Los descendientes de la fideu¨¢
El brib¨®n engull¨® al hombre de Estado y su manera de ir por la vida pasa factura en un presente en el que nadie mejor que ¨¦l representa aquello de ¡°lo personal es pol¨ªtico¡±
La vida del viejo monarca ¡ªlo de Em¨¦rito ya se ha convertido en adjetivo dudoso o casi en mote¡ª irrumpi¨® hace tanto tiempo por la puerta grande en las estancias del mundo del coraz¨®n que al anunciarse estos d¨ªas la publicaci¨®n de unas memorias tituladas enigm¨¢ticamente Reconciliaci¨®n se puede pensar que se trata del argumento hom¨¦rico del hombre anciano que, agotadas ya sus energ¨ªas, vuelve al hogar para rendirse al abrazo de la esposa en la que busca el consuelo de la vejez, para disculparse con las amantes o dejarse proteger por el hijo al que perjudic¨®. El universo ¨ªntimo ha fagocitado al p¨²blico. Aquello de la reconciliaci¨®n nacional suena vetusto, ignorado por las nuevas generaciones, muy del siglo pasado. Suelen afirmar tertulianos ense?oreados de objetividad que los l¨ªos amorosos del monarca no nos competen, a menos, claro est¨¢, que hubieran sido financiados de una u otra manera por los servicios de seguridad del Estado.
Nadie quiere correr el menor peligro de parecer moralista, pero el asunto es que, en personas cuya mera presencia es representativa de un Estado, resulta dif¨ªcil que los l¨ªos sexuales no acaben salpicando a quienes tienen el deber de preservar la imagen de un se?or imprudente que se escapa en moto para ver a su rubia. Dicha rubia espera con el sofrito de la fideu¨¢ en marcha al se?or que se equivoca y toca el timbre del adosado de la rubia de al lado, que por supuesto toma nota para aparecer en un documental futuro; este es el se?or que acostumbrado a una vida que se desarroll¨® sin anclajes emocionales se desfoga con las mujeres y no acaba de entender qu¨¦ es lo que quieren ellas: Qu¨¦ es lo que espera de ¨¦l esta rubia que parece sueca, pero a quien delata el acento murciano de Totana; qu¨¦ quiere esta mujerona que viene de muy abajo y que envanecida ahora por sentir en la intimidad de su alcoba los latidos de una sangre real no est¨¢ dispuesta a ser solo su pilingui. Lo que ella cavila es que si est¨¢ d¨¢ndole lo mejor de s¨ª misma por qu¨¦ ha de ser menos que la dama de Palma, a quienes los amigotes de su amante rinden pleites¨ªa y ponen a su servicio yates y seguridad para facilitar los encuentros. ?Unas somos se?oras y otras cabareteras? Pero el monarca, ajeno al descontento creciente de esta mujer que necesita trabajo y recompensa econ¨®mica, se zampa su fideu¨¢, moja pan, le celebra la mano que tiene para la cocina y para el resto, ese resto que viene tras el caf¨¦ y la copa, el calentamiento previo a la entrega total del que el hijo de ella, agazapado, tomar¨¢ nota, no sabemos si con la complicidad materna, para que luego, tantos a?os despu¨¦s, cuando el em¨¦rito quiera reivindicarse, no por sus legendarias pasiones sino por sus desvelos pol¨ªticos, vea c¨®mo el brib¨®n engull¨® al hombre de Estado y advierta sorprendido que su manera de ir por la vida, con el privilegio por delante, pasa factura en un presente en el que nadie mejor que ¨¦l representa aquello de ¡°lo personal es pol¨ªtico¡±.
Bendecidos por los defensores de la presunta cultural popular, los programas de chismes ya no exigen a los personajes ser poseedores de alg¨²n tipo de habilidad art¨ªstica. Estamos en el momento en el que los descendientes de quienes despertaban inter¨¦s por sus m¨¦ritos est¨¢n empezando a hacer caja. Dif¨ªcil catalogar la personalidad de quien vende las fotos de una madre besuque¨¢ndose en el porche. ?De qu¨¦ forma han sido educados todas estas hijas y nietos que han tomado el relevo en la exhibici¨®n de su intimidad? El hijo de Rey, B¨¢rbara, vendiendo el pasado materno; la nieta del Rey, Juan Carlos, abriendo su coraz¨®n a Pablo Motos al confesar que le encanta la fideu¨¢. ?La fideu¨¢! La historia es asombrosamente c¨ªclica. Todo confluye. Si una tendiera a las teor¨ªas conspiranoicas pensar¨ªa que hab¨ªa alg¨²n mensaje encriptado en semejante declaraci¨®n. Tal vez sean, los del hijo y la nieta, dos caminos diferentes de llegar al mismo punto: vivir del cuento.
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