El futuro de la democracia
La ausencia de un horizonte claro para el sistema provoca la nostalgia del pasado en la derecha y una actitud conservadora en la izquierda, mientras se persigue el bienestar privado ignorando que no se puede sobrevivir sin un compromiso con lo p¨²blico
Se han escrito muchos libros acerca de si la democracia tiene futuro, tratando de responder a la pregunta de si va a sobrevivir y cu¨¢nto tiempo le queda, pero me temo que el problema no es ese, sino que la verdadera crisis de la democracia es la falta de futuro. ?En qu¨¦ sentido? No se trata tanto de si la democracia tiene futuro, sino de qu¨¦ futuro tiene la democracia, qu¨¦ futuro nos ofrece: cu¨¢l es la relaci¨®n que la democracia tiene con el futuro, en qu¨¦ medida lo configura, anticipa, proyecta o teme, qu¨¦ promesas, visiones e im¨¢genes del futuro nos proporciona. No es tanto el futuro que le espera a la democracia, sino el que nos espera a nosotros en una democracia.
Muchos defectos de las democracias actuales tienen que ver con la mala calidad del futuro que proyectan. Un buen presente no basta para que la democracia resulte atractiva. El modo como divisemos el futuro condiciona nuestro afecto a la democracia. Detr¨¢s de mucho desapego hacia ella no hay otra cosa que un futuro frustrado.
Las democracias suscitan expectativas y modos de relacionarse con el futuro, esperanza o precauci¨®n. La democracia tiene la funci¨®n de articular futuros deseables y no puede vivir sin esa promesa. Si esa promesa deja de ser plausible, tambi¨¦n deja de serlo la democracia. Tarde o temprano la desconfianza respecto del gobierno se convierte en desprecio al ¡°sistema¡± para acabar siendo desafecto hacia la democracia.
La democracia est¨¢ en crisis porque lo est¨¢ su futuro y tal vez eso explique por qu¨¦ resulta tan atractivo el pasado. La expresi¨®n m¨¢s rotunda de esta ausencia de futuro es que el futuro prometedor consistir¨ªa en la recuperaci¨®n de un pasado supuestamente glorioso; el futuro estar¨ªa realmente en el pasado. La frustraci¨®n respecto del futuro se compensa retornando a un pasado pol¨ªtico mejor o inmutable. Hay quien desea volver a un pasado en el que se ten¨ªa m¨¢s futuro. Puede consistir en hacer que Am¨¦rica vuelva a ser grande, en el Imperio brit¨¢nico antes de la Uni¨®n Europea, volver a la familia de antes o a la naci¨®n homog¨¦nea y colonial, a la masculinidad dominante e incuestionada. Tambi¨¦n se da una curiosa combinaci¨®n de neoliberalismo y nacionalismo en esa nueva derecha que aspira a tener ambas cosas, mercado e imperio.
Aunque se perciba a s¨ª misma como progresista, tampoco la izquierda se relaciona demasiado bien con el futuro y apela a mantener el presente; sue?a con que las cosas se limiten a no empeorar, mantener las conquistas sociales (del pasado), con un lenguaje literalmente conservador. Y a pesar de que se autodenomine transformadora, no hay futuro alternativo, sino una especie de futuro continuo, como mera prolongaci¨®n o supervivencia. En la izquierda hay actualmente m¨¢s resistencia que revoluci¨®n.
Podr¨ªamos tomar esta cuesti¨®n del futuro como el elemento que mejor nos define pol¨ªticamente. En ¨²ltima instancia, las diferencias ideol¨®gicas se basan en diferentes relaciones con el tiempo. La izquierda est¨¢ preocupada por la desaparici¨®n del futuro, mientras que la derecha est¨¢ m¨¢s bien preocupada por la desaparici¨®n del pasado; la izquierda lamenta que el pasado tenga tanto peso en el presente (que intenta contrarrestar con la pol¨ªtica fiscal o con la propuesta de la herencia universal, por ejemplo) y la derecha lamenta exactamente lo contrario (tratando, por ejemplo, de impedir que se revise el pasado con leyes de memoria).
En este contexto, la nueva cuesti¨®n social es la de los futuros desiguales. Desde esta perspectiva, las grandes divisiones del presente lo son entre quienes tienen al futuro de su parte y quienes tratan de defenderse de ¨¦l. La aut¨¦ntica brecha social no es la llamada polarizaci¨®n, sino el hecho de que unos, como la canci¨®n de The Rolling Stones, pueden decir ¡°el tiempo est¨¢ de mi parte¡± y otros no. Ya no es el cl¨¢sico conflicto distributivo acerca de la propiedad de dinero y bienes, sino sobre qui¨¦n tiene razones para esperar qu¨¦.
El futuro significa cosas distintas para las personas, en funci¨®n de su edad y condici¨®n, a veces incluso contrapuestas. La discusi¨®n pol¨ªtica es una confrontaci¨®n de distintos futuros. Tal vez esto explique el resentimiento contra los migrantes, que son pobres de presente pero ricos de futuro, por parte de ciertos sectores de la poblaci¨®n que son exactamente lo contrario, favorecidos en el presente y preocupados por el futuro. La tecnolog¨ªa parece amenazar las competencias adquiridas (en el pasado) y convertirnos en in¨²tiles para el futuro. La econom¨ªa distribuye futuros de una manera muy desigual: la inflaci¨®n socava las seguridades de los c¨¢lculos econ¨®micos, las tasas de inter¨¦s afectan de diferente manera a la capacidad de endeudarse de los diversos sectores sociales, la deuda p¨²blica es un mecanismo que contribuye a que el futuro sea asim¨¦trico para los diferentes grupos sociales seg¨²n la edad. La estructura urbana tambi¨¦n reparte futuros desiguales: la periferia en relaci¨®n con el futuro se concentra en barrios, geograf¨ªas vac¨ªas y lugares mal comunicados, la movilidad o el cambio clim¨¢tico no es lo mismo para todos, el aumento de las temperaturas afecta de distinta manera a unos trabajadores que a otros, que haya o no zonas verdes, piscinas p¨²blicas o refugios clim¨¢ticos, buenos transportes colectivos, es necesidad para unos y gasto superfluo para otros.
La soluci¨®n a todo esto pasa por hacer cre¨ªble la promesa democr¨¢tica de un futuro mejor y compartido. Un indicador de qu¨¦ lejos estamos de un futuro igualitario y hasta qu¨¦ punto lo hemos privatizado es el hecho de que en las encuestas se valore mejor la econom¨ªa personal que la situaci¨®n econ¨®mica general, una percepci¨®n que puede compaginar optimismo personal con pesimismo colectivo. La privatizaci¨®n del futuro consiste en no esperar nada bueno en el plano colectivo y estar satisfecho con la propia situaci¨®n, una actitud que pone de manifiesto, entre otras cosas, que hemos desvinculado nuestro destino individual del com¨²n y que hemos abandonado a su suerte a aquellos cuyo destino personal depende especialmente del destino de todos. Pero la democracia no es la mera agregaci¨®n de futuros individuales sino la configuraci¨®n de un futuro del que en buena medida dependen los futuros individuales, sobre todo de aquellos cuya ¨²nica esperanza es que la pol¨ªtica funcione bien.
La gran cuesti¨®n que debemos plantearnos es si podemos perseguir nuestro futuro privado sin prestar atenci¨®n a los futuros comunes. La idea liberal es que el Estado debe ocuparse de posibilitar el futuro privado, sin entender que, en la era de los destinos entrelazados y las amenazas compartidas, ni siquiera es posible la promoci¨®n personal sin el cuidado de ciertos bienes p¨²blicos. Para asuntos como el cambio clim¨¢tico, la salud p¨²blica o la seguridad no podemos garantizarnos privadamente la protecci¨®n a la que tenemos derecho si no hay una estrategia compartida, p¨²blica y global, de ciertos bienes comunes, es decir, de un futuro igualitario. Con el aire acondicionado, sin acometer compromisos p¨²blicos y globales contra el cambio clim¨¢tico, lo ¨²nico que nos aseguramos es una muerte m¨¢s confortable.
El futuro no es solo un asunto individual o familiar, privado. La democracia es un procedimiento para hacer visible ese v¨ªnculo entre lo individual y lo colectivo, negociando su articulaci¨®n. En ella se lleva a cabo la distribuci¨®n equitativa de futuros haciendo expl¨ªcito el futuro en el que queremos vivir y los correspondientes derechos y deberes.
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