Migraciones: la profec¨ªa autocumplida
Nuestros gobiernos han puesto tanto empe?o en gestionar la movilidad humana como una amenaza que la sociedad ha terminado vi¨¦ndola como el problema que no es
Si se presenta como un problema, se discute como un problema y se gestiona como un problema, es ingenuo esperar que la opini¨®n p¨²blica perciba las migraciones como algo diferente a un problema. La encuesta de 40dB. para EL PA?S y la Cadena SER ¡ªque ofrec¨ªa esta semana un panorama f¨²nebre de la percepci¨®n social de este asunto¡ª es, en primer lugar, la consecuencia directa de un incremento de las llegadas de cayucos a Canarias. Tanto como de la ca¨®tica respuesta de las administraciones espa?olas a un desaf¨ªo humanitario complejo, pero en absoluto irresoluble. Pero es, sobre todo, la constataci¨®n de que la verdadera victoria de los movimientos nacionalpopulistas no est¨¢ siendo narrativa, sino pol¨ªtica. Como en una profec¨ªa autocumplida, nuestros gobiernos han puesto tanto empe?o en gestionar la movilidad humana como una amenaza existencial, que cualquier otra consideraci¨®n social sobre ella parece una frivolidad peligrosa.
Santiago Abascal, Alice Weidel, Marine Le Pen y los dem¨¢s voceros de la ultraderecha europea despliegan de manera cotidiana discursos t¨®xicos y mentirosos sobre las personas migrantes que llegan o intentan llegar a nuestros pa¨ªses. Pero quienes los llevan a la pr¨¢ctica son otros: gobiernos de todo pelaje ideol¨®gico ¡ªempezando por el espa?ol¡ª aplican un modelo de gesti¨®n migratoria concebido para detener, a toda costa, los flujos procedentes de ?frica y Oriente Pr¨®ximo. Y para forzar a millones de trabajadores y trabajadoras de otras regiones a encostrarse en la informalidad y la vulnerabilidad que supone la migraci¨®n irregular. Sus pol¨ªticas, que han alcanzado el paroxismo con el reciente Pacto Europeo de Migraciones y Asilo, est¨¢n el origen del caos y el desorden fronterizo que tanto desasosiego parece provocar en nuestras sociedades. Es una carrera hacia el precipicio en la que la izquierda tiene tanta responsabilidad como la derecha, porque donde estos ven una amenaza, aquellos solo ven una tragedia, y ambos han contribuido a reducir el fen¨®meno migratorio a la categor¨ªa de problema social.
La realidad es muy diferente, como sabe bien cualquiera que se moleste en consultar los hechos. La contribuci¨®n demogr¨¢fica, econ¨®mica, cultural y social de las poblaciones migrantes es sencillamente irrenunciable para Europa. Los mismos gobiernos que han militarizado nuestras fronteras, han encanallado las rutas y est¨¢n convirtiendo el sistema internacional de asilo y refugio en papel mojado discuten a puerta cerrada el modo de atraer la mano de obra y el talento que nuestras envejecidas econom¨ªas necesitan de manera desesperada. Un ejemplo es la starlet de la nueva ultraderecha semidura, Giorgia Meloni, que da lecciones de inmisericordia migratoria por las ma?anas¡ y trabaja por las tardes para atender las necesidades laborales urgentes de las empresas y familias italianas en el sector de los cuidados, la construcci¨®n o el turismo.
Pero este debate no es racional, sino emocional. Y aunque una encuesta cuantitativa no es la mejor herramienta para medir las emociones, la de 40dB. nos ofrece algunas pistas interesantes a las que agarrarnos. Pese a que la ciudadan¨ªa espa?ola ha incluido las migraciones entre los cinco asuntos que m¨¢s preocupaci¨®n les generan, incluso los votantes m¨¢s hiperventilados afirman tener una percepci¨®n positiva de las personas extranjeras a las que tratan de manera directa. Esta es una reacci¨®n habitual que ya identificamos en experiencias como la de la campa?a por la regularizaci¨®n de migrantes sin papeles: todas las cautelas generales sobre esta medida se evaporaban cuando la persona concernida era la mujer que cuida de sus padres, la familia con la que caminan a la escuela o el chaval que les vende la fruta cada ma?ana.
Esa experiencia, esas emociones, son reales. Y pueden ser mucho m¨¢s poderosas que el miedo y la animadversi¨®n que los partidos racistas quieren instalar en la sociedad. Como recuerda la pel¨ªcula de El 47, que relata la llegada de migrantes extreme?os y andaluces a la Barcelona de los a?os sesenta, el encuentro con el otro siempre es fuente de inquietud. Lo vimos con la llegada a Espa?a de los latinoamericanos en los noventa, con la llamada crisis de los cayucos de 2005, con los desplazados de la guerra siria en 2015 y la de Ucrania m¨¢s recientemente. En cada una de estas ocasiones, los espa?oles fuimos capaces de vencer el miedo y compartir lo que ten¨ªamos. Aceptamos y celebramos que nuestras sociedades son hoy diferentes, como las de nuestros padres lo eran con respecto a las de nuestros abuelos. Demostramos que podemos ser la mejor versi¨®n de nosotros mismos.
Eso s¨ª, nos enga?ar¨ªamos si pens¨¢semos que el contexto que ha dado lugar a estas percepciones negativas va a cambiar sustancialmente. Todo sugiere que las pulsiones de la movilidad humana se intensificar¨¢n en los pr¨®ximos a?os, lo que significa que nuestras econom¨ªas atraer¨¢n a m¨¢s trabajadores y nuestros Estados deber¨¢n responsabilizarse de un n¨²mero creciente de desplazados forzosos. Esta es una oportunidad de oro para movimientos pol¨ªticos que han encontrado en este asunto una v¨ªa eficaz para penetrar en el debate p¨²blico, establecerse y desplegar despu¨¦s el conjunto de su agenda reaccionaria. Pero, si el crecimiento de los flujos migratorios escapa en buena medida a nuestro control, lo que s¨ª podemos elegir es el modo en que este proceso es gobernado y relatado. Frente a un modelo de puerta estrecha que alimenta la migraci¨®n irregular y provoca el caos fronterizo, podemos llevar a escala las experiencias de migraci¨®n laboral temporal y permanente que ya han dado buenos resultados en lugares tan diferentes como Canad¨¢, India, Nueva Zelanda o Uganda; podemos construir desde los medios un relato de las migraciones menos obsesionado con el espect¨¢culo de la frontera Sur y m¨¢s abierto al fen¨®meno amplio de la aportaci¨®n social y cultural de las migraciones; podemos demostrar que a¨²n creemos en un sistema multilateral de reglas estableciendo cortafuegos entre las pol¨ªticas de seguridad y las que garantizan la protecci¨®n de asilados y ni?os; o podemos eliminar de un plumazo el apartheid administrativo en el que viven m¨¢s de medio mill¨®n de nuestros vecinos por el simple hecho de no tener papeles.
Todo eso podemos hacer porque depende de nuestra voluntad colectiva. La experiencia muestra que, como ha ocurrido en el Reino Unido, llega un punto en el que la sociedad est¨¢ harta de polarizaci¨®n y rechaza las propuestas reduccionistas que culpan al otro de los errores propios. Pero llegar hasta ese punto puede ser un proceso traum¨¢tico cuyas heridas resultan dif¨ªciles de cerrar. El espect¨¢culo pavoroso de los pogromos antimigraci¨®n promovidos por los nacionalpopulistas durante este verano demuestra hasta qu¨¦ extremo una d¨¦cada de mentiras, crueldad e impunidad han da?ado el alma de la sociedad brit¨¢nica.
Esta es una batalla de largo alcance y para ganarla necesitamos reemplazar este relato temeroso por uno nuevo. Uno parecido al que hizo este mi¨¦rcoles en el Congreso el presidente Pedro S¨¢nchez. No falt¨® casi nada en un discurso donde habl¨® de beneficios pr¨¢cticos y de responsabilidades ¨¦ticas. Donde hizo una fotograf¨ªa ajustada de la Espa?a que somos y una propuesta inspiradora de la que podemos ser. Donde enfatiz¨® las medidas para promover la migraci¨®n legal, segura y ordenada frente a aquellas que buscan restringir los flujos. Todo sonaba bien en un discurso que, por ahora, se parece muy poco a la realidad de la pol¨ªtica migratoria que han promovido sus gobiernos. Solo queda que esta nueva profec¨ªa migratoria reemplace en la pr¨¢ctica a la anterior.
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