En un jard¨ªn de Washington, una nieta contempla como florecen unas ¡°malditas petunias¡±, las ¨²ltimas que plant¨® su abuelo. En una habitaci¨®n de Sevilla, unos padres tienen la mirada perdida en la colecci¨®n de c¨®mics de su hijo. En Yakarta, una mujer no ha podido a¨²n visitar la tumba de su esposo. A kil¨®metros de distancia, en todos los rincones del mundo, viudas y viudos, hermanos, hu¨¦rfanos comparten un mismo dolor. Un mill¨®n de familias suman a la ausencia de sus seres queridos el no haber podido despedirse de ellos.

Especial: Un mill¨®n de muertos

En menos de nueve meses, la pandemia de la covid-19 ha alcanzado una cifra simb¨®lica de fallecidos en el mundo que seguir¨¢ creciendo mientras la ciencia no d¨¦ con una vacuna eficaz

SENEGAL

¡°Mi mujer pas¨® su ¨²ltima noche en un colch¨®n tirado en una sala de espera¡±

ASSANE SECK | Su esposa Marie Ba, 53 a?os, falleci¨® en Dakar en mayo

Lo que m¨¢s le duele a Assane Seck, de 62 a?os, es no haber podido enterrar a su mujer como Dios manda. A¨²n hoy, cuatro meses despu¨¦s, arrastra los pies por su casa de Dieppeul, en el coraz¨®n de la ciudad senegalesa de Dakar, con la penosa sensaci¨®n de haber dejado algo sin hacer y no poder dar marcha atr¨¢s para corregirlo. ¡°Nos negaron el acceso a su cuerpo y ahora est¨¢ ah¨ª, en su tumba, sin que pudi¨¦ramos lavarla y prepararla. Somos musulmanes, es algo muy importante para nosotros¡±, asegura, alzando la voz sobre el murmullo de sus cu?adas lavando la ropa en el patio mientras los ni?os juegan con los charcos.

Marie Ba fue su esposa durante 24 a?os. Tuvieron tres hijos y una nieta. ¡°Fue un matrimonio pactado, era mi sobrina. As¨ª lo arregl¨® la familia y lo aceptamos. Demostr¨® ser una mujer y una madre excepcional, comprensiva y religiosa. Cuando no estaba haciendo las cosas de la casa, rezaba¡±, asegura este trabajador portuario jubilado. En los primeros d¨ªas del Ramad¨¢n, Marie, de 53 a?os, empez¨® a sufrir un intenso dolor de barriga. ¡°Le dije que interrumpiera el ayuno. Dos d¨ªas m¨¢s tarde la llev¨¦ al hospital. Era el s¨¢bado, 9 de mayo¡±, recuerda Seck.

Como no quedaban camas libres, pas¨® todo el d¨ªa sentada en una silla de ruedas. Su marido iba a comprarle los calmantes y el m¨¦dico se los administraba en vena. Ni fiebre, ni tos, ni dolor muscular, solo esa molestia intensa y constante en el est¨®mago. ¡°Le compr¨¦ un colch¨®n, lo tir¨¦ en el suelo y en ¨¦l pas¨® su ¨²ltima noche. Era una especie de sala de espera. Estuvimos hablando, vi c¨®mo sufr¨ªa. A las seis de la ma?ana se durmi¨® una hora y, poco despu¨¦s de despertar, muri¨®¡±.

A¨²n no hab¨ªan transcurrido ni ocho horas y el nombre y el barrio de Marie Ba ya circulaban por las redes sociales. Era el 19? fallecimiento por coronavirus en Senegal. ¡°Antes de que otros nos rechazaran, decidimos confinarnos y pasar la cuarentena en casa¡±, a?ade su viudo, consciente del estigma con el que se castiga a quienes han sufrido esta enfermedad. Assane Seck acept¨® su destino, pero cuando le dijeron que hab¨ªa sido la covid-19 no se lo acab¨® de creer.

¡°Ella ten¨ªa un problema en una pierna y no sal¨ªa a la calle, ?c¨®mo se iba a contagiar?¡±, comenta. De los 18 miembros de la familia que conviven, solo ¨¦l dio positivo. Lo pas¨® ingresado en un hospital del extrarradio sin s¨ªntomas. Sigue sin cre¨¦rselo del todo. En un pa¨ªs de 16 millones de habitantes con menos de 15.000 contagiados y apenas 300 fallecidos, muchos dudan como Seck. ¡°La echo de menos, pero hasta los ni?os lo han aceptado. Dios lo quiso as¨ª. Ahora intentamos no hablar mucho del tema¡±. Su nieta Siga, de 15 meses, se sienta sobre sus piernas. La vida sigue en Dieppeul.

EE UU

¡°El origen de mi dolor est¨¢, literalmente, en todas partes¡±

KRYSTEL ANDERSON | Su abuelo, Alexander Boyle, 76 a?os, falleci¨® en Washington en mayo

El recuerdo m¨¢s v¨ªvido que tiene Krystle Anderson, 34 a?os, del d¨ªa en que muri¨® su abuelo son los gritos de su madre por Zoom suplicando que alguien le tomara la mano. Alexander Lloyd, de 76 a?os, estaba solo acompa?ado por el personal m¨¦dico cuando falleci¨® por coronavirus en Washington el 6 de mayo. Una enfermera le cogi¨® la mano. Por protocolo del hospital, no pod¨ªa haber ning¨²n familiar presente. Anderson ten¨ªa una relaci¨®n estrecha con su ¡°papa¡±, como lo llamaba cari?osamente. Ella estaba embarazada cuando su marido fue destinado a Afganist¨¢n y tambi¨¦n cuando fue a Irak. Lloyd se encarg¨® de acompa?arla y la cuid¨® cuando dio a luz. Era su ¡°fuerza estabilizadora¡± en los momentos de locura, como el de ahora.

Nadie sabe con certeza c¨®mo se contagi¨®. Despu¨¦s de estar encerrado dos meses en casa sali¨® a comprar flores para plantarlas y tener un quehacer hogare?o. A los pocos d¨ªas, Boyle, y su pareja, Viktor, dieron positivo por covid-19. ¡°Malditas petunias¡±, dice entre dientes Krystle, junto a la maceta con las semillas ya florecidas, fuera de la casa de su abuelo. La familia se dio cuenta de que algo andaba mal porque Lloyd, exmiembro del comit¨¦ de campa?a senatorial dem¨®crata, posteaba todas las ma?anas mensajes contra el presidente Donald Trump. Pero ese d¨ªa de principios de mayo no hubo actividad en sus redes sociales. Nadie lograba contactarlo as¨ª que la polic¨ªa entr¨® en su casa. Estaba tirado en el suelo. Su pareja estaba fuera de la ciudad. Ya en el hospital, hubo momentos en los que daba se?ales de mejor¨ªa, pero se desvanecieron al igual que su lucidez. No quiso que lo conectaran a un ventilador, ya que dadas sus precondiciones m¨¦dicas exist¨ªa el riesgo de que muriese cuando lo intubaran o extubaran. En una semana, falleci¨®.

Krystle afirma que es muy dif¨ªcil atravesar este momento cuando el recuerdo de su dolor est¨¢ en todas partes. ¡°Usamos mascarillas por la enfermedad que mat¨® a mi abuelo, mantenemos la distancia social por eso, mis hijos aprenden desde casa por lo mismo¡±, enumera. ¡°Literalmente, no tenemos escapatoria, estamos atascados en un limbo de constante dolor¡±. Lloyd gozaba de la vida. Le gustaba viajar, apostar y la gente. Su familia no ha podido realizar una ceremonia en su honor por la pandemia, pero tienen previsto reunirse en diciembre en Washington y hacer un tour por sus bares favoritos. Despu¨¦s, esparcir¨¢n sus cenizas por el r¨ªo Potomac. Era un amante de la capital. Fue a todas las tomas de posesi¨®n presidenciales. De 1965 hasta 2012. Cuando Trump asumi¨® el cargo, abandon¨® la tradici¨®n.

M?XICO

¡°Jam¨¢s se me pas¨® por la cabeza que fuera covid¡±

DIEGO VILLEGAS | Su esposa Adriana P¨¦rez, de 43 a?os, y su cu?ada fallecieron en Ciudad de M¨¦xico en mayo

En Iztapalapa, un barrio popular en Ciudad de M¨¦xico, el epicentro de la covid en el pa¨ªs latinoamericano, y quiz¨¢s en casi todo el subcontinente, much¨ªsimos vecinos dudaban de que el coronavirus existiera. Esa pandemia que llegaba de Europa o de Estados Unidos no era como para preocuparse, m¨¢s a¨²n ellos, que pr¨¢cticamente tienen que sobrevivir a diario¡­ La familia de Adriana y Guadalupe P¨¦rez L¨¢zaro, de 43 y 38 a?os, lo ejemplificaba. Todos comparten un predio (edificio) en una zona humilde del barrio. Todos se contagiaron. Diego Villegas, el marido de Adriana, recuerda que al principio los s¨ªntomas de su mujer eran los mismos de ¡°una gripe cualquiera¡±. Ella, sin embargo, no mejoraba con los d¨ªas. Visitaron a un m¨¦dico, a otro. Hasta tres la recibieron, en lo que para ¨¦l es un ejemplo de desgana y falta de preparaci¨®n. Su mujer amanec¨ªa bien y cuando parec¨ªa que sal¨ªa, volv¨ªa a recaer. ¡°Jam¨¢s se me pas¨® por la cabeza que fuera covid¡±, recuerda, aunque para entonces, finales de mayo, la pandemia estaba extendida por todo el mundo y ampliamente en M¨¦xico. El pa¨ªs norteamericano es el cuarto en n¨²mero de fallecidos, aunque por mill¨®n de habitante las cifras dan un respiro. Los n¨²meros oficiales, claro, ya que el exceso de muertes es de casi tres veces el que marcan las estad¨ªsticas.

El deterioro de Adriana fue cada vez m¨¢s evidente. Le recomendaron que se hiciese con algo de ox¨ªgeno, pero Dar¨ªo no lo consegu¨ªa. Busc¨®, en farmacias, en Internet, ¡°aunque fuese un tanquecito chico¡±, pero no hubo forma. Su mujer se puso cada vez peor, no ten¨ªa fuerzas para levantarse, daba un paso y se sent¨ªa agotada. ¡°Un cansancio muy exagerado¡±. Como tantos, Diego y Adriana hicieron caso de las recomendaciones de las autoridades, donde el ¡°qu¨¦date en casa¡± se aplic¨® hasta las ¨²ltimas consecuencias, m¨¢s en un pa¨ªs donde la gente no est¨¢ acostumbrada a acudir al m¨¦dico. Adriana falleci¨® durante el traslado al hospital, donde su hermana, Guadalupe, muri¨® poco despu¨¦s. Ambas fueron incineradas. Sus cenizas est¨¢n en un altar en el patio principal de la casa. No pudieron ser sepultadas en Puebla, de donde salieron y donde est¨¢ enterrado su padre.

El drama de Diego no qued¨® ah¨ª. Despu¨¦s de morir su esposa, tuvo que enfrentar los rumores y el se?alamiento de sus vecinos: como Adriana muri¨® asfixiada, le acusaron de haberla matado.

ISRAEL

¡°Le despedimos dentro de una ambulancia, est¨¢bamos todos infectados¡±

RACHEL HEBER | Su esposo, el rabino Abraham Yeshayahu Heber, 55 a?os, falleci¨® en Jerusal¨¦n en abril

¡°La vida sin ¨¦l es otra vida. Era el mayor regalo que recib¨ª de Dios¡±. El duelo de Rachel Heber no ha cesado desde hace seis meses, cuando el coronavirus se llev¨® a su marido, el rabino Abraham Yeshayahu Heber, a los 55 a?os. Ante la nutrida biblioteca de textos religiosos que le ha legado, ella se esfuerza por no derrumbarse. La plaga se ha cebado con la comunidad ultraortodoxa de Israel. ¡°Lo que empezamos juntos para dar esperanza a la gente contin¨²a; sigue la vida¡±, replica amparada en una sonrisa que le ayuda a contener la emoci¨®n. Nacida en Jerusal¨¦n hace 53 a?os, formada como profesora en Chicago, Rachel Heber fund¨® junto a su esposo en 2007 Matnat Chaim (Don de la Vida), un centro que coordina la donaci¨®n altruista de ri?ones.

El rabino Heber ¨Cuna figura reconocida en la sociedad hebrea por su tarea humanitaria¨C se aisl¨® a comienzos de marzo. Como receptor de un transplante de ri?¨®n tomaba inmunodepresores. ¡°No sabemos c¨®mo pudo contagiarse, pero acabamos todos infectados¡±, relata su viuda en la vivienda familiar de Har Nof, un distrito jas¨ªdico de Jerusal¨¦n. ¡°Los m¨¦dicos nos prescribieron antibi¨®ticos y recomendaron que nos qued¨¢ramos en casa¡±.

El 13 de abril, cuando empez¨® a tener dificultades para respirar, fue trasladado al hospital Hadashah de Ein Keren (en las afueras de Jerusal¨¦n). ¡°Permaneci¨® en cuidados intensivos, acompa?ado a veces por un sanitario donante de ri?¨®n a trav¨¦s de nuestra organizaci¨®n¡±, recuerda su viuda. ¡°10 d¨ªas m¨¢s tarde, tras una aparente mejor¨ªa que le desconect¨® del respirador, le perdimos¡±.

¡°Est¨¢bamos todos bajo aislamiento: mi hija de 16 a?os, mi hijo mayor y mi nuera. No pudimos decirle adi¨®s¡±, se le ensombrece la sonrisa. ¡°Tuvimos que despedirle desde el interior de una ambulancia¡±. El cad¨¢ver llevado en camilla por sanitarios enfundados en trajes protectores rode¨® el veh¨ªculo en una procesi¨®n f¨²nebre.

Israel cuenta ahora con una de las tasas de contagio de covid-19 m¨¢s altas del mundo, 531 por mill¨®n de habitantes en siete d¨ªas, aunque solo ha registrado 1.412 muertes desde marzo entre sus 9,2 millones de habitantes. Las minor¨ªas ¨¢rabe (20% de la poblaci¨®n) y ultraortodoxa (12%), las m¨¢s desfavorecidas en la escala social, concentran cerca de la mitad de los casos.

¡°Es una enfermedad terrible. No me dej¨® acompa?arle hasta el cementerio; tampoco la familia recibi¨® en casa las tradicionales visitas de p¨¦same de la shiv¨¢ [semana jud¨ªa de luto y duelo]¡±, se lamenta Rachel Heber. ¡°Aunque mi hija perdi¨® a su padre, ¨¦l sigue estando con nosotras en nuestros corazones. Hablamos mucho de ¨¦l¡±.

ITALIA

¡°Solo los ten¨ªa a ellos y los he perdido sin una explicaci¨®n. Fuimos abandonados¡±

CATERINA DE LUC?A | Sus padres, de 75 y 76 a?os, fallecieron en marzo y abril en Brescia (Italia)

La primera ola, imprevista y salvaje, fue la m¨¢s cruel. Caterina de Luc¨ªa, napolitana de 50 a?os, se mud¨® a Brescia (Lombard¨ªa) en 1994. En el sur faltaba trabajo, cobraba poco y sol¨ªa ser en negro. Consigui¨® un buen empleo en un hospital del norte. Cuatro a?os m¨¢s tarde la acompa?aron sus padres, un viaje en busca de prosperidad. ¡°Y mira¡­ dar¨ªa lo que fuera por volver atr¨¢s y no habernos movido jam¨¢s de N¨¢poles¡±. Brescia, junto a B¨¦rgamo, fue la zona m¨¢s golpeada por el coronavirus en Italia. La regi¨®n europea donde el exceso de muerte fue mayor en la primera ola. Aqu¨ª murieron los padres de Caterina con solo 23 d¨ªas de diferencia. La madre ten¨ªa 75 a?os. Su padre cumpli¨® 76 en el hospital.

El 20 de febrero Italia detect¨® el primer caso. Fue en Codogno, un peque?o pueblo lombardo confinado al d¨ªa siguiente junto a otros 10 municipios de la zona. Brescia sigui¨® funcionando con cierta normalidad. ¡°Ya se sab¨ªa, pero aqu¨ª no tomaron las medidas adecuadas¡±, se lamenta Caterina. Su madre comenz¨® con fiebre y tos el 26 de febrero; su padre, tres d¨ªas despu¨¦s. El m¨¦dico les prescribi¨® paracetamol y reposo en casa. No hab¨ªa pruebas, tampoco protocolos: era la prehistoria de la pandemia. ¡°Llam¨¦ al m¨¦dico porque les vi muy mal. Me dijo que estaba demasiado asustada, que miraba la televisi¨®n y me hab¨ªan metido en la cabeza lo de la covid. Me llam¨® ¡°alarmista¡±, me dijo que dejase de ver las noticias. Le respond¨ª que conoc¨ªa a mis padres y que no estaban bien. Pero no me hizo caso¡±.

El 5 de marzo, despu¨¦s de una noche infernal, los dos con la fiebre disparada y en la misma casa que sus dos hijos y su marido, Caterina decidi¨® llevarlos al hospital en su propio coche. A las 17.15 entraron en el centro m¨¦dico, pero ya no salieron vivos. ¡°Me llamaron a medianoche, mi padre hab¨ªa tenido una parada card¨ªaca y estaba intubado. El d¨ªa despu¨¦s todav¨ªa no sab¨ªan si era positivo. Le dieron morfina y entr¨® en un coma farmacol¨®gico¡±. La madre muri¨® el 8 de marzo de forma imprevista por los m¨¦dicos. ¡°Mi marido empez¨® a tener fiebre pero no ven¨ªa nadie a verlo. No le hicieron la prueba. Mi madre acaba de fallecer, mi padre estaba reanimaci¨®n, mi marido en una habitaci¨®n aislado y yo con los dos ni?os¡±. El 1 de abril tuvo que despedirse de su padre sin poder verle.

El marido de Caterina sobrevivi¨®. Pero ella no encuentra el camino para superar el trauma. ¡°Es imposible salir adelante mentalmente. Cada d¨ªa me pongo una m¨¢scara y hago ver que vivo. Pero algo ha muerto dentro de m¨ª. Todas las ma?anas me hago las mismas preguntas: ?d¨®nde se infectaron? ?qu¨¦ pas¨® realmente? Me he quedado sola, soy hija ¨²nica. Solo los ten¨ªa a ellos y les he perdido sin que nadie me diera una explicaci¨®n. Fuimos abandonados¡±. Sabe que un mill¨®n de personas han pasado por algo parecido. Hablar con ellos, solo a veces, calma el dolor.

ESPA?A

¡°Cuando muri¨® en la UCI estuvimos una hora sin hablar ni movernos¡±

JUAN ANTONIO DUTOIT| Su hijo, Juan Carlos Dutoit, 38 a?os, falleci¨® en Sevilla en abril

La antigua habitaci¨®n de Juan Carlos Dutoit conserva intacto el testigo de sus dos pasiones: las colecciones y el voleibol. Decenas de c¨®mics, dos espadas l¨¢ser de La guerra de las galaxias y figuras de ¡®GI Joe¡¯ perfectamente clasificadas se mezclan con balones y trofeos. ¡°A veces guardaba hasta los papelitos de los chicles¡±, bromea su madre, Carlota, entre la sonrisa y la mirada perdida mientras ense?a el cuarto. Dutoit, inform¨¢tico de 38 a?os y entrenador de un equipo femenino en Dos Hermanas (Sevilla), falleci¨® a mitad de abril en un hospital de Sevilla tras contagiarse de coronavirus. Ni Carlota Carmona, de 67 a?os, ni su marido pudieron despedirse del mayor de sus dos hijos, que no ten¨ªa patolog¨ªas previas. Tras unos d¨ªas enfermo en casa, pas¨® 14 d¨ªas ingresado, la gran parte del tiempo en estado muy grave.

Dutoit hab¨ªa abandonado el domicilio familiar hac¨ªa un par de a?os. Por fin hab¨ªa conseguido un buen trabajo como inform¨¢tico y era feliz junto a Roc¨ªo, su pareja, con la que quer¨ªa formar una familia. ¡°Era el amor de mi vida. Ahora estar¨ªa embarazada¡±, cuenta Roc¨ªo por tel¨¦fono entre l¨¢grimas. Ella lo acompa?¨® sus ¨²ltimos d¨ªas en el piso que compart¨ªan, trat¨¢ndole conforme a las prescripciones m¨¦dicas telef¨®nicas hasta que no tuvo m¨¢s remedio que pedir auxilio urgente. Fue trasladado en ambulancia al hospital la noche del Viernes de Dolores.

¡°El d¨ªa siguiente de ingresar fue tremendo, ni cog¨ªa el tel¨¦fono ni nos hab¨ªa llamado, nos encontramos con una situaci¨®n que yo no se la deseo a nadie¡±, cuenta Juan Antonio Dutoit, de 64 a?os, en el sal¨®n de su casa. Durante el confinamiento, Juan Antonio fue el portavoz de la familia aunque le ¡°pesase¡±, e informaba por videollamada al hermano y a la novia de su hijo de su estado de salud gracias a las dos llamadas diarias que recib¨ªa del hospital.

La ¨²ltima lleg¨® fuera del horario habitual: su hijo falleci¨® de noche en la UCI por un fallo multiorg¨¢nico. ¡°Estuvimos una hora sin hablar ni movernos¡±, dice el padre. Luego vendr¨ªa la incineraci¨®n y un adi¨®s de solo tres personas, que Juan Antonio agradece en cierta manera. ¡°Yo no estaba para darle la mano a todo el mundo. El duelo ha sido muy dif¨ªcil porque estamos rodeados de esto [la pandemia]. Est¨¢ resultando muy duro, esto no se ha terminado ni se va a terminar en mucho tiempo¡±, sentencia este padre con una llamativa entereza.

BRASIL

¡°Lo que m¨¢s me duele es no haber podido despedirme¡±

GABRIEL ERICK DOS SANTOS | Su hermana, Erika Regina Leandro dos Santos, falleci¨® a los 39 a?os, en S?o Paulo, en abril

Cuando Gabriel Erick dos Santos, brasile?o de 24 a?os, se despert¨® en un hospital despu¨¦s de casi morir ahogado a principios de 2019, lo primero que vio fue la sonrisa de su hermana, Erika Regina Leandro dos Santos, y lo primero que escuch¨® fue su risa. Cuando Erika ingres¨® a principios del pasado abril en un hospital de S?o Paulo, donde viven, Gabriel ya no volvi¨® a verla. A los 39 a?os, Erika fue una de las primeras v¨ªctimas mortales de la covid-19 en Brasil. ¡°Lo que m¨¢s me duele es no haber podido estar a su lado ni despedirme de ella¡±, lamenta este m¨²sico y profesor de ingl¨¦s en su casa, sencilla y poco amueblada, en la periferia de la principal ciudad brasile?a.

Erika, una actriz que tambi¨¦n trabajaba como administrativa en un banco para llegar a fin de mes, convivi¨® con varios problemas de salud: sobrepeso, diabetes, hipertensi¨®n¡­ Iba mucho al m¨¦dico ¡ª lleg¨® a sufrir un accidente cardiovascular cerebral el a?o pasado ¡ª pero siempre se recuperaba. As¨ª que, cuando dijo que hab¨ªa cogido una baja laboral de 10 d¨ªas porque no se encontraba bien, sus seis hermanos pensaron que esa vez no ser¨ªa diferente. ¡°Mi hermana vivi¨® la vida como si nunca fuera a morirse¡±, recuerda Gabriel, con una sonrisa. Ense?a en el m¨®vil el ¨²ltimo mensaje que le escribi¨® cuando ella dijo que iba al hospital: ¡°Av¨ªsame cuando salgas y ll¨¢mame¡±. Nunca volvieron a hablar. Nada m¨¢s llegar al hospital, Erika tuvo que ser ingresada en la UCI. En los cinco d¨ªas siguientes, sus familiares solo supieron de ella a trav¨¦s de un m¨¦dico que enviaba mensajes o llamaba cada d¨ªa, a las siete de la tarde. Hasta que vino lo peor, una p¨¦rdida brutal.

Dicen sus hermanos que Erika era quien manten¨ªa unida a su familia. ¡°Nuestros padres murieron cuando yo era peque?o, ten¨ªamos una gran amistad, pero adem¨¢s ella era como mi madre, fue quien me educ¨®¡±, cuenta Gabriel. Ten¨ªa muchos amigos, ¡°era muy f¨¢cil acercarse a ella y cogerle cari?o¡±. El recuerdo m¨¢s terrible de Gabriel es el funeral. Solo con seis personas y una breve oraci¨®n, mientras los trabajadores del cementerio les met¨ªan prisa. ¡°Ni siquiera pude colgar en el ata¨²d un collar con su nombre grabado, un recuerdo familiar¡±.

En el sal¨®n de su casa, Gabriel saca la guitarra negra y llena de polvo que su hermana le regal¨® cuando cumpli¨® 15 a?os. ¡°Ella me empuj¨® a componer m¨²sica y a tocar. Pidi¨® un pr¨¦stamo a una amiga para hacerme ese regalo, ¨¦ramos los dos artistas de la familia¡±, r¨ªe. Planeaban hacerse un mismo tatuaje del disco There¡¯s Nothing Left to Lose, de Foo Fighters, el favorito de Erika. Ahora, Gabriel lo har¨¢ como un tributo a su hermana.

Gabriel no siente ni miedo ni rabia ante la situaci¨®n de la pandemia en Brasil, donde hay m¨¢s de 4,6 millones de infectados y m¨¢s de 140.000 muertos. ¡°Nadie sabe muy bien qu¨¦ hacer, pero tenemos que pensar en el pr¨®jimo m¨¢s all¨¢ de no infectarlo, pensar en c¨®mo tratarlo con respeto y humanidad. Es lo que a mi hermana le hubiera gustado¡±.

INDONESIA

¡°A¨²n no hemos ido al cementerio, es peligroso, todav¨ªa hay muchos casos¡±

INDRA DEWI | Su esposo, Harry Santoso, de 54 a?os, falleci¨® en marzo en Yakarta

Aunque ha pasado medio a?o desde la muerte de su marido, Indra Dewi no ha podido a¨²n visitar su tumba. Harry Santoso fue uno de los primeros 100 casos de covid-19 detectados en Indonesia, que por marzo apenas empezaba a entrar en contacto con la enfermedad. El diagn¨®stico lleg¨® despu¨¦s de que el hombre, que ten¨ªa 54 a?os, pasara cinco noches en un hospital de Yakarta, aquejado de una insoportable dificultad para respirar, fiebre y n¨¢useas. Apenas horas despu¨¦s de recibir la confirmaci¨®n del positivo, Santoso falleci¨®. ¡°La parte m¨¢s dura fue no poder estar con ¨¦l cuando muri¨®, y que no pudi¨¦ramos enterrarle ni celebrar un funeral¡±, cuenta desde la capital indonesia Dewi.

Ni ella ni sus hijos, Jessi Renata y Jeffrey Renardi, han podido ir todav¨ªa al lugar donde Santoso fue enterrado, un cementerio dedicado en exclusiva a fallecidos por covid-19. ¡°Es peligroso ir, todav¨ªa hay muchos casos¡­¡±, advierte Dewi. M¨¢s que muchos; Indonesia lleva d¨ªas batiendo r¨¦cords de contagios, con alrededor de 4.000 nuevos detectados cada d¨ªa, aumentando vertiginosamente el total de infecciones, que superan las 260.000. El vasto archipi¨¦lago asi¨¢tico, la cuarta naci¨®n m¨¢s poblada del planeta con casi 270 millones de habitantes, registra el mayor n¨²mero de muertes del sureste asi¨¢tico. M¨¢s de 10.000 personas han fallecido desde marzo.

Por entonces ¡°apenas se hac¨ªan pruebas¡± en Indonesia, afirma Dewi, ¡°muchos pueden haber muerto de covid-19 sin saberlo¡±. En el caso de Santoso, los dos hermanos m¨¦dicos de Dewi les aconsejaron que fuera al hospital al ver que no se recuperaba de lo que en principio hab¨ªan cre¨ªdo que pod¨ªa ser un resfriado. Santoso, que regentaba un restaurante de marisco junto a su esposa, continu¨® con su rutina hasta que las fuerzas le fallaron. El d¨ªa 21 le ingresaron, y ya ning¨²n familiar pudo volver a verle. ¡°Al principio se comunicaba por WhatsApp, pero al final estaba muy d¨¦bil¡­ Las enfermeras o los m¨¦dicos nos ten¨ªan que llamar para verle¡±, recuerda la mujer. Cinco d¨ªas despu¨¦s, el 26 de marzo, Santoso falleci¨®. Dewi pudo ver el cuerpo sin vida de su marido por ¨²ltima vez a trav¨¦s de una pantalla, una despedida dif¨ªcil de asimilar tras casi veinte a?os de matrimonio.

Dewi, de origen chino y cristiana como su esposo, necesita visitar su tumba y celebrar un funeral para vivir el duelo. Algo que no parece posible todav¨ªa, con Yakarta entrando en su segundo confinamiento parcial ante el azote de la pandemia, que ha expuesto las deficiencias del sistema sanitario indonesio (seg¨²n la Organizaci¨®n Mundial de la Salud, el pa¨ªs solo cuenta con seis camas de hospital por cada 10.000 habitantes, menos de la mitad de Jap¨®n, que lidera el ranking mundial con m¨¢s de 13). ¡°Pensamos que la pandemia acabar¨ªa unos meses despu¨¦s del fallecimiento de mi marido, pero parece que no va a ser hasta 2021 cuando podamos finalmente visitarle y darle una ceremonia y un funeral dignos¡±, lamenta.

Con informaci¨®n de Jos¨¦ Naranjo (Dakar), Antonia Laborde (Washington), H¨¦ctor Guerrero (Ciudad de M¨¦xico), Juan Carlos Sanz (Jerusal¨¦n), Virginia Mart¨ªnez (Sevilla), Daniel Verd¨² (Roma), Joana Oliveira (S?o Paulo) y Paloma Almoguera (Singapur).

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