Luci, la costurera de 98 a?os que recuerda perfectamente el d¨ªa que empez¨® la Guerra Civil
En su colegio de Arg¨¹elles, el Carmen Rojo, la profesora le pidi¨® a sus padres que fueran a hablar con ella; lo siguiente que ocurri¨® es que le contaron que se marchar¨ªa de excursi¨®n a Valencia durante dos meses. Tard¨® cinco a?os en volver.
Luci lleva una vaporosa camisa estampada con volantes en la pechera el d¨ªa que voy a verla a su casa, ubicada en uno de esos barrios del centro de Madrid donde en 2022 no hay pisos que valgan menos de medio mill¨®n de euros, ni esquina en la que no expongan cornucopias susceptibles de ser subidas a Instagram, como la ostrer¨ªa que est¨¢ justo al lado de su portal, donde venden esos moluscos por cuatro euros la unidad. A¨²n no los han subido de precio a causa de una guerra que a todo el mundo ha cogido por sorpresa. ¡°?C¨®mo es posible que esto est¨¦ pasando en Europa?¡± era el mantra los primeros d¨ªas tras la invasi¨®n rusa de Ucrania, como si a solo varias manzanas de aqu¨ª no hubiesen muerto en una ¨²nica tarde 9.000 hombres cuando estall¨® una contienda que siti¨® la capital de Espa?a durante tres a?os y que Luci recuerda perfectamente, porque la ma?ana que empez¨® la batalla que dio inicio a la Guerra Civil y comenzaron los tiros en el Cuartel de la Monta?a, del que ahora no queda rastro y sobre cuya planta se alza un templo egipcio llamado de Debod, ella escuch¨® perfectamente todo.
En su colegio de Arg¨¹elles, el Carmen Rojo, la profesora le pidi¨® a sus padres que fueran a hablar con ella; lo siguiente que ocurri¨® es que le contaron que se marchar¨ªa de excursi¨®n a Valencia durante dos meses. No le pareci¨® mal plan a la Luci de 11 a?os, que llevaba ya una temporada durmiendo sobre unas tablas entre dos sillas en el taller de encuadernaci¨®n de su padre, quien se hab¨ªa visto obligado a entregar sus m¨¢quinas a las milicias. ¡°Me lo pas¨¦ tan bien en el tren jugando con un mel¨®n como si fuera una pelota¡±, recuerda ella, que entonces no pod¨ªa imaginarse que tardar¨ªa cuatro a?os en volver a casa.
Cuando lleg¨® a destino le esperaba la primera sorpresa. Se la llevaron a un pueblo, Carlet, donde una se?ora llamada t¨ªa Irene la obligaba a fregar los suelos, lavar los platos, adecentar las cuadras, dar de comer a las gallinas y a coser, so amenaza de mandarla a un reformatorio si no obedec¨ªa. ?Los domingos no me dejaban salir a jugar, ten¨ªa que seguir cosiendo?. Despu¨¦s de siete meses de esfuerzos, una ¨ªntima amiga de su madre la fue a buscar y se la llev¨® a Valencia capital, donde los tres a?os siguientes vivi¨® con los hijos, los hermanos y los hijos de los hermanos de aquella se?ora que se hab¨ªa apiadado de ella. Estaban todos refugiados en un convento donde durmi¨®, noche tras noche, dentro de la caja de una metralleta: ¡°Yo creo que por eso tengo la espalda tan recta¡±. Se r¨ªe con ganas. Estuvieron a punto de llev¨¢rsela a Rusia con unos ni?os que nunca regresaron a Espa?a: ¡°Y ojal¨¢ lo hubieran hecho. Ahora ser¨ªa ingeniera¡±.?
Cuando termin¨® la contienda y volvi¨® a Madrid, la ni?a de 11 a?os ten¨ªa 15. ¡°No me vino la regla hasta los 17 de lo desnutrida que estaba¡±. En la estaci¨®n la estaba esperando ya solo su madre y su hermana, que ahora viv¨ªan en un cuarto en una corrala de la calle Jord¨¢n, donde cada noche se acurrucaban las tres juntas en una cama de 90. No ten¨ªan puerta, ni agua, ni comida. ¡°La que com¨ªa era mi madre, que limpiaba en una casa donde trabajaba mi t¨ªa¡±. Su t¨ªa, que era prostituta, ten¨ªa un chulo, que se encaprich¨® de su hija: ¡°O me entregas a la chavala o te quito el trabajo¡±. Se la entreg¨®. Mientras tanto, Luci entr¨® de aprendiza en un taller de costura y le empezaron a dar propinas que se gastaba ¨ªntegramente en frutos secos. ¡°Estaba Madrid lleno de almendras, las hab¨ªa en todos los escaparates¡±. Aquel humilde manjar vegano fue su sustento durante a?os. De aprendiza pas¨® a ayudanta y de ayudanta estuvo en tres talleres de costura, hasta que se hizo modista ¡ªlo que hab¨ªa aprendido con la t¨ªa Irene le hab¨ªa servido de algo¡ª y conoci¨® a su marido, un fornido gladiador de lucha libre que ganaba 4.000 pesetas por combate en un tiempo en el que los sueldos eran de 80 c¨¦ntimos. Se mud¨® con ¨¦l a la casa donde a¨²n vive y nunca m¨¢s volvi¨® a pasar hambre. La camisa estampada de volantes que llevaba la tarde de primavera que fui a verla se la cosi¨® ella. Luci, cuerpo de anciana, cabeza de ni?a, vive rodeada de pisos Airbnb, en el mismo barrio donde escuch¨® empezar la guerra.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.