Una sociedad de ingratos
La existencia de alguien que no le deba nada absolutamente a nadie es casi un imposible ontol¨®gico
Hay quien ha definido a nuestra sociedad actual como una sociedad del odio, de tan extendido como se encuentra este sentimiento entre los individuos. La definici¨®n es en lo sustancial correcta, pero tal vez se refiera a la fase final de una evoluci¨®n o deriva que pasa por momentos previos, asimismo dignos de atenci¨®n si queremos entender adecuadamente el desenlace al que estamos asistiendo. Pues bien, si de eso se trata, tal vez uno de los momentos que m¨¢s convenga resaltar sea el que bien pudi¨¦ramos denominar como el de la ingratitud generalizada.
Ejemplos ilustrativos de lo efectivamente generalizado de dicha actitud abundan por doquier. As¨ª, hace tiempo que parece haberse instaurado por parte de muchas personas la tendencia a hacer, especialmente en el momento de la celebraci¨®n de alg¨²n ¨¦xito, una especie de declaraci¨®n de principios autobiogr¨¢fica que se dir¨ªa orientada a resaltar el valor de los propios m¨¦ritos. Los t¨¦rminos de la declaraci¨®n suelen ser pr¨¢cticamente los mismos siempre: ¡°Yo no le debo nada a nadie¡±. Tanto parece haberse generalizado la afirmaci¨®n que ha llegado un momento en el que f¨¢cilmente la damos por buena, sin reparar en los supuestos ¡ªalguno de ellos completamente falaz¡ª que contiene.
Y a pesar de que el ¡°nadie¡± gen¨¦rico de la declaraci¨®n no se?ala a ning¨²n ¡°nadie¡± en particular, lo m¨¢s frecuente es que aluda, de forma m¨¢s o menos expl¨ªcita, a aquellos a quienes una tercera persona podr¨ªa considerar como los aut¨¦nticos responsables de la fortuna que el declarante en cuesti¨®n reclama como resultado de unos m¨¦ritos exclusivamente suyos, pero que desde fuera alguien podr¨ªa pensar que no se hubiera podido producir sin el concurso o la ayuda de personas que, pongamos por caso, le proporcionaran los medios o le brindaran la oportunidad de hacer valer tales m¨¦ritos. Con frecuencia ¡ªaunque no siempre ni de manera necesaria¡ª, el v¨ªnculo entre ambos sectores se plantea en t¨¦rminos abiertamente generacionales. Cuando ello ocurre, el resultado es que son los miembros de las generaciones m¨¢s j¨®venes los que se niegan a aceptar la existencia de ning¨²n tipo de deuda con los miembros de las generaciones precedentes.
Habr¨ªa que decir, a modo de consideraci¨®n previa, que la existencia de alguien que no le deba nada absolutamente a nadie es casi un imposible ontol¨®gico. La vida social y la consecuente interacci¨®n entre individuos y grupos implica, de manera poco menos que inevitable, tanto la realizaci¨®n como la recepci¨®n de comportamientos dif¨ªcilmente reductibles al mero inter¨¦s particular o, si se prefiere, que no quedan entendidos de manera adecuada si los analizamos en los exclusivos t¨¦rminos de c¨¢lculo coste-beneficio o similares (por m¨¢s que siempre haya gentes que, con manifiesta impropiedad sem¨¢ntica, utilice expresiones del tipo ¡°me debe un favor¡±, tan odiosas como autocontradictorias ¡ªel favor por definici¨®n se regala, sin esperar nada a cambio¡ª).
En todo caso, lo que convierte en relevante y significativa esta resistencia a asumir la menor deuda es precisamente que se produce en muy diversos ¨¢mbitos. Sin ir m¨¢s lejos, en el intelectual y, m¨¢s en concreto, en el acad¨¦mico, donde la antigua afirmaci¨®n ¡°somos una generaci¨®n sin maestros¡±, ha perdido la condici¨®n de lamento ¡ªo incluso de queja¡ª que ten¨ªa en sus or¨ªgenes para convertirse en una presunta descripci¨®n no exenta de una cierta carga reivindicativa. Hasta el punto de que no es solo que se rechace el concepto de maestro en cuanto tal (y ya no digamos el de disc¨ªpulo), sino que se pone en cuesti¨®n la naturaleza del propio v¨ªnculo que se establece en la transmisi¨®n del saber.
Sin duda, inciden sobre este resultado diversos factores, de naturaleza heterog¨¦nea. Parece claro, por ejemplo, que el cuestionamiento que viene sufriendo desde hace ya un tiempo la idea de autoridad explica buena parte de las reticencias comentadas. De la misma forma que tampoco hay que descartar que estas puedan obedecer a un reflejo defensivo por parte de quienes temen que, en la comparaci¨®n con sus predecesores, quienes les han sucedido puedan resultar malparados. Pero ni la idea de autoridad es una idea de la que podamos prescindir sin graves consecuencias te¨®ricas (de ininteligibilidad), ni reconocer, en especial en el ¨¢mbito de la actividad intelectual, cu¨¢nto hemos aprendido todos de quienes nos precedieron deber¨ªa significar el m¨¢s m¨ªnimo desdoro.
Acaso deber¨ªamos buscar en otro lugar el factor causal que en mayor medida explica esta extendida tendencia a la ingratitud. En concreto, deber¨ªamos buscarlo en la propia evoluci¨®n que ha ido siguiendo nuestra sociedad en la direcci¨®n de una creciente y casi exasperada competitividad, sustentada a su vez en un feroz individualismo. En este contexto de una realidad regida por la l¨®gica de la exclusiva persecuci¨®n del propio inter¨¦s, la gratitud no es ya que constituya una in¨²til anomal¨ªa: es que impugna dicha l¨®gica de manera frontal, hasta el extremo de que, precisamente por ello, podr¨ªamos llegar a considerar que va a contrapelo del mundo. De nada se obtiene menos beneficio que de dar las gracias. Quiz¨¢ sea por eso por lo que darlas nos hace mejores y nos ayuda a hacer mejores a aquellos con los que nos relacionamos.
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