Ser como los hombres
So?aba con un feminismo que supiese trasladar a la sociedad entera la urgente necesidad de que el di¨¢logo se imponga sobre la polarizaci¨®n violenta
Se ha llamado masculinizaci¨®n de las mujeres a su progresiva adopci¨®n de las caracter¨ªsticas tradicionalmente atribuidas a los hombres: al ocupar la esfera p¨²blica y sufrir sus exigencias, las mujeres no hemos sabido transformarla para incluir algunos de los valores en los que nos educamos (di¨¢logo, cooperaci¨®n, reflexividad, cuidado de los v¨ªnculos y de la fragilidad), sino que hemos mimetizado irreflexivamente los de la masculinidad (competitividad, agresividad y confrontaci¨®n, reactividad impulsiva, enconamiento narcisista y exculpaci¨®n, tozudez intelectual para mantener esas otras ¡°cualidades¡± y no apertura hacia la consideraci¨®n de las opiniones del otro, entre otros) para intentar sobrevivir en ese espacio, lo que ha modificado tambi¨¦n nuestra esfera privada.
Por su parte, la digitalizaci¨®n ha producido un r¨¢pido incremento de la homogeneizaci¨®n de unos y otras en la agresividad y la reactividad, aspectos que bien deber¨ªan ser corregidos en ambos g¨¦neros. So?aba con una sociedad donde el trabajo del feminismo consiguiera que a la necesaria justicia punitiva se sumara una justicia restaurativa que atendiese al da?o de la v¨ªctima y al arrepentimiento sincero del agresor y no solo al castigo; un feminismo que supiese trasladar a la sociedad entera la urgente necesidad de que el di¨¢logo se imponga sobre la polarizaci¨®n violenta, permitiendo un encuentro constructivo entre posiciones divergentes, una fricci¨®n creativa que abriera, en ese punto de frontera, un territorio nuevo de convivencia y consenso. So?aba con una sociedad donde la liberaci¨®n y el empoderamiento de las mujeres no pasase solo por imitar una sexualidad alejada del afecto, ni una instrumentalizaci¨®n del otro con las mismas caracter¨ªsticas que la que los hombres ejercieron sobre nosotras, sino por ejercitarnos todos en un trato m¨¢s considerado y humano, donde imperase el ejercicio de la resonancia y la consideraci¨®n como formas de relacionarse con el mundo. Pero estamos perdiendo esa batalla y la deshumanizaci¨®n de las relaciones se impone en lo privado y en lo social.
Las redes se inflaman con testimonios encendidos de mujeres que claman por la venganza tali¨®nica del ojo por ojo, diente por diente, formas cl¨¢sicas en el debate masculino. Hemos perdido el norte, e interpretamos como feministas productos culturales donde las mujeres se convierten en hombres viriles logrados, cuando no en aut¨¦nticos superhombres. La pel¨ªcula de Yorgos Lanthimos Pobres criaturas es buen ejemplo de esto. Su protagonista, Bella Baxter, un nuevo Frankenstein, nos dicen, aunque para muchas de nosotras sea una representaci¨®n m¨¢s del viejo tropo cinematogr¨¢fico del nacida sexy ayer, acaba su supuesto proceso emancipatorio repitiendo el gesto de su creador: convirtiendo en monstruo al hombre que maltrataba a su madre. Aplauden los incautos y las incautas, ?qu¨¦ feminista es Bella!, y no aciertan a ver aqu¨ª un giro m¨¢s de la violencia patriarcal invertida: convertir a Bella en una digna imitadora del cient¨ªfico que la cre¨®. Por supuesto, la actitud m¨¢s humana frente a ese hombre cruel que fuera a la vez su padre y su marido (quienes hayan visto la pel¨ªcula comprender¨¢n) ser¨ªa reeducarlo mediante un meticuloso programa feminista en los valores de la igualdad; pero huelga decir que ni se contempla nada semejante. Por no hablar del ¡°novedoso hallazgo¡± de Lanthimos de centrar el proceso liberador de Bella en una exploraci¨®n sexual sin afecto, ejerciendo una l¨®gica exenta de cualquier apunte emocional (reeditando as¨ª la vieja dicotom¨ªa raz¨®n-emoci¨®n) y convirtiendo a su protagonista en una versi¨®n femenina del hombre rijoso y estudioso (puro logos sin emociones), que usa instrumentalmente a quienes la rodean para su propio bienestar. No hemos luchado para hacer lo mismo que ellos. Hasta el melanc¨®lico monstruo de Mary Shelley, el Frankenstein original creado por la joven autora, solicitaba de su creador una compa?era, un lazo con los otros que lo incluyese en la comunidad humana, mostrando una fragilidad de la que su supuesta r¨¦plica femenina carece.
Tambi¨¦n se consider¨® feminista el personaje de Frances McDormand en Tres anuncios en las afueras (Martin McDonagh, 2017), una madre vengadora e individualista que, tras la desaparici¨®n de su hija, se toma la justicia por su mano en la mejor tradici¨®n del h¨¦roe masculino. Otro tanto cabe decir de la protagonista de Una joven prometedora (Emerald Fennell, 2020), que emprende una fatal venganza autodestructiva.
Los valores en los que se socializaba a las mujeres est¨¢n siendo borrados por oponerse a la eficacia de una sociedad acelerada que reduce el individuo a un ¨¢tomo social, a un pe¨®n del engranaje productivo, y niega las necesidades humanas m¨¢s b¨¢sicas: refugio, lazos afectivos, estabilidad que permita construir un futuro, esto es, trascendencia. Y el proceso es tan sibilino que pasa inadvertido a las propias mujeres.
Necesitamos una reflexi¨®n profunda sobre lo que consideramos ideales hacia los que tender; urge revitalizar los derechos humanos, salir de la rueda de la imitaci¨®n para crear espacios de debate constructivo que desvelen este mimetismo tramposo en el que nos enredamos y el aceleracionismo que nos impide pensar. Ni mujeres convencionales, ni viriles hombres y mujeres patriarcales, busquemos juntos ese espacio complejo y plural por explorar que redefina para ambos los viejos, restrictivos y dolorosos roles de g¨¦nero.
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