Alvise y el bucle pornogr¨¢fico
Los bulos funcionan en Internet porque producen una excitaci¨®n r¨¢pida y una satisfacci¨®n ef¨ªmera. Y parece que frente a esa agenda reaccionaria no sirve la simple verdad
Durante la pandemia, el canal de WhatsApp de mi comunidad de vecinos cerr¨®. Mejor dicho, el presidente abri¨® otro en el que solo pod¨ªa escribir ¨¦l, porque la proliferaci¨®n de mensajes pol¨ªticos susceptibles de provocar discusiones y, sobre todo, las informaciones no comprobadas dilu¨ªan los mensajes importantes. Hab¨ªa de todo: ma?ana dejar¨¢n salir a los apellidos entre la A y la M, Bill Gates revisa tus bolsas de basura o se ha celebrado una fiesta en La Moncloa con mariachis. Todas est¨¢n inspiradas en cosas que se propagaron durante esos d¨ªas. Uno de los principales difusores de bulos de Espa?a, Alvise P¨¦rez, acaba de conseguir tres eurodiputados y fue en esos d¨ªas de videoconferencias y pan casero cuando comenz¨® a montar su negocio.
Hubo varias actividades que tuvieron ¨¦xito durante el confinamiento: las tablas de gimnasia, los cursos a distancia o los bulos. Todas respond¨ªan a la necesidad de recuperar el control. Fuera, hay incertidumbre, pero aqu¨ª puedo hacer esto que depende de m¨ª. La ¨²ltima responde tambi¨¦n a un modelo basado en el bucle de la pornograf¨ªa, que tambi¨¦n tuvo un pico de consumo: excitaci¨®n r¨¢pida, reacci¨®n compulsiva y satisfacci¨®n ef¨ªmera. Es lo que se llama la cultura de la dopamina, por la hormona que se segrega con ese ciclo de recompensa inmediata que siempre necesita realimentarse tras la bajona. El cr¨ªtico de jazz Ted Gioia ha sistematizado la sustituci¨®n de actividades y formatos que se ha producido en las ¨²ltimas d¨¦cadas: del ¨¢lbum de m¨²sica al fragmento del reel, o del ligue al melofo-nomelofo de las aplicaciones de citas.
La cultura de la dopamina no funciona porque la gente sea m¨¢s tonta o est¨¦ menos formada que hace medio siglo. Es posible que sea justo lo contrario. Los contenidos informativos o culturales se enfrentan a un p¨²blico que es exigente porque conoce m¨¢s, que es implacable porque hay un exceso de oferta y que no se conforma con mirar pasivamente. Quiere participar. Los formatos de la cultura de la dopamina funcionan porque son buenos, breves, divertidos y participativos. Es decir, no escucho la canci¨®n, sino que creo un v¨ªdeo; no miro un deporte, sino que apuesto; no leo informaciones, sino que las difundo. Estoy dentro. Formo parte de una comunidad difusa y gratificante que no me pide nada y siempre est¨¢. En el caso de los bulos, conocer esa informaci¨®n que nadie m¨¢s tiene me convierte en alguien especial. Yo s¨¦ lo que est¨¢ sucediendo en realidad. Nos fumigan. Nos esp¨ªan. Si crees que alguien te controla es que eres importante.
No sirve de mucho rebatirlos. De nuevo, es una idea que parte de la premisa de la mano inocente cuando la experiencia apunta a todo lo contrario. Uno tiende a creer las cosas que encajan en su visi¨®n del mundo y deber¨ªamos pensar que la gente que difunde bulos xen¨®fobos, racistas o machistas lo hace de forma deliberada porque comparte de forma total o parcial esa agenda reaccionaria. Ser¨ªa interesante ver de d¨®nde viene y qui¨¦n la paga, pero eso es otro tema. Y no todos son j¨®venes precarios con problemas de alquiler. Algunos viven al lado del Bernab¨¦u. En general, son varones heterosexuales blancos, la gente que lo hemos tenido todo durante milenios.
El desconcierto de la izquierda es l¨®gico. Parece que nada funciona frente a esta agenda reaccionaria. No sirve la verdad, no sirven las organizaciones, no sirve la pol¨ªtica. Da igual que la econom¨ªa crezca o que la subida del SMI saque de la pobreza a un mill¨®n de personas. Probablemente, el problema es de fondo. El programa progresista se basa en la distribuci¨®n: m¨¢s derechos para m¨¢s personas gracias a las leyes. Nuestro modelo econ¨®mico ¡ªy social¡ª parte de una idea opuesta: todo debe convertirse en un producto que se ofrezca en un mercado desregulado. Todo es una competici¨®n. As¨ª, la ampliaci¨®n de derechos de un grupo suele provocar enfrentamientos con otros que sienten una merma en los suyos, cosa que no es cierta, pero ya hemos visto que la realidad es poco importante.
As¨ª, se crean polarizaciones de todo tipo, salvo de clase, y las personas que habitualmente han ocupado los espacios de poder se ven agraviadas por compartirlo. Sienten que pierden algo clave para el desarrollo de sus vidas. Creen que hay que frenar las pol¨ªticas de distribuci¨®n para proteger su condici¨®n de nativos o propietarios de esos derechos, y cualquier cosa vale en esa lucha. Se crean chivos expiatorios, enemigos que est¨¢n por todas partes y a los que se deshumaniza. El caso m¨¢s claro son los migrantes, las personas que precisamente reciben toda la crueldad del modelo. Si el formato de nuestras vidas es la competici¨®n, pasamos de una norma basada en la ¨¦tica que reconoce al otro a una norma basada en la fuerza. Alguien se debe imponer a otro. Conviene plantearse que la xenofobia, el machismo o el racismo no son algo del todo ajeno al modelo, sino una aceleraci¨®n del bucle.
Esta situaci¨®n es un territorio propicio para el populismo de derechas, que logra crear amplias coaliciones. El peligro est¨¢ en la normalizaci¨®n de ciertas pr¨¢cticas y ciertos mensajes. Ojo, no hay vuelta atr¨¢s. Como ha explicado la literatura decenas de veces, es f¨¢cil dar vida a la criatura. Lo complicado es que luego te obedezca. Crear otro Estado es m¨¢s dif¨ªcil que montar otro grupo de WhatsApp.
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