Botones
La guerra y las negociaciones, sobre todo a ciertas edades, tienen m¨¢s que ver algunas veces con la necesidad de los intestinos que con el amor y el deseo
S¨ª, negociaciones con un bot¨®n. Porque eso es lo que suele pasarnos en los momentos m¨¢s especiales de nuestra vida. Momentos en los que el deseo, la pol¨ªtica, la necesidad, el cuerpo y el alma procuran entenderse. Pero ah¨ª est¨¢ el bot¨®n, entre los dedos, torpes, nerviosos o tranquilos. Los dedos y el bot¨®n discuten para establecer puentes entre el ser y el hacer, el pensar y el transitar por la piel desnuda de la realidad. Uno siente, imagina, es correspondido, nos ponemos manos a la obra, pero cuando avanzamos aparece el bot¨®n que dificulta el camino y se resiste a dejarnos ante el cielo abierto.
La cabeza est¨¢ en lo suyo, los labios tambi¨¦n est¨¢n en lo suyo, hablan o besan, pero llega un momento en el que los dedos reclaman toda la atenci¨®n porque el bot¨®n no abre, parece que los bordes del ojal no dan facilidades y hay que concentrarse en la negociaci¨®n del pulgar con el coraz¨®n o con el ¨ªndice para ver si al final saltan las barreras y se facilitan las operaciones, el acuerdo acompasado, libre de impedimentos, aunque despu¨¦s quede la responsabilidad de hacerlo bien, lo mejor posible en beneficio propio y ajeno.
Soy partidario de los botones que saben abrirse a tiempo. Aunque compruebo que la guerra y las negociaciones, sobre todo a ciertas edades, tienen m¨¢s que ver algunas veces con la necesidad de los intestinos que con el amor y el deseo. Hay que comprenderlo. El cuerpo mira a la historia como uno se dirige a un excusado. Escaleras, pasillos, puertas, cerraduras y botones... Aprieta la necesidad de sacar afuera todo lo que se lleva dentro, el peso que se ha ido acumulando en una mala digesti¨®n. Y llega un momento en el que uno se olvida del ojal y se resigna a hacer de vientre en los propios pantalones. Este bot¨®n vale de muestra.
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