El confortable infierno espa?ol
Espa?a necesita defender su imagen en el exterior, pero esa batalla no debe paralizar la acci¨®n del Gobierno para garantizar la ley
Hace unos a?os el Instituto Elcano hizo una encuesta entre los vecinos franceses para intentar saber cu¨¢l era la imagen de Espa?a (buena, mala, regular) que el pa¨ªs vecino ten¨ªa de nosotros. Y los resultados fueron sorprendentes. El primer grupo de encuestados era el de aquellos que nunca hab¨ªan visitado Espa?a. El resultado fue esperable: toreros, flamenco, atraso secular allende los Pirineos, pa¨ªs pobre... La sorpresa comienza con el siguiente grupo de encuestados, el de aquellos franceses que han viajado a Espa?a una vez. Incomprensiblemente siguen viendo el mismo pa¨ªs atrasado y pobre, aunque han transitado por una red de carreteras que es mejor que la que hay en su pa¨ªs y, si se han puesto enfermos, han sido atendidos por un sistema p¨²blico de salud bastante mejor que el galo. El asombro raya en la incredulidad con el grupo de franceses que han viajado a Espa?a dos o m¨¢s veces. Porque siguen viendo exactamente lo mismo que ve¨ªa el primer grupo, o sea, nada. Flamenco, atraso africano y el cuadro previsible. ?Por qu¨¦? En semi¨®tica se llama "borrado" a esa operaci¨®n mental que consiste en desechar aquello que no cuadra con los clich¨¦s culturales que se tienen asumidos desde la infancia. Sobre todo cuando ¡ªpodr¨ªamos a?adir¡ª estos estereotipos nos instalan confortablemente en una superioridad que no necesita demostraci¨®n frente a una inferioridad que tampoco la necesita.
Aqu¨ª hay un misterio adicional que resolver: por qu¨¦ el grupo que es considerado atrasado e inferior asume como cierta esta versi¨®n (o al menos una parte importante de ese grupo) de s¨ª mismo y termina por aceptarla como una realidad autoevidente. Esto no suele ocurrir as¨ª. Es peculiar de los espa?oles. Pongamos por caso los gitanos. Es evidente que existen prejuicios con respecto a ellos y que alguna gente tiende a pensar mal de una persona o a desconfiar de ella por el solo hecho de que sea gitana. Ahora bien, esto no hace, en absoluto, que los gitanos piensen mal de s¨ª mismos. Muy al contrario, el gitano est¨¢ muy orgulloso de ser gitano. Orgullos¨ªsimo. Nadie se imagina a un gitano de puntillas y pidiendo perd¨®n por serlo. Como soy andaluza, estoy orgullosa de ellos, como parte imprescindible que son de mi propia casa. Le quitan a esa ensaladilla que es Andaluc¨ªa el ali?o gitano y tendr¨ªamos que ir todos al psiquiatra.
Si salimos de lo dom¨¦stico, pues tenemos que los chinos ¡ªno ahora que van siendo ricos, sino cuando eran pobres y los llevaban en barcos hacinados hacia Estados Unidos para que construyeran en r¨¦gimen de esclavitud el ferrocarril¡ª no miraban a sus amos con menos desprecio que sus amos a ellos. Y todav¨ªa hoy el occidental es para cualquier chino una especie de b¨¢rbaro que produce inventos ¨²tiles pero que desconoce los m¨¢s elementales principios de la verdadera civilizaci¨®n.
Este misterio de la inferioridad moral asumida es el que explica en ¨²ltima instancia las dificultades que Espa?a tiene para proyectar una imagen positiva de s¨ª misma. Pero hay m¨¢s. Otra viene de un corrimiento sem¨¢ntico sutil y dif¨ªcil de detectar a primera vista, que va desde la Espa?a del imperio a la Espa?a contempor¨¢nea. Espa?a es un significante con dos significados. El primero evoca una potencia hegem¨®nica gigantesca contra la cual echaron los dientes y los colmillos las naciones de nuestro vecindario. Contra aquel imperio crecieron y se hicieron adultos, adiestrados por varios siglos de propaganda y reconstituyentes psicol¨®gicos. Es un mecanismo bastante simple, el blanco protestante naci¨®, creci¨® y se reprodujo para derrotar al espa?ol. Necesit¨® hacer un esfuerzo colosal para ello. Tuvo incluso que inventarse una nueva religi¨®n y convencerse de que estaba asistido por una superioridad moral que proced¨ªa directamente de Dios. Con tan grata licencia pudo convertir sus atrocidades en luchas por la libertad y las de dos espa?oles en manifestaciones del Anticristo.
Esta puesta en escena es confortable y nutritiva y todo lo que viene a confirmarla encuentra muy buen acomodo allende los Pirineos. As¨ª toda dificultad o problema que suceda en Espa?a casa con ella y la reafirma, generando autom¨¢ticamente autocomplacencia. Se desesperaba hace unos d¨ªas mi admirado Antonio Mu?oz Molina ('En Francoland', Babelia) por el empe?o con que otros occidentales a un lado y otro del Atl¨¢ntico atrincheran en la retina im¨¢genes de un pasado mil veces superado, pero que les resulta nutritivo conservar, ya que refuerza su autoestima. A ellos es imposible que les pasen estas cosas, aunque acostumbren a echar abajo el continente un par de veces por siglo.
Este misterio de la inferioridad moral asumida explica las dificultades de Espa?a para proyectar una imagen positiva de s¨ª misma
Ahora bien, llegados a este punto, conviene que nos concentremos en lo esencial y olvidemos lo accesorio. Nadie que no sea espa?ol puede comprender en profundidad lo que sucede en Espa?a en este momento. Quiz¨¢s acierte a hacerse una idea medianamente aproximada, pero dif¨ªcilmente llega hasta el fondo. Porque para entender esto hay que tener largo trato con esa suerte de intimidad familiar que es un pa¨ªs. Hay que dar la batalla por esa imagen, claro que s¨ª. Y hay miles de espa?oles haci¨¦ndolo cada d¨ªa sin desmayo y sin que nadie se lo mande. Pero la batalla por la imagen no puede ser la ¨²nica. El Gobierno parece pasmado ante la posibilidad de transmitir una "mala imagen". Y claro, esto es importante, pero no puede ser paralizante. Nos estamos jugando el ser o no ser y que en trance semejante nuestra clase dirigente ande preocup¨¢ndose por la imagen que proyecta es como andar agobiado por el color del pijama cuando te van a operar de un tumor cerebral. Cada cosa en su sitio. Nuestra clase dirigente vive en una realidad paralela tan absolutamente alucinada que cree que el despacho puede seguir existiendo cuando ya no haya pa¨ªs. Las batallas medi¨¢ticas tienen desde el siglo XVI una importancia creciente que ha alcanzado niveles de demencia desde el advenimiento del hombre digital. Pero sucede que antes o despu¨¦s hay que tocar la realidad, la que se puede palpar, tiene temperatura y, llegado el caso, sangra.
Nosotros los espa?oles proyectamos mala imagen, y la ¨²nica manera de acabar con eso es que tengamos tanta confianza en nosotros mismos que nos importe un carajo lo que piensen los dem¨¢s. Por esa falta de confianza sigue el golpista Puigdemont en su despacho y manejando dinero p¨²blico (suyo y m¨ªo) para procurar la destrucci¨®n del Estado (suyo y m¨ªo). Y nadie parece haber atinado a explicar la ¨²nica verdad sangrante en todo esto: que tenemos a una parte de Espa?a secuestrada por un Gobierno golpista que no representa a la mayor¨ªa de los catalanes y que esos ciudadanos tienen derecho a ser defendidos por su Estado: Espa?a. Todo lo dem¨¢s es humo.
Mar¨ªa Elvira Roca Barea es fil¨®loga y autora de 'Imperiofobia y leyenda negra' (Siruela).
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