El medio marat¨®n diario de las hermanas Nchira para ir a clase
Dos ni?as tanzanas recorren todos los d¨ªas 20 kil¨®metros cruzando r¨ªos y exponi¨¦ndose a asaltos y violaciones para llegar a su escuela, su ¨²nica v¨ªa de progreso socioecon¨®mico. Las hemos acompa?ado
Nota a los lectores: EL PA?S ofrece en abierto todo el contenido de la secci¨®n Planeta Futuro por su aportaci¨®n informativa diaria y global sobre la Agenda 2030. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscr¨ªbete aqu¨ª.
Cuando todav¨ªa faltan varias horas para que despunte el d¨ªa, cuando sus vecinos y paisanos a¨²n duermen, Zamda y Um, dos hermanas de 14 y 17 a?os, se preparan para el viaje de 10 kil¨®metros que est¨¢n a punto de emprender. Su particular y cotidiana traves¨ªa. Una odisea llena de dificultades, m¨¢s a¨²n en ¨¦poca de lluvias, que ambas, que nacieron y viven en una remota aldea de la zona central de Tanzania, un lugar humilde y rural donde las mujeres encuentran muchos m¨¢s problemas y menos soluciones que los hombres, deben afrontar a diario para ir a la escuela de educaci¨®n secundaria. Sue?an con un futuro m¨¢s pr¨®spero para ellas y para su familia.
Son las cuatro y media de la madrugada, la fuerte lluvia golpea la placa de aluminio del tejado y produce un sonido que hace dif¨ªcil conciliar el sue?o. Desde que comenz¨® a caer agua poco antes de la medianoche, el ensordecedor ruido ha ido yendo a m¨¢s de forma paulatina. Cuando suena el despertador, pasados unos minutos, Amisi Nchira, un granjero de 53 a?os ¡ªcabeza y rostro afeitado, figura delgada y sonrisa bonachona¡ª, se levanta, corre el pestillo para abrir la puerta de su casa, mira afuera y dice en lengua kirangi: ¡°Ha llovido mucho y el r¨ªo vendr¨¢ cargado de agua. No s¨¦ si las ni?as van a poder ir hoy al colegio¡±.
Fatuma Yusufu, la esposa de Amisi, ama de casa, se levanta justo despu¨¦s. Ambos han dormido en un peque?o cuarto en el que una tela a cuadros hace las veces de puerta y donde esa misma cortina y una cama son el ¨²nico mobiliario. Frente a ellos, en otra habitaci¨®n, tambi¨¦n con una sola cama, sus seis hijos (cinco mujeres y un var¨®n, 23 a?os la m¨¢s mayor y cinco el m¨¢s joven) y su primer nieto empiezan a despertarse. Aunque la temperatura suele ser agradable a horas tan tempranas, las lluvias resultan demasiado frecuentes en las madrugadas de Bambare, una aldea de menos de 1.00 habitantes a unos 40 kil¨®metros al norte de Kondoa, la ciudad econ¨®mica y administrativamente relevante m¨¢s pr¨®xima, con unos 20.000 habitantes.
Mientras Fatuma hierve agua para preparar t¨¦ en el sal¨®n, iluminado con una bombilla que consume la energ¨ªa que proporciona un peque?o panel solar colocado en el tejado, se escucha el cacareo de las gallinas que la familia, de la tribu mrangui y musulmanes, tiene en una de las dos dependencias del patio. En la otra hay vacas y cabras. Esos animales y unos arrozales pr¨®ximos a la casa son lo ¨²nico que tienen Amisi y Fatuma para sacar adelante a los suyos. Poco. Pero m¨¢s que muchos. En Tanzania, un pa¨ªs de 58 millones de habitantes, la mitad de la poblaci¨®n vive con menos de dos euros al d¨ªa. Seg¨²n el Banco Mundial a principios de siglo XXI, una familia rural en Tanzania subsist¨ªa con 32 c¨¦ntimos de euro diarios. Ellos pueden gastarse unos 10.000 chelines tanzanos (alrededor de 3,7 euros).
Cuando Zamda y Um se asoman al sal¨®n, la tetera ya anuncia con un suave silbido que el l¨ªquido est¨¢ listo para beber. Ser¨¢ el desayuno de toda la familia. Al menos, la cena de la noche anterior fue abundante; cuando la oscuridad ya comandaba Bambare, sentados sobre una alfombra en la misma habitaci¨®n donde ahora Fatuma prepara el t¨¦, cada uno de los ocho miembros de la familia dio cuenta de un plato de arroz con un par de pedazos de un pollo que Amisi hab¨ªa sacrificado unas horas antes.
Casi el 30% de las chicas afirma haber sido v¨ªctima de alg¨²n tipo de violencia sexual (tocamientos, coacci¨®n para tener relaciones, intentos de violaci¨®n) antes de cumplir los 18 a?os
Esta ma?ana, mientras desayunan, la familia comenta los detalles del viaje de algo m¨¢s de 10 kil¨®metros que est¨¢ a punto de comenzar. ¡°Si las ni?as estudian, quiz¨¢s puedan ayudarnos en el futuro. A lo mejor acceden a mejores oficios¡±, sugiere Fatuma. ¡°Aqu¨ª s¨®lo hay trabajo en el campo y, con eso, dif¨ªcilmente nos llega para todos. Necesitamos dinero. Hay que intentar mejorar¡±, valora Amisi.
¨D?Cre¨¦is que vuestras hijas podr¨¢n seguir estudiando cuando terminen la Secundaria? ?Ir¨¢n a la Universidad?
¨DNo sabemos. Si tienen suerte¡ La mayor no ha ido.
¨DY los dem¨¢s hijos, cuando crezcan, ?acudir¨¢n al mismo colegio?
¨DS¨ª. Todos. Ahora van a Primaria. Ah¨ª solo se tarda en llegar unos 40 minutos.
Zamda y Um ultiman los preparativos para la caminata. Ya se han lavado los dientes y ahora introducen en sus mochilas los libros que van a necesitar en la jornada escolar y tambi¨¦n bol¨ªgrafos, cuadernos y su uniforme. Despu¨¦s se ponen sendos vestidos largos, se calzan unas chanclas, cubren su pelo con un hiyab y se echan la mochila a la espalda. El reloj marca las 5.20 de la ma?ana y, fuera, al sol todav¨ªa le queda m¨¢s de una hora para ense?ar sus primeros rayos. Pero al menos ya ha dejado de llover. ¡°Vamos a intentarlo. Si partimos ya, quiz¨¢s el caudal del r¨ªo todav¨ªa no sea demasiado abundante. Voy a acompa?arlas hasta ver si podemos atravesarlo. Si no, nos volvemos¡±, dice Amisi. Y entra en su habitaci¨®n a por un bast¨®n y una linterna. Cuando regresa, cruza unas palabras con sus dos hijas, que asienten, se despiden de su madre con un beso y salen de casa detr¨¢s de su padre.
Un camino de peligros y dificultades
La oscuridad de la noche es absoluta. A solo unos pasos de la vivienda de la familia Nchira, cuando padre e hijas encaran un sendero de arena ahora convertida en barro, tan solo se ve la d¨¦bil luz de la linterna de Amisi. En Bambare, ni las dispersas casas disponen de tendido el¨¦ctrico alguno al que conectar bombillas o electrodom¨¦sticos ni hay farolas en los extremos de las veredas. Zamda y Um, delgadas, de cuerpos ligeros y andares livianos, la peque?a algo m¨¢s alta que la mayor, aunque ambas de baja estatura, se quitan las chanclas (las llevar¨¢n en la mano a partir de ahora) para avanzar con m¨¢s destreza. Marchan sin detenerse y sin aparente dificultad. Se conocen el camino a la perfecci¨®n. Huele a roc¨ªo y a tierra mojada. Solo se escucha el croar de las ranas y el eco de las pisadas.
¨D?No ten¨¦is miedo?
¨DS¨ª. Cuando llegamos tarde, los profesores nos pegan¨D, responde Zamda.
¨D?Y a ataques? ?A que os puedan agredir sexualmente?
¨DAhora es un momento peligroso porque la lluvia hace que los ma¨ªces est¨¦n muy altos. Hay hombres que se esconden y aprovechan la oscuridad para asaltar a las mujeres cuando pasan por estos caminos¨D, interviene Amisi.
Una ley gubernamental proh¨ªbe a las j¨®venes que han consumado su matrimonio o que se han quedado embarazadas ir al colegio, lo que se traduce en la expulsi¨®n de miles de ni?as del sistema educativo todos los a?os
Ni el de Zamda ni el de su padre son temores infundados. En Tanzania, el 78% de las ni?as y el 67% de los ni?os ha sufrido abusos f¨ªsicos por parte de sus profesores en el colegio. Los estudiantes afirman recibir rutinariamente golpes con las manos, con palos de bamb¨² o de madera, o con otros objetos. Organizaciones internacionales como Human Rights Watch han denunciado adem¨¢s que los maestros tanzanos pegan a j¨®venes como Zamda y Um en las nalgas y en los senos para aleccionarlas o castigarlas. Y en cuanto a agresiones sexuales, las estad¨ªsticas no resultan m¨¢s halag¨¹e?as: casi el 30% de las chicas afirma haber sido v¨ªctima de alg¨²n tipo de violencia sexual (tocamientos, coacci¨®n para tener relaciones, intentos de violaci¨®n) antes de cumplir los 18 a?os, seg¨²n Unicef.
A los 20 minutos de traves¨ªa, la comitiva llega al primer r¨ªo, el que preocupaba a Amisi al salir de casa. Parece que la corriente viene fuerte, pero no tanto como para dar media vuelta. El granjero se para en la orilla, introduce el bast¨®n en el agua, comprueba la profundidad, se remanga los pantalones y comienza a andar a trav¨¦s del r¨ªo. Zamda y Um hacen lo mismo. Avanzan por el caudal con confianza, como si fuera algo normal y rutinario. Para no resbalarse o caerse por la fuerza de la corriente, las hermanas se sujetan la una en la otra con una mano. Con la que les queda libre se alzan el vestido para que no se les moje. Pese a que el agua les llega hasta las rodillas, no emplean m¨¢s de dos minutos en cruzar el r¨ªo.
Cuando todos ellos han llegado a la otra orilla, Amisi se detiene y entrega a Zamda un billete de 1.000 chelines tanzanos (unos 35 c¨¦ntimos de euro) para el almuerzo de las dos ni?as, que comen en el colegio. Luego les da la linterna, se despide y se pierde en la oscuridad de regreso a Bambare. El viaje de las hermanas Nchira no ha hecho m¨¢s que comenzar.
Algo pasadas las 6.30 empieza a vislumbrarse el sol por el horizonte. Zamda y Um enfilan un estrecho sendero que lleva a Gallu, una aldea que rodear¨¢n y donde se unir¨¢n otros dos estudiantes, una chica y un chico. Desde que se despidieron de su padre, las hermanas ya han atravesado dos riachuelos m¨¢s, ambos de unos 25 cent¨ªmetros de profundidad, pero menos caudalosos que el primero. Han pasado tambi¨¦n junto a decenas de maizales en los que solo se ve una primera fila de plantas, aunque tras ella se intuyen varias docenas de hileras m¨¢s. Han andado por caminos embarrados con una curtida habilidad para no mancharse m¨¢s que los pies. Han dejado atr¨¢s arrozales, acacias, baobabs, campos de girasoles y cultivos de garbanzos. Han esquivado reba?os de cabras y vacas, ranas, babosas y lombrices. Han escuchado el piar de cientos de p¨¢jaros al despertarse. Est¨¢n tan aburridas de espantar moscas que hace muchos minutos que dejaron de hacerlo.
¨D?Qu¨¦ asignatura os gusta m¨¢s?
¨DBiolog¨ªa la entiendo muy bien. Y Geograf¨ªa tambi¨¦n¨D, responde Zamda. Um, mucho m¨¢s t¨ªmida, escucha, sonr¨ªe y asiente sin decir nada.
¨D?A qu¨¦ os gustar¨ªa dedicaros dentro de unos a?os?
¨DNo s¨¦. Todav¨ªa no lo he pensado¨D, vuelve a se?alar Zamda.
¨D?Y por que quer¨¦is estudiar?
¨DBueno, creo que podr¨ªamos ayudar a nuestra familia si lo hacemos.
Pasada Gallu, a Zamda y a Um se les unen poco a poco m¨¢s muchachos que estudian en el mismo colegio. Cuando el reloj marca las 7.37 y el sol empieza a apretar fuerte, con una temperatura que asciende a no menos de 35 grados, el grupo lo forman ya unas 15 personas entre ni?as y ni?os de pueblos y aldeas colindantes que se apuntan a andar entre barro y peque?os riachuelos. Entonces, las hermanas se detienen en la casa algo apartada de amigo de su padre, donde se quitan los vestidos que llevan puestos y se ponen el uniforme escolar (una t¨²nica violeta y un hiyab blanco) que cargaban en la maleta. No tardan m¨¢s de 10 minutos en cambiarse.
Queda algo menos de un cuarto de hora para que empiecen las clases y Zamda y Um afrontan el ¨²ltimo trecho del viaje. Siguen un sendero de barro, atraviesan una carretera de arena y encaran una peque?a pendiente rodeada de rocas y arbustos. Al final de la cuesta se encuentra la Escuela de Educaci¨®n Secundaria Imbafi, situada en las faldas de una peque?a monta?a en un pueblo que se llama Itundwi. Cuando las ni?as cruzan la puerta principal todav¨ªa no han dado las ocho en punto. Hoy han llegado a tiempo.
Una educaci¨®n con demasiadas trabas
Christopher Paul, director de la instituci¨®n, habla sentado en una silla que es, junto a un pupitre lleno de libretas y papeles, todo el menaje de su despacho, de unos tres metros cuadrados. Justo detr¨¢s de ¨¦l, una verja en el hueco de una puerta deja ver otra habitaci¨®n cerrada llena de sacos de arroz, cebolla y ma¨ªz. ¡°Muchos estudiantes viven muy lejos. De hecho, acabo de recibir una llamada del padre de tres muchachos para confirmar que no vendr¨¢n hoy. Me ha dicho que no han podido atravesar el r¨ªo¡±. Despu¨¦s a?ade: ¡°Algunos ni?os viven en una aldea que hay detr¨¢s de la monta?a. No suelen tardar mucho, pero es un camino lleno de hienas. Supone un riesgo enorme; hay madres que est¨¢n pens¨¢ndose si merece la pena que sus chicos sigan acudiendo al colegio¡±. Y comenta tambi¨¦n que los estudiantes llegan cansados, con mucho sue?o y hambrientos. Y que el colegio prepara una comida diaria para ellos (en ocho horas y media), pero no m¨¢s.
Algunos ni?os viven en una aldea que hay detr¨¢s de la monta?a. No suelen tardar mucho, pero es un camino lleno de hienas. Supone un riesgo enormeChristopher Paul, director del colegio de Secundaria Imbafi
En Tanzania, solo el 52% de los adolescentes accede a la educaci¨®n Secundaria. Y, como siempre, ellas encuentran m¨¢s complicaciones que ellos. No es solo que el 31% de las chicas se case antes de cumplir 18 a?os y una de cada cuatro se convierta en madre entre los 15 y los 19, con todas las trabas que supondr¨ªa compaginar esas vidas con ir a la escuela en un pa¨ªs de ingresos tan bajos. Es que, adem¨¢s, una ley gubernamental proh¨ªbe a las j¨®venes que han consumado su matrimonio o que se han quedado embarazadas ir al colegio, lo que se traduce en la expulsi¨®n de miles de ni?as del sistema educativo todos los a?os. Un informe del Banco Mundial arroj¨® que menos de un tercio de las matriculadas obtiene el t¨ªtulo de Secundaria.
La desigualdad se empieza a labrar en estas edades tempranas y pesar¨¢ como una losa cuando ya sea demasiado tarde para so?ar con cambiarla. En la edad adulta, dos de cada tres estudiantes universitarios son hombres en Tanzania. Adem¨¢s, Naciones Unidas calcula que, mientras los varones obtienen aqu¨ª algo m¨¢s de 3.000 d¨®lares brutos (2.500 euros) per c¨¢pita al a?o, las mujeres apenas llegan a los 2.300 (1.900 euros).
Al colegio Imbafi (la educaci¨®n secundaria en Tanzania consta de cuatro cursos, desde los 14 hasta los 17 a?os, m¨¢s otros dos complementarios) acuden 617 estudiantes provenientes de los cuatro pueblos de su alrededor. Para esa misma poblaci¨®n (unas 7.500 personas) hay cinco colegios de primaria. Y la situaci¨®n no tiene visos de cambiar. Las hermanas Nchira seguir¨¢n andando ma?ana tras ma?ana para cubrir la gran distancia que separa su humilde hogar en Bambare de su colegio en Itundwi. Y, por las tardes, m¨¢s de lo mismo, pero en direcci¨®n contraria. Cruzar¨¢n riachuelos, surcar¨¢n callejuelas de arena y barro, dejar¨¢n atr¨¢s maizales y campos de girasoles y esquivar¨¢n vacas y cabras mientras sus padres rezan para que nadie las viole en el viaje. Entre la ida y la vuelta, Zamda y Um suman medio marat¨®n diario. O sea, 21 kil¨®metros. Y as¨ª un d¨ªa. Y otro. Y otro. Como si no fueran protagonistas de nada. Como si no estuvieran haciendo algo extraordinario.
Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter, Facebook e Instagram, y suscribirte aqu¨ª a nuestra ¡®newsletter¡¯.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.