Mirar hacia atr¨¢s, vivir hacia delante
Ni Espa?a ni Europa est¨¢n condenadas a padecer ¡°el fin de la abundancia¡±, pero s¨ª se necesita poner en marcha un proyecto com¨²n que reduzca el temor de las sociedades europeas a nuevas crisis
La renta per c¨¢pita en la Espa?a de 1992, la de los Juegos Ol¨ªmpicos de Barcelona, la Exposici¨®n Universal de Sevilla y la conmemoraci¨®n del V Centenario, era de 17.201 euros por habitante (cifras el Banco de Espa?a a precios constantes de 2010, corregido el efecto de la inflaci¨®n). Las personas nacidas ese a?o no conservan, obviamente, ning¨²n recuerdo de la breve recesi¨®n de 1993. Su infancia se desarroll¨®, en promedio, en un entorno de progreso econ¨®mico. Cuando cumplieron la edad de 15 a?os, en 2007, la renta per c¨¢pita se hab¨ªa incrementado casi un 40%, alcanzando un m¨¢ximo hist¨®rico de 23.953 euros, el 96,8% de la media europea.
En 2008, a?o en que cumplieron la edad m¨ªnima legal para trabajar, estall¨® la mayor crisis financiera registrada desde 1929, que en Espa?a adopt¨® la forma de una enorme burbuja inmobiliaria. Luego vino la crisis del euro, la austeridad, una costosa recuperaci¨®n y, en 2020, una pandemia que retrotrajo la memoria colectiva a 1918, seguida en 2022 de la invasi¨®n rusa de Ucrania y un shock de precios energ¨¦ticos ¨²nicamente comparable a los de 1973 y 1979. Como resultado, cuando esa generaci¨®n cumpli¨® 30 a?os, en 2022, la renta per c¨¢pita espa?ola, tras haberse hundido un 10% entre 2007 y 2013, segu¨ªa siendo pr¨¢cticamente la misma que cuando ten¨ªan 15 a?os, y ya solo representaba el 79,2% de la media europea.
Entre los 16 y los 30 a?os, la etapa de la vida en la que se toman decisiones determinantes sobre estudios, emancipaci¨®n, vivienda y familia, la experiencia vital de toda una generaci¨®n (la cohorte de 1992 se toma aqu¨ª a t¨ªtulo ilustrativo) ha sido de adaptaci¨®n continua a situaciones de crisis. Desde este punto de vista, no es exagerado afirmar que el malestar latente desde 2008 tiene una dimensi¨®n hist¨®rica.
Es cierto que los niveles de renta per c¨¢pita al nacer no admiten comparaci¨®n con generaciones precedentes: 4.112 euros en 1932, 6.137 euros en 1962 y 17.201 euros en 1992. El problema es que nadie eval¨²a sus circunstancias de acuerdo con un pasado abstracto, sino en relaci¨®n con su experiencia vital, quiz¨¢s compar¨¢ndose con la generaci¨®n inmediatamente anterior pero, sobre todo, con sus expectativas de futuro. Christine Lagarde alud¨ªa a esta idea en su reciente intervenci¨®n en el simposio de Jackson Hole, citando al fil¨®sofo S?ren Kierkegaard: ¡°La vida s¨®lo puede ser entendida mirando hacia atr¨¢s, pero tiene que ser vivida hacia delante¡±. Y la comparaci¨®n es elocuente: para la generaci¨®n nacida en 1992, el aumento de la renta per c¨¢pita experimentado entre los 15 y los 30 a?os de edad apenas ha sido el 2%, mientras que para los nacidos en 1962 fue del 50% y del 73% para los nacidos en 1932, Guerra Civil mediante.
Sobre el papel, la evoluci¨®n de la renta en el largo plazo no se explica sin el comportamiento de la productividad. Caben aqu¨ª dos aproximaciones complementarias a la cuesti¨®n.
En primer lugar, la que se?ala a las sucesivas crisis como la causa del deterioro de la productividad, que habr¨ªa arrastrado consigo a la renta per c¨¢pita (esto explicar¨ªa el impacto diferencial en econom¨ªas como la espa?ola). Desde 2008, una multitud de actores econ¨®micos ha tenido que priorizar las urgencias de corto plazo frente a decisiones de naturaleza estructural, lo cual necesariamente ha alterado la asignaci¨®n de recursos que habr¨ªa resultado de un escenario de normalidad econ¨®mica. La p¨¦rdida de crecimiento potencial en la eurozona, precisamente a partir de ese a?o, as¨ª lo sugiere.
Sin embargo, una segunda explicaci¨®n apunta a causas m¨¢s de fondo, que afectar¨ªan a los determinantes te¨®ricos de la productividad agregada: sin ser exhaustivos, a los recursos naturales disponibles (el medio ambiente, en sentido amplio), a la acumulaci¨®n de capital f¨ªsico (infraestructuras e inversi¨®n productiva), al estado de la tecnolog¨ªa, a la cualificaci¨®n de los trabajadores y, en general, a la propia eficiencia del tejido empresarial.
En este sentido, la invasi¨®n rusa de Ucrania no ha hecho sino poner de manifiesto la vulnerabilidad europea en la geopol¨ªtica de los hidrocarburos y la energ¨ªa. Si a eso se a?ade la escasez de las llamadas tierras raras, que nos hacen dependientes del resto del mundo, junto a la necesidad imperiosa de prevenir y mitigar los efectos del calentamiento global, parece claro que (en el estado actual de las cosas) el factor natural no supone para Europa una ventaja competitiva.
En cuanto a la acumulaci¨®n de capital f¨ªsico, con una herencia secular que tiene sus ra¨ªces en la revoluci¨®n industrial, es evidente que ha perdido tracci¨®n en pa¨ªses como Espa?a e Italia, pero tambi¨¦n en la propia Alemania, cuyo stock neto de capital productivo muestra un acusado cambio de tendencia desde comienzos de siglo. No es objeto de este art¨ªculo, pero el d¨¦ficit inversor alem¨¢n (o exceso de ahorro) es uno de los desequilibrios macroecon¨®micos en el origen de la burbuja inmobiliaria espa?ola.
Aunque Europa fue durante mucho tiempo avanzadilla de la educaci¨®n, la ciencia y la innovaci¨®n, hace lustros que ese liderazgo est¨¢ disputado. Es un hecho que hemos perdido el paso en el mundo digital y en la inteligencia artificial, cuyas normas se dictan en Estados Unidos y en China. Sigue habiendo en Europa ciencia de excelencia, universidades y escuelas de negocios de primer nivel y gigantes empresariales de talla mundial, pero el epicentro de la ciencia y de la innovaci¨®n tecnol¨®gica y empresarial hay que buscarlo en China, la India y el sudeste asi¨¢tico, y en unos EE UU que miran cada vez m¨¢s al Pac¨ªfico y menos al Atl¨¢ntico.
A todo lo anterior se suma la explosi¨®n de la deuda p¨²blica en los ¨²ltimos 15 a?os, gracias a la cual (conviene recordarlo) se han evitado males mayores. El dilema es que Europa necesita, por una parte, reducir sus ratios de endeudamiento y eliminar cualquier sombra de duda sobre la sostenibilidad de sus cuentas p¨²blicas y, por otra, poner los medios y movilizar los recursos necesarios para dinamizar una productividad exang¨¹e.
Ahora mismo, una vuelta a las pol¨ªticas fiscales de 2010-2013 estrangular¨ªa la productividad, restar¨ªa peso a la posici¨®n de la UE en el mundo, ser¨ªa explosiva para la cohesi¨®n social y probablemente no conseguir¨ªa reducir la deuda, como no lo hizo en su momento.
La respuesta al dilema pasa por dotarse de soluciones financieras propias (una capacidad de financiaci¨®n com¨²n permanente, a partir de la experiencia mejorada de los Fondos Next Generation), una reforma de la gobernanza econ¨®mica de la Uni¨®n (eliminaci¨®n de la regla de unanimidad), un sector p¨²blico dinamizador (capaz de asumir riesgos), y una colaboraci¨®n p¨²blico-privada eficiente, competitiva y justa. Y todo ello en tres frentes: energ¨ªa, descarbonizaci¨®n y medio ambiente; ciencia, tecnolog¨ªa y digitalizaci¨®n; y educaci¨®n y formaci¨®n.
Ni Espa?a ni Europa est¨¢n condenadas a vivir ¡°el fin de la abundancia¡±, en expresi¨®n acu?ada por el presidente franc¨¦s Emmanuel Macron. Pero s¨ª se necesita poner en marcha un proyecto com¨²n que reduzca el temor de las sociedades europeas a nuevas crisis financieras, sanitarias, clim¨¢ticas, tecnol¨®gicas, geopol¨ªticas, identitarias, etc. Empezando por fortalecer las bases del progreso econ¨®mico que, esta vez s¨ª, se exige que sea sostenible y justo.
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