Tenemos que hablar sobre el ruido
Cada vez es m¨¢s habitual cruzarse con espec¨ªmenes de ¡®Homo sapiens¡¯ que hablan a voz en cuello a unos tel¨¦fonos celulares desde los que se puede o¨ªr a alguien contestar, tambi¨¦n a gritos, gracias al modo manos libres
Los p¨¢jaros urbanitas se ven obligados a cambiar el tono de voz para hacerse escuchar sobre el estr¨¦pito de la ciudad. En su adaptaci¨®n al medio, muchos mirlos aumentan el volumen de sus cantos para que otros reciban sus mensajes, ya sean de apareamiento o de alerta. Hay m¨¢s animales en nuestras urbes a los que les pasa algo parecido. A los humanos, sin ir m¨¢s lejos. Cada vez es m¨¢s habitual, por ejemplo, cruzarse con espec¨ªmenes de Homo sapiens que hablan a voz en cuello a unos tel¨¦fonos celulares desde los que se puede o¨ªr a alguien contestar, tambi¨¦n a gritos, gracias al modo manos libres. La cuesti¨®n es saber si esto es una forma de supervivencia, un s¨ªntoma de la confusi¨®n contempor¨¢nea o, simplemente, mala educaci¨®n.
Un paisaje sonoro lo conforman los sonidos propios de un lugar, momento o actividad. Seg¨²n estableci¨® el compositor e investigador canadiense R. Murray Schafer, se dividen en dos grandes categor¨ªas. El paisaje sonoro de alta fidelidad es uno equilibrado en el que se pueden reconocer los distintos sonidos, su fuente y hasta su procedencia. El de baja fidelidad est¨¢ tan lleno de sonidos que no hay manera de extraer las sutilezas entre la cacofon¨ªa reinante. La alta fidelidad se escucha en entornos naturales y la baja, en las ciudades, donde hay un zumbido constante compuesto por la bulla de veh¨ªculos, obras, actividades de ocio y esas conversaciones altisonantes con los m¨®viles, las pen¨²ltimas en llegar a nuestra fiesta del ruido.
El problema de este enojoso asunto ac¨²stico est¨¢ en la subjetividad. En f¨ªsica, se define ¡°sonido¡± como la transmisi¨®n de una onda a trav¨¦s de un fluido. Sin embargo, no hay una definici¨®n tan impecable para la palabra ¡°ruido¡±. La Real Academia la explica como ¡°sonido inarticulado, por lo general desagradable¡±. Vale, pero ?desagradable para qui¨¦n? ?De qu¨¦ manera? Del mismo modo que al propietario de una Harley-Davidson el petardeo que escupe su moto le resulta m¨²sica celestial, a quien socializa en el autob¨²s su discurso telef¨®nico le puede parecer muy pertinente que su voz llegue hasta la ¨²ltima fila.
No es este, en cualquier caso, el mayor trastorno sonoro de las urbes. El tr¨¢fico, emisor de alrededor del 80% de la contaminaci¨®n ac¨²stica urbana, es responsable, por eso, de un buen mont¨®n de problemas de salud que son consecuencia de tener a nuestros cuerpos en permanente estado de alerta. No es el mayor trastorno sonoro que sufrimos, dec¨ªa, pero s¨ª uno que quiz¨¢ podamos resolver sin necesidad de iniciar una revoluci¨®n.
Llegados a este punto, conviene recordar un par de cosas. La algarab¨ªa urbana puede ser tambi¨¦n un rasgo de vitalidad y tolerancia de las ciudades, algo que nadie deber¨ªa tratar de acallar sin matices. Tambi¨¦n los conflictos. Lo son, a pesar de su mala fama, porque ofrecen la oportunidad de dialogar sobre lo que nos perturba y de empezar as¨ª a encontrarnos y a encontrar juntos otras formas de hacer.
En Barcelona, por ejemplo, llevan unas semanas hablando de ruido. El Ayuntamiento de la ciudad tiene una ordenanza contra la contaminaci¨®n ac¨²stica que, aplicada con rigor, ha cerrado algunas instalaciones del colegio Salesians Rocafort. Esto ha provocado una conversaci¨®n m¨¢s o menos airada entre asociaciones de madres y padres de alumnos, entidades contra el ruido y administraciones; un conflicto a partir del cual ya se est¨¢n planteando excepciones a la norma y que, adem¨¢s, est¨¢ abriendo la discusi¨®n sobre por qu¨¦ los patios escolares se subarriendan para actividades pasadas de decibelios durante horas no lectivas.
Tenemos que hablar m¨¢s y, sobre todo, mejor, tambi¨¦n sobre el ruido. Si nos molesta el sonido que emite el vecino ¡ªde casa, de transporte p¨²blico, de restaurante, de trabajo¡ª, quiz¨¢ podamos iniciar una conversaci¨®n con ¨¦l. Puede salir mal, pero puede que no. Es posible que le ayudemos a darse cuenta de que, como los mirlos urbanos, est¨¢ haciendo ruido empujado por el ruido que le rodea. Incluso puede que nosotros mismos comprendamos que nos sucede exactamente lo mismo. Porque todos vivimos confundidos por un barullo constante que es mucho m¨¢s que ac¨²stico. Un ruido que tambi¨¦n es mental y que tiene que ver con la inquietud que nos generan servicios y aplicaciones tecnol¨®gicas dise?adas para engancharnos a la distracci¨®n. Y con la prisa, una velocidad impuesta por las exigencias de un modelo econ¨®mico que nos lleva con la lengua fuera; a unos para perseguir la promesa necesariamente incumplida de la felicidad a trav¨¦s del consumo y a otros, simplemente, para sobrevivir.
¡°Vivir no es vivir, sino darse cuenta¡±, escribe el fil¨®sofo Josep Maria Esquirol en La resistencia ¨ªntima (Acantilado, 2015). Tener el ¨¢nimo y la fortaleza para ir contra esta corriente que nos conduce aturdidos, acelerados y bulliciosos hacia ninguna parte es ahora mismo un acto de resistencia. Un disidente darse cuenta que empieza por parar, callar, observar y escuchar. Dicho as¨ª, quiz¨¢ no parezca gran cosa, pero seguro que es mucho m¨¢s agradable que ir d¨¢ndonos gritos por ah¨ª.
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