Votar al loco
La izquierda no debe olvidar algo tras la victoria de Milei: la ultraderecha solo triunfa cuando se antoja la opci¨®n m¨¢s razonable para una mayor¨ªa social muy cabreada, pero tambi¨¦n para algunos intelectuales ferozmente displicentes con los votantes progresistas
Dentro de la izquierda se desarrolla un intenso debate sobre el enigma del voto mayoritario a Javier Milei en Argentina, un anarcocapitalista que prefiere la mafia a las instituciones democr¨¢ticas, que defiende la privatizaci¨®n de los r¨ªos y que ha anunciado ya el desmantelamiento de la sanidad y la educaci¨®n p¨²blicas. ?Milei est¨¢ loco? S¨ª. Habla con su perro muerto, al que ha clonado, y vocifera blandiendo una motosierra con la que quiere serrar las patas del Estado. ?Entonces sus votantes tambi¨¦n lo est¨¢n? No, y ese es justamente el problema. No pueden haberse vuelto locos de repente casi 15 millones de argentinos, entre los cuales hay j¨®venes y viejos, mujeres y hombres, pobres y ricos, cultos e ignaros. Este car¨¢cter transversal del voto excluye, o al menos relativiza, la explicaci¨®n mec¨¢nica, muy del gusto izquierdista, de la desesperaci¨®n econ¨®mica. Aunque podamos establecer fundadas correlaciones, nadie nos obliga a votar a un candidato particular, ni las circunstancias ni la familia ni la propia clase social. Milei est¨¢ loco, s¨ª; sus votantes, no. ?Por qu¨¦ lo votan? No estoy seguro, pero conviene evitar de entrada dos tentaciones: la arrogancia de descalificar a los electores como idiotas fascistas enga?ados o fan¨¢ticos, y el populismo barato de irresponsabilizarlos de sus votos, bien a trav¨¦s de determinismos econ¨®micos o de inercias culturales. La democracia, no lo olvidemos, es esta ficci¨®n: los jueces son siempre independientes, la prensa siempre libre y los votantes siempre soberanos. As¨ª que hay que reconocer que 15 millones de argentinos m¨¢s o menos sensatos han votado libremente a un loco; y eso quiere decir que, como votantes libres, son responsables subsidiarios de lo que haga su presidente y que, como votantes cuerdos, deben ser persuadidos para no volver a hacerlo.
Ahora bien, aceptar esta idea significa aceptar otras dos concomitantes muy inc¨®modas: la de que yo, que me creo tan listo, podr¨ªa tambi¨¦n, llegada la ocasi¨®n, votar libremente a un loco; y la de que, por tanto, ning¨²n pa¨ªs est¨¢ libre en estos momentos de inclinarse mayoritariamente por los locos. Eso es lo que no debemos olvidar en la izquierda: que, como otras veces en la historia, la ultraderecha, fascista y/o neoliberal, solo triunfa cuando se antoja la opci¨®n m¨¢s razonable y hasta la m¨¢s moral a los ojos de una mayor¨ªa social muy cabreada, pero tambi¨¦n de algunos intelectuales tan ferozmente burlones y displicentes con los votantes de izquierdas como lo somos nosotros con los de derechas. En Espa?a, la desaforada Ayuso, de cuyas mayor¨ªas absolutas nos defendemos con chistes apotropaicos, resulta de pronto menos risible, y m¨¢s peligrosa, si se repara en que es apoyada por Fernando Savater, un hombre extraordinariamente inteligente, gran escritor y gran polemista, al que ni vencer¨ªamos ni convencer¨ªamos f¨¢cilmente en un debate p¨²blico.
Naturalmente, nuestra obligaci¨®n es esclarecer el horizonte de policrisis (econ¨®micas, geopol¨ªticas, clim¨¢ticas) que han llevado al mundo a una situaci¨®n en la que los locos tienen una oportunidad: un mundo cabreado, tenso, con ganas de apocalipsis, en el que el odio a un otro concreto, o a una constelaci¨®n de otros concretos, determina nuestras posturas pol¨ªticas al margen no solo de la raz¨®n, sino incluso del c¨¢lculo. Es una constante hist¨®rica a la que hay que tender el o¨ªdo: cuando la rama en la que estamos sentados est¨¢ a punto de romperse, dec¨ªa el poeta Bertolt Brecht, todos se ponen a inventar sierras: cuando m¨¢s requiere la situaci¨®n equilibrio y cuidado, m¨¢s nos dejamos llevar por la tentaci¨®n de la cat¨¢strofe. Me temo que no hay ninguna relaci¨®n directa entre las causas econ¨®micas y este malestar irritado que ha cobrado ya vida propia y franquea el paso a los orates; por eso, siendo completamente imprescindible, no bastar¨¢ con tomar medidas contra la desigualdad y la injusticia social; ese malestar debe ser atacado al mismo tiempo en su superficie, que es donde se expresa y genera efectos. En Argentina se ha votado contra Massa, no contra la inflaci¨®n. En Espa?a la derecha se rebela contra S¨¢nchez, no contra la amnist¨ªa. A veces, uno teme que contra estas olas espumosas cabe hacer poca cosa; que hay que dejarlas pasar y arramblar con todo, confiando en que los supervivientes construyan luego algo mejor.
Espa?a se ha salvado por el momento, gracias a la audacia de S¨¢nchez, al que el poder y el peligro vuelven cada d¨ªa m¨¢s listo, a una izquierda bricolada con prisa y sin proyecto pol¨ªtico y al pragmatismo democr¨¢tico de la Espa?a centr¨ªfuga. Pobres mimbres para poder revertir en la peque?a aldea hispana la onda global. Es muy improbable que esta convergencia fr¨¢gil y trabajosa pueda repetir la jugada. En realidad, nos separa solo un pu?ado de votos de Milei y sus chifladuras: nos separa un Milei, que la derecha espa?ola no acaba de encontrar. Como dec¨ªa Isaac Rosa, los espa?oles no somos m¨¢s inteligentes ni m¨¢s sensatos ni m¨¢s dem¨®cratas que los argentinos. El Gobierno de coalici¨®n debe obrar como si entre la causa y el malestar la relaci¨®n fuera transparente y directa y como si en cuatro a?os, por tanto, hubiera tiempo para resolver la policrisis estructural. Es un alivio tenerlo, pero solo tenemos eso: un Gobierno. Y ese malestar, ay, va a seguir ah¨ª, en una vor¨¢gine de resaca mundial en la que nos falta el discurso que lo interpele y lo oriente hacia la izquierda.
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