Singladura veraniega con una novela de guerra naval, un c¨®ndor y una cobra
El viaje de ocho horas en ferry desde Ibiza se convierte en una gran peripecia vital con la lectura a bordo de ¡®San Andreas¡¯, de Alistair MacLean
Pocos viajes m¨¢s raros, e intensos, que el de vuelta en barco de Formentera a Barcelona v¨ªa Ibiza, con el gato Charly, una cobra (innominada) y la terrible sensaci¨®n de que en cualquier momento aparecer¨ªa por la amura de estribor como un siniestro albatros pintado de gris oscuro un enorme cuatrimotor Focke-Wulf C¨®ndor para rociarnos de balas y bombardearnos. Charly, cuyo viaje de vacaciones a la isla ha generado hipertensas cr¨ªticas de conservacionistas radicales y cat-haters (que nos han acusado de genocidas de lagartijas y a m¨ª de irresponsable y directamente de ¡°gilipollas¡±, que ya es argumento ecol¨®gico), se ha metido en otro l¨ªo al colarse de poliz¨®n, con mi ayuda, en el ferry de Trasmediterr¨¢nea Volc¨¢n de Tijarafe. Me daba pena confinarlo en las preceptivas jaulas para mascotas en las que habr¨ªa tenido de vecinos a grandes perros que no paraban de ladrar, as¨ª que pasamos buena parte de la traves¨ªa en una de las cubiertas, ¨¦l en su c¨®modo transport¨ªn camuflado en una bolsa de Condis y yo con la espalda apoyada en un mamparo leyendo una novela de Alistair MacLean sobre la Batalla del Atl¨¢ntico (de ah¨ª lo del avi¨®n C¨®ndor alem¨¢n de la Segunda Guerra Mundial) y observando el mar con mis prism¨¢ticos, por si aparec¨ªan una ballena o un periscopio.
Dec¨ªa que viaj¨¢bamos tambi¨¦n con una cobra; es verdad, pero la dej¨¦ en el coche a la vista, lo que me pareci¨® una buena medida disuasoria por si alguien trataba de levantar el techo de lona y mangarme la pelota de v¨®ley. Es una cobra disecada, pero asusta lo suyo. El por qu¨¦ regresaba de Formentera con una cobra merece una explicaci¨®n. La ten¨ªan en su por lo dem¨¢s acogedora y bonita casa de La Savina la familia Carola. La hab¨ªa tra¨ªdo de un viaje a la India hace muchos a?os la madre de Tito y, aunque algo ajada y polvorienta, la serpiente, montada en una posici¨®n intimidatoria, con la caracter¨ªstica capucha desplegada, me cautiv¨®: fue amor a primera vista. Me dio la impresi¨®n de que los Carola quer¨ªan deshacerse de ella porque enseguida me la regalaron. ¡°Si te gusta ll¨¦vatela, seguro que contigo estar¨¢ mejor que con cualquier otro¡±, zanj¨® Tito. Me march¨¦ de la casa con la serpiente bajo el brazo m¨¢s contento que unas pascuas y, como imagin¨¦ que habr¨ªa salido poco estos a?os, la llev¨¦ de paseo a Sant Francesc a comprar el diario. De lo variopinto que es el turismo este verano en Formentera da fe que a nadie le pareciera raro.
En fin, que all¨¢ est¨¢bamos finalmente embarcados en el Volc¨¢n de Tijarafe la cobra (supongo que ahora tendr¨¦ cr¨ªticas por tr¨¢fico de especies), el gato, Alistair MacLean, representado por su novela San Andreas, y yo. San Andreas (la tengo en la edici¨®n de 1987 de C¨ªrculo de lectores) ha sido una de las mejores cosas del verano. Me la reserv¨¦ para leerla a bordo en la larga singladura de ocho horas y pico pues trata de un barco brit¨¢nico, un buque hospital con el nombre del t¨ªtulo, que vive una tremenda aventura atacado por aviones y submarinos nazis, y con el enemigo dentro infiltrado. Soy un gran fan de las novelas del escoc¨¦s MacLean (1922-1987), ¡°el hombre que sab¨ªa d¨®nde estaba la acci¨®n¡±, como dijo alguien, que incluyen tres t¨ªtulos famos¨ªsimos, inmortales (aunque el autor escrib¨ªa como si disparase un ca?¨®n Oerlikon de 20 mm), con sendas pel¨ªculas de referencia del g¨¦nero thriller b¨¦lico/ aventuras: Los ca?ones de Navarone (publicada en 1957, el a?o que nac¨ª: a ver si no ha de marcar eso), El desaf¨ªo de las ¨¢guilas (basada en su propio guion cinematogr¨¢fico) y Estaci¨®n polar Cebra.
San Andreas (1984), una de las ¨²ltimas (escribi¨® una treintena), no es de las mejores novelas de MacLean pero es puro disfrute. En ella, como en la de su deb¨² (1955), la espl¨¦ndida HMS Ulysses (La odisea del Ulysses, en la inolvidable colecci¨®n ?ncora y Delf¨ªn, 1962), aprovech¨® su experiencia de primera mano como marinero de la Royal Navy durante la Segunda Guerra Mundial. El escritor estuvo embarcado desde 1941, con 19 a?os, en buques de diferentes clases, e incluso sirvi¨® en la protecci¨®n de convoyes en el Atl¨¢ntico norte como el famoso y tr¨¢gico PQ 17 (casi 70 % de p¨¦rdidas). Particip¨® tambi¨¦n en la caza del Tirpitz, sirvi¨® asimismo en el teatro mediterr¨¢neo (Milos le inspir¨® Navarone) y luego en el Extremo Oriente. Ya de mayor explicaba que hab¨ªa ca¨ªdo prisionero de los japoneses y que lo hab¨ªan torturado arranc¨¢ndole uno a uno los dientes, pero parece que eso eran fantas¨ªas derivadas de su afici¨®n a la bebida.
San Andreas, que cuenta con un interesante pr¨®logo del propio MacLean sobre las condiciones en que se libr¨® la cruenta (y fr¨ªa) batalla del Atl¨¢ntico (incluye un sorprendente elogio de los submarinistas alemanes, lo que es verdadero fair play cuando han tratado de torpedearte), me enganch¨® desde la primera p¨¢gina y s¨®lo solt¨¦ la novela al acabarla con el skyline de Barcelona ya en el horizonte. Con la lectura, el ligero bamboleo adormecedor, el plateado brillo hipn¨®tico de infinity pool del mar y un poco de imaginaci¨®n, el Volc¨¢n de Tijarafe (clase Ro-Ro Passenger Ship, 154,51 metros de eslora, 24,2 de manga, velocidad de 24,5 nudos, identificativo de llamada ECNO) se transform¨® en el San Andreas, ex Ocean Belle, una nave Liberty ¨Dlos mercantes estadounidenses de producci¨®n masiva que salvaron a Gran Breta?a¨D reconvertida en barco hospital.
En la novela, el nav¨ªo es saboteado desde dentro y acosado ferozmente desde fuera sin respetar su condici¨®n (ni convenci¨®n de Ginebra ni de tintorro, como hubiera dicho Gila) y las marcas de la Cruz Roja por razones que se ignoran hasta el final. El ataque de un C¨®ndor deja maltrecho al buque, con numerosos muertos y heridos, sin radio ni instrumentos de navegaci¨®n, con maniobrabilidad reducida y la oficialidad diezmada. Afortunadamente, el San Andreas tiene como contramaestre (¡°regla n¨²mero uno: cuando algo sale mal ¨¦chale la culpa al contramaestre¡±) al resolutivo Archie MacKinnon (escoces como MacLean), un marino extraordinario que ha servido en submarinos y que toma las riendas de la situaci¨®n. ¡°Uno de los nuestros¡±, musit¨¦, aunque desde luego nadie que me conozca nos englobar¨ªa en la misma categor¨ªa de hombres. Para empezar, yo llevaba los iPods, una rebequita por si se levantaba brisa y masticaba un toblerone comprado a precio de oro en la cafeter¨ªa del barco, en el que los ¨²nicos riesgos eran el mal funcionamiento del aire acondicionado y la comida del autoservicio. As¨ª que dif¨ªcilmente afrontar¨ªa los treinta grados bajo cero en el puente del San Andreas y menos a¨²n ser¨ªa capaz de recoger los trozos de los tripulantes destrozados por el ataque del C¨®ndor o discernir el rumbo a tomar con el barco perdido en alg¨²n punto del mar de Barents, al norte de Noruega, y veinte horas diarias de oscuridad nublada. ¡°Dios nos de a la vez un buen capit¨¢n que sea un hombre bueno¡±, rec¨¦ constatando que yo no sab¨ªa distinguir Tagomago de las Lofoten.
Lo de los C¨®ndor es un puntazo en la novela. Yo pensaba que lo malo para los convoyes eran los submarinos, pero hay que ver la amenaza, casi comparable, que supon¨ªan esos enormes p¨¢jaros que cobraron una cantidad sobrecogedora de tonelaje. Aparecen en todos los grandes libros sobre la Batalla del Atl¨¢ntico. El bautismo de fuego de la Compass Rose en Mar cruel (Pen¨ªnsula, 2000), el gran libro, tan conradiano y melvilliano de Nicholas Monsarrat, por ejemplo, lo protagoniza un C¨®ndor al hundir salvajemente uno de los barcos que protege la corbeta. Luego los grandes aviones son la sombra que se cierne siempre como ave de rapi?a sobre los buques (hay un episodio en la novela en la que encuentran un carguero sueco arrasado por un avi¨®n con toda la tripulaci¨®n muerta excepto un gato).
He le¨ªdo un ensayo espl¨¦ndido sobre los Fw 200 C¨®ndor, Scourge of the Atlantic, el azote del Atl¨¢ntico, como los denomin¨® Churchill, de Kenneth Poolman (editorial MacDonald and Jane¡¯s, 1978), acreditado historiador naval que combina la Royal Navy con el Trinity College de Cambridge. El estudioso documenta todos los casos de ataques y la lista es estremecedora. Lo m¨¢s curioso es que el C¨®ndor no era inicialmente un avi¨®n de guerra sino de pasajeros, un gran cuatrimotor de lujo dise?ado para cubrir largas distancias. Lo desarroll¨® en 1937 el ingeniero de la compa?¨ªa Focke-Wulf Kurt Tank (!), creador luego del famoso caza Fw 190, y de repente la Luftwaffe, a la espera de contar con un aparato militar de sus caracter¨ªsticas (ser¨ªa el Heinkel He 177, muy malo, lo apodaban ¡°el mechero de la Luftwaffe¡± por su propensi¨®n a incendiarse), lo incorpor¨® a sus fuerzas.
Era un pedazo de avi¨®n. Lo s¨¦ bien porque con mi hermano lo montamos en la estupenda maqueta 1:72 para armar de Revell, que colg¨® del techo en nuestra habitaci¨®n, demostrando notable autonom¨ªa de vuelo, varios a?os. Ten¨ªa una envergadura de 33 metros y sobrecog¨ªa verlo aparecer como a su tocayo andino. Lo que lo hac¨ªa especial para la fuerza a¨¦rea de Hitler eran su alcance (3.560 kil¨®metros) y las horas que pod¨ªa permanecer en el aire (14). Adem¨¢s, lo equiparon con bombas y un poderoso despliegue de ca?ones y ametralladoras (en sus caracter¨ªsticas torreta dorsal y g¨®ndola ventral). Yo pensaba que su papel hab¨ªa sido esencialmente de reconocimiento (hab¨ªa algunos de transporte y varias unidades se reservaron como aviones personales de Hitler y otros l¨ªderes nazis), pero cuando lees el libro de Poolman, o la novela de MacLean, ves que era un verdadero depredador marino. Adem¨¢s, la combinaci¨®n Condor-submarinos para estrangular el tr¨¢fico mar¨ªtimo fue letal para los buques Aliados. El avi¨®n, con cinco tripulantes, no s¨®lo hund¨ªa por s¨ª mismo barcos sino que comunicaba la posici¨®n de estos a los U-Boots, atray¨¦ndolos como pira?as.
Los C¨®ndor, las alas de Doenitz, se hicieron terriblemente famosos como la garra de la c¨¦lebre unidad Kampfgeschwader 40 (KG 40), la primera patrulla a¨¦rea mar¨ªtima del mundo, comandada por el oberst Edgar Petersen y que volaba desde bases en Francia y Noruega. Nunca fueron muchos y eran fr¨¢giles (factor 1.9 de seguridad frente al 7 de un Junkers 88), como lo son las aves, pero llevaron el terror al coraz¨®n de los marinos Aliados. Yo mismo, en el Volc¨¢n de Tijarafe convertido en el San Andreas, pod¨ªa sentir el pavor de la s¨²bita aparici¨®n del gran p¨¢jaro oce¨¢nico con la muerte en las alas. El ataque, explica Poolman, se produc¨ªa a muy baja altura, la sombra del avi¨®n gris rozando casi las olas, siempre desde proa hacia popa, que era donde los mercantes iban m¨¢s armados. El C¨®ndor ametrallaba y ca?oneaba la cubierta y dejaba caer sus bombas apuntando al centro del nav¨ªo y desatando la devastaci¨®n.
Yo pasaba las intensas p¨¢ginas de la novela de MacLean dando un respingo cada vez que una nube pasajera oscurec¨ªa el sol y creyendo divisar en el agua cad¨¢veres de marinos flotando como delfines muertos. En el libro, lleno de detalles aut¨¦nticos, derriban uno con fuego antia¨¦reo y su piloto acaba siendo hu¨¦sped del buque hospital cuyos ocupantes (tripulantes, m¨¦dicos, enfermeras, n¨¢ufragos rescatados, prisioneros) conforman una peque?a comunidad en la que casi todos son sospechosos de ser el esp¨ªa y saboteador nazi. En ese terreno de Agatha Christie en tiempos de guerra, con traiciones y dobles agentes, se mueve extraordinariamente bien el autor de El desaf¨ªo de las ¨¢guilas. Hay muchos t¨®picos del g¨¦nero de la aventura b¨¦lica naval en la novela (el submarino embestido por el barco, el capit¨¢n nazi rescatado, el abnegado jefe de m¨¢quinas) pero, pese a las guapas enfermeras, nada de sexo: MacLean consideraba que ralentizaba la acci¨®n (no deb¨ªa conocer el sexo r¨¢pido).
Los brit¨¢nicos encontraron que la soluci¨®n ante los agresivos C¨®ndor era armar m¨¢s a los buques y embarcar aviones. Entre ellos los Fairey Fulmar (lo que hac¨ªa que se enfrentaran dos p¨¢jaros, los c¨®ndores y los petreles) y sobre todo los Sea Hurricane adaptados al mar, que eran precariamente lanzados desde marcantes y barcos de guerra por medio de catapultas. En Transmediterr¨¢nea, constat¨¦ con alarma, no hab¨ªa previsto nada as¨ª. De hecho, por no llevar no llev¨¢bamos ni Oerlikons ni Bofors, ni siquiera una triste Lewis.
Huelga decir que el Volc¨¢n de Tijarafe sobrevivi¨® a los C¨®ndor y a los submarinos y nos deposit¨® puntuales, sanos y salvos al gato, la cobra y servidor en el puerto de Barcelona. Pero no se vive una tensi¨®n como la de la lectura de San Andreas a bordo tantas horas sin consecuencias y camino del refugio de las monta?as, lejos de las olas refulgentes que oscurecen los grandes p¨¢jaros, era imposible dejar de pensar en Mar cruel, la mejor novela jam¨¢s escrita sobre el mar y la guerra, y recordar que nuestra vida entera es un viaje en un barco que se hunde y que, como constatan los tripulantes de la Compass Rose en la conmovedora historia de Nicholas Monsarrat, nadie sabe si el amor hace a los hombres m¨¢s proclives a salvarse, o a ahogarse.
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