La cuesti¨®n territorial y el precio del aceite de oliva
No hay mayor ant¨ªdoto frente a la inflamaci¨®n de las pasiones que demostrar que no hay pactos secretos, ni intenciones ocultas para trocear Espa?a, sino la b¨²squeda audaz de f¨®rmulas para pasar p¨¢gina
Un pa¨ªs no puede estar discutiendo permanentemente sobre qui¨¦n es, pero tampoco construirse en contra de las partes que lo componen. Esta es la situaci¨®n an¨®mala que subyace tras la cuesti¨®n territorial y que lastra a Espa?a epis¨®dicamente, cada vez que alguno de los polos decide ir m¨¢s lejos que el otro. Algo que ha sucedido desde la fallida reforma del Estatuto de Catalu?a en 2006, cuando las derechas catalana y de ¨¢mbito nacional decidieron alimentar este c¨ªrculo vicioso por algo tan espurio como el r¨¦dito electoral. Ya que la investidura de Pedro S¨¢nchez requerir¨¢ mirar de frente al problema, el objetivo final debe ser romper esta din¨¢mica y encontrar un nuevo equilibrio, si no permanente s¨ª tan duradero como para permitir a la siguiente generaci¨®n librarse de la gravedad que genera.
Si miramos hacia el pasado, la cuesti¨®n territorial ha ido apareciendo los ¨²ltimos 15 a?os como un hilo engarzado con todo lo que dio comienzo tras la Gran Recesi¨®n. La crisis de legitimidad pol¨ªtica e institucional permiti¨®, por un lado, cuestionar la unidad nacional y, por otro, utilizar el odio hacia la periferia como manera de cohesionar al resto. La corrupci¨®n, que afect¨® a la par al PP y Convergencia, partidos gobernantes en aquella etapa, requiri¨® tambi¨¦n de una coartada para desviar el oprobio tras las banderas. Aquel choque de trenes se produjo en 2017 pero antes se fragu¨® con esmero, cargando las locomotoras con un carb¨®n extra¨ªdo a pico y pala de cada llamamiento contrario a la convivencia. Aquello fue lo m¨¢s cerca que todos hemos estado del precipicio.
Si miramos al presente, las negociaciones, condiciones y acuerdos para la ¨²nica investidura posible, descontando el intento fantasma de Alberto N¨²?ez Feij¨®o, m¨¢s un salvavidas personal que un asunto de Estado, deber¨ªan pensarse como una manera de dotar a esta legislatura de direcci¨®n y a las palabras que se utilizan, como plurinacionalidad, de contenido. Si no se corre el peligro, quiz¨¢s en el fondo es a todo lo que se aspira, de quedarnos tan solo en lograr desbloquear moment¨¢neamente la gobernabilidad a cambio de otorgar alguna concesi¨®n que a Waterloo le sirva para justificar su existencia. No se trata de lo que Carles Puigdemont proponga, ni siquiera de cuestionarnos sobre la legitimidad del limbo desde donde lo hace, sino de si las ideas del debate son realmente ¨²tiles para evitar repetir los viajes a ninguna parte.
Y una ley de amnist¨ªa lo es. Nadie va a reconocer responsabilidades, algo que a todas luces ser¨ªa necesario entre los que proclamaron una declaraci¨®n de independencia unilateral y entre quienes la contemplaron como un nuevo 23-F con el que crear la escenograf¨ªa de los h¨¦roes que salvaron a la patria. Ambos se equivocaron, ambos obtuvieron lo contrario de lo que calculaban, ambos volver¨ªan, si pudieran, a repetir aquel desastroso libreto. Por eso mismo, todo aquello que impida a los polos situarse en lo tr¨¢gico vale para avanzar. No es justo, m¨¢s all¨¢ resulta estomagante, otorgar a los art¨ªfices del proc¨¦s categor¨ªa de negociadores. Resulta apropiado si lo que se consigue es que negocien su propio olvido.
Fue el oto?o rojigualdo, el que sigui¨® a aquel 1 de octubre, el que hizo pasar a Vox de una fuerza residual a un referente de masas. Esta puede ser la ocasi¨®n de dejar a los ultras, que son algo m¨¢s que un partido, sin su acontecimiento fundacional: lo que se resuelve desde la cabeza deja de conmover el est¨®mago. No hay mayor ant¨ªdoto frente a la inflamaci¨®n de las pasiones que la estabilidad, que demostrar que no hay pactos secretos, ni intenciones ocultas para trocear Espa?a, sino la b¨²squeda audaz de f¨®rmulas para pasar p¨¢gina que nos permitan dedicarnos a otras cosas. ?Cu¨¢les? Aquellas que afectan al precio del aceite de oliva, a la carest¨ªa de la vivienda, a la subida de salarios. La igualdad de derechos entre espa?oles, como el PP se afana en declarar cada vez que puede, tambi¨¦n se refiere a los que tienen sill¨®n en el Ibex y aquellos que intercambian sus asientos en el metro.
Que nadie interprete mal el mandato del 23-J. Toda forma de encarar la cuesti¨®n territorial que no tenga en cuenta la solidaridad entre comunidades ser¨¢ tan s¨®lo la constataci¨®n de que tras los llamamientos a la diversidad a menudo se enmascaran las pulsiones hacia la desigualdad. Toda forma de imaginar la cuesti¨®n territorial que no tenga en cuenta que, mientras que se dirime, hay millones de espa?oles que tiran cada vez m¨¢s de sus ahorros para llegar a final de mes, ser¨¢ percibida por estos mismos ciudadanos como una excentricidad ajena, un capricho de aquellos que pueden permitirse perder el tiempo porque nunca han tenido la necesidad de preguntarse c¨®mo pagar el alquiler. Y ser¨¢ de esta forma, justo de esta, como la cuesti¨®n territorial pasar¨¢ de una oportunidad para desbloquear el futuro a una nueva coyuntura para el crecimiento de las fuerzas reaccionarias.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.