?Celebremos la Transici¨®n!
Dado que es dif¨ªcil se?alar cu¨¢ndo se convirti¨® Espa?a en una democracia plena, podemos conmemorar el inicio de ese proceso: la muerte de Franco
Este a?o se cumple el 50? aniversario del inicio de la Transici¨®n. Lo l¨®gico ser¨ªa celebrarlo. Nunca Espa?a hab¨ªa disfrutado de un periodo tan largo de democracia. La Transici¨®n, adem¨¢s, es uno de los pocos asuntos p¨²blicos en los que no se detecta una gran polarizaci¨®n en la opini¨®n p¨²blica. Las encuestas muestran que sigue habiendo un elevado grado de orgullo por la forma en la que se llev¨® a cabo la democratizaci¨®n del pa¨ªs. La primera vez que el CIS pregunt¨® por ello, en 1985, cuando los acontecimientos estaban todav¨ªa muy recientes, el 90% de quienes respondieron a la cuesti¨®n lo hicieron de forma positiva. En 2018, ¨²ltimo a?o en que se incluy¨® la pregunta, el porcentaje hab¨ªa bajado, al 75%, pero segu¨ªa siendo extraordinariamente alto. Pocos asuntos despiertan semejante grado de acuerdo en la sociedad espa?ola.
La Transici¨®n comenz¨® con la muerte de Francisco Franco. Como han mostrado los estudiosos de este tipo de procesos, que la democracia llegue a un pa¨ªs tras la muerte del dictador por causas naturales no es un fen¨®meno especialmente raro. No es, desde luego, algo ¨²nico de Espa?a.
La coronaci¨®n de Juan Carlos de Borb¨®n el 22 de noviembre de 1975, dos d¨ªas despu¨¦s de la muerte de Franco, marca el inicio de la reforma. El nuevo rey hered¨® todos los poderes de Franco. Podr¨ªa haber intentado mantenerlos, pero opt¨® por apoyar un proceso de cambio pol¨ªtico, entre otras razones porque era la ¨²nica forma de consolidar la restauraci¨®n de la monarqu¨ªa. Al principio lo hizo con extrema prudencia, con vacilaciones, pero cuando vio que la reforma se atascaba en las instituciones franquistas, decidi¨® dar un empuje al proceso de apertura, poniendo a Adolfo Su¨¢rez al frente del Gobierno.
Aunque ya ven¨ªa registr¨¢ndose una importante oposici¨®n social en los ¨²ltimos a?os del r¨¦gimen, a la muerte del dictador se produjo un ciclo muy intenso de protesta en la calle y en las f¨¢bricas. Las huelgas fueron tan masivas que el Gobierno de Carlos Arias Navarro (con Manuel Fraga como ministro de Interior) se vio obligado a militarizar algunos servicios b¨¢sicos. En algunas localidades, como Getafe, Sabadell o Vitoria, se vivieron situaciones prerrevolucionarias en los primeros meses de 1976 (y una fuerte represi¨®n policial, como los cinco muertos de Vitoria por disparos policiales el 3 de marzo).
El movimiento popular de oposici¨®n no logr¨® la ruptura, pero oblig¨® al r¨¦gimen a introducir reformas democr¨¢ticas. Teniendo el control del Estado, las ¨¦lites franquistas impusieron un estricto continuismo jur¨ªdico: el cambio se hizo ¡°de la ley a la ley¡±. El principal hito legal fue la aprobaci¨®n de la octava Ley Fundamental del franquismo, la Ley para la Reforma Pol¨ªtica, en noviembre de 1976. Los procuradores de las Cortes org¨¢nicas votaron a favor de realizar unas elecciones por sufragio universal, con pluralismo pol¨ªtico, rebajando adem¨¢s los requisitos del cambio constitucional para facilitar la evoluci¨®n democr¨¢tica del r¨¦gimen. En la ¨¦poca se habl¨® de ¡°hara-kiri¡± pol¨ªtico.
Las primeras elecciones democr¨¢ticas se produjeron el 15 de junio de 1977. Pudieron participar todos los partidos, salvo los que propugnaban abiertamente la rep¨²blica (como Esquerra Republicana de Catalunya). El Gobierno de Adolfo Su¨¢rez no era a¨²n parlamentario, pues no estaba sometido al control del Congreso; solo depend¨ªa de la voluntad del rey. En rigor, el primer gobierno democr¨¢tico fue el que sali¨® de las elecciones de 1979, ya realizadas de acuerdo con lo que la Constituci¨®n de 1978 establec¨ªa.
Es muy f¨¢cil identificar el origen de la Transici¨®n. En cambio, resulta mucho m¨¢s dif¨ªcil fijar su final. Al ser un proceso abierto, de construcci¨®n de la democracia, hay un cierto elemento de arbitrariedad con cualquier final que se le ponga. Se ha dicho que la Transici¨®n acaba en las elecciones de 1979, en el fallido golpe de Estado en 1981 o en la arrolladora victoria del PSOE en 1982, que supuso el primer episodio de alternancia democr¨¢tica.
Precisamente porque no es sencillo encontrar un final, tiene pleno sentido celebrar el inicio de la Transici¨®n. Celebrar no significa necesariamente ensalzar ni mitificar. Puede ser una celebraci¨®n cr¨ªtica, en la que se ponderen los avances y las insuficiencias de aquel proceso. Puede ser tambi¨¦n una celebraci¨®n pedag¨®gica, orientada a revivir los hechos de entonces, sobre todo en las generaciones m¨¢s j¨®venes que ya no guardan memoria personal de tales acontecimientos. Se puede y se debe hablar y debatir de todo ello, mejor si lo hace la sociedad civil que si lo hace el Gobierno, aunque este pueda ayudar a financiar actos que organicen centros educativos, ayuntamientos, partidos pol¨ªticos o asociaciones ciudadanas.
Se han levantado voces diversas contra el intento de celebrar el inicio del periodo de libertades. Muchas se caracterizan por la mala conciencia. La derecha est¨¢ molesta. Es como si no hubiera superado la incomodidad que le produce provenir de Alianza Popular (AP), el partido liderado por Fraga que se opuso cuanto pudo a los avances principales de la Transici¨®n. AP rechaz¨® frontalmente la legalizaci¨®n del PCE, no vot¨® a favor de la primera ley democr¨¢tica, la Ley de amnist¨ªa, no quiso firmar la parte pol¨ªtica de los Pactos de la Moncloa y, aunque el propio Fraga fue uno de los ¡°padres¡± de la Constituci¨®n, la mitad de los diputados de su grupo parlamentario se negaron a votar a favor de la misma, fundamentalmente por el reconocimiento de las ¡°nacionalidades¡±. Si los dirigentes del Partido Popular hubieran superado la mala conciencia de ser herederos de AP, se sumar¨ªan a las celebraciones de la Transici¨®n. Ojal¨¢ acaben haci¨¦ndolo. Ser¨ªa una manera de corregir los errores hist¨®ricos que cometi¨® AP en aquellos tiempos, frente al resto de partidos que participaron plenamente de los grandes consensos que siguieron a las elecciones de 1977 (de la UCD al PCE, del PSOE a los partidos nacionalistas).
Adem¨¢s, un grupo irreductible de intelectuales conservadores (¡°Libres e Iguales¡±) ha lanzado un manifiesto en contra de celebrar el inicio de la Transici¨®n. Estos escritores consideran que todo esto de recordar la recuperaci¨®n de las libertades es una a?agaza del ¡°sanchismo¡±, que quiere sacar a pasear el fantasma del franquismo para fastidiar a la derecha y dividir a los espa?oles. Seg¨²n ellos, solo puede celebrarse el aniversario de la Constituci¨®n de 1978.
Como he intentado mostrar en los p¨¢rrafos anteriores, lo que se va a celebrar es el inicio de una transici¨®n democr¨¢tica tras una larga y cruel dictadura. Celebremos tambi¨¦n y a lo grande, por supuesto, la Constituci¨®n de 1978 (cuando llegue 2028). Fue un gran avance para el pa¨ªs. No hay dilema alguno: se pueden celebrar muchas cosas. La Constituci¨®n fue un elemento decisivo de la Transici¨®n, pero ni mucho menos la agota. Hay razones de sobra para conmemorar ambas conquistas.
Muchos de los firmantes del manifiesto son antiguos progres antifranquistas que han acabado defendiendo posturas radicalmente opuestas a aquellas que fueron las suyas en la Transici¨®n. Tienen una mala conciencia parecida a la del PP, aunque el viaje que han hecho sea el contrario (de la izquierda revolucionaria al conservadurismo reaccionario, frente al tr¨¢nsito del franquismo a los valores democr¨¢ticos). Ya est¨¢ bastante envenenada la vida p¨²blica espa?ola como para defender que celebrar la Transici¨®n y la recuperaci¨®n de las libertades sea ¡°sanchismo¡±. Incluso los delirios deben tener un l¨ªmite. Celebrar la Transici¨®n deber¨ªa contarse entre las cosas menos discutibles que puedan concebirse.
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