Al fuego eterno
Desde el momento en que le advirtieron de que el sexo era pecado, ese ni?o comenz¨® a tener la mirada sucia
A su alrededor se apareaban los insectos, los p¨¢jaros, las palomas, los conejos, las cabras, los perros, los gatos; todos los seres vivos, incluidas las moscas, se apareaban con naturalidad ante la mirada inocente de ese ni?o que hab¨ªa nacido en el campo y hab¨ªa aprendido las primeras lecciones del sexo impartidas por los animales. Su mirada era tan limpia como su pensamiento viendo el juego que se tra¨ªan aquellos seres irracionales para reproducirse, impulsados por la naturaleza, hasta que al anochecer de un d¨ªa de fiesta en el pueblo descubri¨® en la penumbra de un jard¨ªn p¨²blico a una pareja de novios que estaba realizando lo mismo que tantas veces hab¨ªa visto ejecutar a los perros. Huy¨® despavorido. Seg¨²n le hab¨ªa ense?ado el cura en la iglesia, ese acto era un pecado mortal y aquella pareja estaba quebrantando un mandamiento de la ley de Dios y, por tanto, ir¨ªa al infierno. Desde el momento en que le advirtieron de que el sexo era pecado, ese ni?o comenz¨® a tener la mirada sucia. Fue peor todav¨ªa cuando se le hizo saber que los malos pensamientos tambi¨¦n llevaban aparejado un castigo eterno. El tormento no hizo m¨¢s que empezar, puesto que la perversi¨®n le hab¨ªa sido inoculada en su cerebro. ?C¨®mo ser¨ªa un mal pensamiento? Si era como el que le provocaban unas bragas femeninas goteando en el tendedero, en este caso tambi¨¦n ser¨ªa impuro pensar en el polen de las flores. No era solo que ese ni?o, como tantos otros, fuera sometido en el colegio religioso a la depravaci¨®n de la pederastia, sino que su conciencia ya no pudo superar el hecho de que el instinto sexual conduc¨ªa directamente al infierno. El pensamiento no delinque, se afirma en cualquier C¨®digo Penal. Pero la iglesia, m¨¢s all¨¢ de la pederastia, era mucho m¨¢s cruel. Despu¨¦s de toda una vida intachable bastaba con que pensaras en las pantorrillas de tu novia para que fueras condenado al fuego eterno.
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