: la ruptura de aquel pacto con los ultras permiti¨® la reelecci¨®n de Bodo Ramelow, dirigente de la izquierda poscomunista de Die Linke. Con ello, Turingia daba otra lecci¨®n: tratar a Ramelow como un estalinista permit¨ªa normalizar a la extrema derecha y establecer esa falsa equidistancia. El entonces presidente del Parlamento alem¨¢n, Wolfgang Sch?uble, apoy¨® esa l¨ªnea roja con elocuencia: ¡°Si ante cada problema, la AfD declara que la causa son los inmigrantes, no deber¨ªamos sorprendernos si surge la xenofobia¡±. Y a?adi¨®: ¡°Esta pol¨ªtica no es compatible con la Constituci¨®n, que determina que la dignidad de cada ser humano es inviolable¡±. La xenofobia de la AfD se situaba, as¨ª, fuera del per¨ªmetro constitucional, convirtiendo en argumento falaz la equidistancia con los radicales de izquierdas. Es el problema del manique¨ªsmo, un marco que nos arrastra deliberadamente a juicios y acciones infantiles. Liberando a la realidad de su complejidad, solo queda la polarizaci¨®n, una lucha entre ¨¢ngeles y demonios que anticipa nuestra inevitable derrota colectiva.
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