Felon¨ªas pol¨ªticas
Si el Gobierno y el PSOE consuman la deslealtad a la Constituci¨®n que supone el olvido de los delitos del separatismo, este 11 de septiembre puede marcar el principio del fin de nuestra democracia
El hecho de que Pedro S¨¢nchez sea un pol¨ªtico ¨¢grafo ¡ªsu autobiogr¨¢fico Manual de resistencia fue obra de una brillante periodista en cuyo grupo parlamentario milit¨®¡ª es escaparate de la calidad intelectual y moral de nuestro presidente del Gobierno en funciones, que aspira a serlo de nuevo mediante el procedimiento Frankenstein: reconstruir un zombi a base de los despojos de unos cuantos incipientes cad¨¢veres. Su ausencia de criterio le puede llevar a apoderarse de lo peor de la historia del PSOE y desde?ar lo mejor de su tradici¨®n, que es su contribuci¨®n a la modernizaci¨®n de Espa?a, al restablecimiento democr¨¢tico y a la reconciliaci¨®n entre vencedores y vencidos de una espantosa guerra civil.
No hay ideolog¨ªa, ni siquiera un plan ni para su pa¨ªs ni para su partido, en la direcci¨®n pol¨ªtica de S¨¢nchez, sino solo un relato, o varios por mejor decir, cuyos guiones parece ¨¦l mismo incapaz de redactar. Tiene, en cambio, el desparpajo y la desfachatez de los buenos int¨¦rpretes. Pese a ello, le ser¨¢ imposible convencer a nadie de que su sumisi¨®n al separatismo catal¨¢n y el irredentismo vasco forma parte de un proyecto de convivencia del que no hay noticia alguna en el programa electoral de su partido. Y terminar¨¢ siendo reh¨¦n de quienes quieren apuntillar el Estado que ¨¦l ha prometido solemnemente defender. Incapaz de asumir que ha perdido las elecciones y de que sus socios en una eventual coalici¨®n, salvo los herederos del terrorismo etarra, sufrieron un descalabro electoral, pretende publicitar como capacidad de resistencia lo que a todas luces, si se produce, ser¨¢ una rendici¨®n. La presunci¨®n de que la crispaci¨®n social en Catalu?a ha descendido gracias a su gesti¨®n es totalmente gratuita. Si ha disminuido el activismo de los separatistas catalanes y la violencia de sus m¨¢s extremistas defensores, es porque el proc¨¦s fue derrotado por la acci¨®n de la justicia tras la aplicaci¨®n del art¨ªculo 155 de la Constituci¨®n, que el propio S¨¢nchez aval¨® junto a Rajoy.
Este art¨ªculo se publica hoy, 11 de septiembre, d¨ªa de la fiesta nacional de la comunidad aut¨®noma catalana en recuerdo de la derrota de los partidarios del archiduque Carlos frente al ej¨¦rcito borb¨®nico. Aquello fue el final de una guerra de sucesi¨®n por la corona de Espa?a que enfrent¨® a Inglaterra y Alemania contra la dinast¨ªa francesa y su descendiente, instalado en el trono de Madrid. Ese conflicto genuinamente europeo redistribuy¨® el poder en el continente y deriv¨® en una guerra civil entre espa?oles. Pero el calendario pol¨ªtico del 11 de septiembre recuerda hechos mucho m¨¢s recientes y dram¨¢ticos para la historia de las democracias. En 1973, el general Pinochet bombarde¨® el palacio de La Moneda en Chile, y el presidente Allende se suicid¨®, dando lugar a una larga dictadura militar. Un cuarto de siglo despu¨¦s, el atentado de la yihad isl¨¢mica contra las Torres Gemelas de Nueva York supuso el primer ataque armado a Estados Unidos en su territorio desde la agresi¨®n japonesa a Pearl Harbor.
La celebraci¨®n de la Diada catalana responde a un sentimiento hist¨®rico de agravio por la p¨¦rdida de los derechos forales de la Corona de Arag¨®n tras aquella batalla de hace tres siglos. Pero el acto de este a?o amenaza con convertir la fecha en un s¨ªmbolo relevante de un nuevo ataque a nuestras libertades democr¨¢ticas, la igualdad de los espa?oles, la unidad territorial y la supervivencia del Estado de derecho. Amenazas as¨ª no son exclusivas de nuestro pa¨ªs. Vivimos un cambio de civilizaci¨®n que impone desaf¨ªos y demandas en la gobernanza de los pueblos. Pero cuando el sistema necesita de reformas que garanticen la pervivencia de los valores de la democracia, padecemos una desoladora sequ¨ªa de liderazgo intelectual, moral y pol¨ªtico. Los gobernantes incapaces tratan de ocultar su incompetencia en el relato: el discurso de la demagogia, las hogueras del populismo, la polarizaci¨®n social y el odio al diferente.
Ejemplo universal de esa tendencia es Donald Trump, capaz de convertir sus probables delitos y su libertad bajo fianza en exitosa campa?a electoral. En Espa?a nos hab¨ªa salido una versi¨®n provinciana del personaje, un Trump a la catalana, con el pelo revuelto y la inopia intelectual del americano, fugitivo de la justicia, acusado como ¨¦l de delitos contra la democracia y de disponer del dinero p¨²blico en su beneficio y a su antojo. Pero ese histri¨®n hab¨ªa casi desaparecido del mapa de la pol¨ªtica espa?ola; el Parlamento Europeo le deneg¨® la inmunidad y una orden de captura internacional pende sobre ¨¦l pese a la prudencia en renovarla del juez instructor del caso. Hasta que el presidente y la vicepresidenta del Gobierno derrotado en las urnas, hoy en funciones, le han regalado el protagonismo del 11 de septiembre catal¨¢n a cambio de salvar ellos el pellejo.
No citar¨¦ la abundante doctrina jur¨ªdica que establece que ni la amnist¨ªa ni la autodeterminaci¨®n caben en nuestra Constituci¨®n, doctrina suscrita y difundida hasta hace nada por el propio S¨¢nchez y sus ministros. Tampoco he de insistir en la pat¨¦tica imagen de una vicepresidenta del poder ejecutivo en amistosa conversaci¨®n con un fugitivo de la justicia. Que el Gobierno de Espa?a est¨¦ dispuesto a desafiar la independencia del poder judicial, tras el maltrato y la manipulaci¨®n que tanto el PSOE como el PP han perpetrado contra la renovaci¨®n de su Consejo, es un descr¨¦dito para nuestra democracia y una estocada contra los derechos y la igualdad de todos los espa?oles ante la ley. El relato adicional de todo este l¨ªo pretende asegurar que el objetivo es construir un Gobierno de progreso, nada menos que gracias al apoyo de dos formaciones reaccionarias y supremacistas, demandantes o poseedoras de beneficios fiscales a los que no tienen acceso ni derecho el resto de los espa?oles. Para escenificar esa futura pol¨ªtica progresista, nos han regalado recientemente la fotograf¨ªa en grupo de varios expresidentes de la Generalitat: uno acusado de asociaci¨®n delictiva para robar cientos de millones; otro inhabilitado en sus funciones por desobediencia a la autoridad electoral y un tercero que se fug¨® acurrucado en el maletero de su coche huyendo de la Polic¨ªa tras cometer un verdadero delito de lesa patria. Les acompa?aba un cura frail¨®n para que no cupiera duda de qu¨¦ idea del progreso anida en el separatismo que S¨¢nchez aspira a cooptar.
Por lo dem¨¢s, es obvio que hay un conflicto pol¨ªtico en Catalu?a que es preciso resolver pol¨ªticamente. Ya se concedieron los indultos, condici¨®n l¨®gica para el di¨¢logo, y otras modificaciones penales, incluida la incre¨ªble e inmoral norma que beneficia a los pol¨ªticos malversadores del dinero p¨²blico. Pero no se puede restaurar la convivencia en Catalu?a, y la de las instituciones de Catalu?a con las del resto de Espa?a, sin contar con el jefe de la oposici¨®n, ganador de las recientes elecciones. Un presidente de Gobierno, a¨²n en funciones, no debe olvidar que lo es de todos los espa?oles. No es cierto, como algunos dicen, que la gobernabilidad del pa¨ªs dependa del Trump catal¨¢n, sino de la voluntad pol¨ªtica de S¨¢nchez. Tambi¨¦n de la calidad moral de los diputados socialistas que deben su esca?o a sus electores, cuyos intereses representan, por muy obedientes que quieran ser a los responsables del partido que les incluyeron en las listas. Si el Gobierno y el PSOE consuman la deslealtad a la Constituci¨®n que supone el olvido de los delitos del separatismo, este 11 de septiembre puede marcar el principio del fin de nuestra democracia.
Tan preocupado como est¨¢ S¨¢nchez por su lugar en la Historia, ha de elegir pues el relato que le toca interpretar: el de un l¨ªder defensor de las libertades y el Estado de derecho frente al supremacismo excluyente, o el de un presidente fel¨®n para quien cualquier deslealtad est¨¢ permitida si es remunerada.
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