La ¡®eco¡¯ excusa que nos venden
La industria empuja a los consumidores a que renueven sus aparatos en nombre de una supuesta eficiencia energ¨¦tica
El estreno en 2010 del filme Comprar, tirar, comprar, de Cosima Dannoritzer ¡ªen la que se basa mi libro Hecho para tirar¡ª, aument¨® considerablemente el inter¨¦s por un tema que ha empezado a llamar la atenci¨®n del p¨²blico en general. Desde entonces se han publicado numerosos estudios, se han elaborado proposiciones de ley tanto en B¨¦lgica, Francia e Italia como en el ¨¢mbito europeo, y se han organizado reuniones entre parlamentarios y representantes de la industria. Hoy hay una cantidad considerable de documentos sobre este asunto. Los principios b¨¢sicos de esta cuesti¨®n no cambian, pero esta nueva literatura permite matizar afirmaciones y abrir nuevas perspectivas.
Aunque no se abandone la sociedad de consumo y de crecimiento econ¨®mico ¡ªque ser¨ªa la ¨²nica manera realmente eficaz de atajar de ra¨ªz el fen¨®meno¡ª se ha desarrollado una voluntad de luchar contra la obsolescencia programada en el ¨¢mbito pol¨ªtico, mediante diversos proyectos de ley, y en la sociedad civil, mediante el desarrollo de los mercados tradicionales de segunda mano (Emma¨¹s), la aparici¨®n, especialmente en Internet, de todo tipo de webs de intercambio (Le bon coin, sitio web de compraventa al estilo de Wallapop), o de nuevas formas de resistencia, como los repair caf¨¦s (reuniones a menudo participativas de usuarios y de manitas en las que tratan de reparar aparatos averiados).
Hasta ahora, las leyes medioambientales se enfocaban m¨¢s en las pr¨¢cticas de los consumidores y menos en las de los grupos de presi¨®n que representan a la industria y tratan de influir en la legislaci¨®n europea y nacional. Las cosas est¨¢n cambiando t¨ªmidamente. La mayor¨ªa de los proyectos de ley empiezan, en general, con una condena penal del fen¨®meno, pero es sobre todo simb¨®lica, porque resulta casi imposible dar una definici¨®n operativa. ?C¨®mo se puede demostrar, al tratarse de objetos complejos, que se ha incluido deliberadamente una pieza defectuosa con el fin de obligar al usuario a comprar un aparato nuevo? Los grupos de presi¨®n que representan a la industria de los equipamientos el¨¦ctricos y electr¨®nicos no se equivocan del todo cuando afirman que la obsolescencia programada, entendida como un complot o un sabotaje, no existe. La vida ¨²til de los aparatos es limitada, pero eso, argumentan, se debe al deseo de los consumidores, una mayor¨ªa de los cuales no espera a que el objeto deje de funcionar para adquirir un modelo nuevo. Desde este punto de vista, el ejemplo m¨¢s simb¨®lico es el tel¨¦fono m¨®vil. Tiene una vida ¨²til media de 24 meses, pero, en general, se renueva a los 18 meses, y los j¨®venes incluso lo cambian a los 12 meses y a veces antes. Evidentemente, el marketing predispone al consumidor, y la industria es en gran parte responsable de este comportamiento compulsivo de compra.
Estos lobbies tambi¨¦n rechazan que los bienes duraderos duran cada vez menos, algo que denuncian las asociaciones de consumidores. La obsolescencia programada, argumenta la industria, es simplemente una ¡°triste leyenda¡±. En cambio, para las asociaciones que tratan de defender a los compradores, los aparatos se aver¨ªan antes y esto obliga a comprar otros con m¨¢s frecuencia. Este debate tambi¨¦n es err¨®neo, ya que los datos comparados son siempre discutibles: no se trata exactamente de los mismos aparatos, y las estad¨ªsticas no analizan lo mismo. Cada cual puede encontrar las cifras que le den la raz¨®n. Incluso admitiendo que la vida ¨²til de los productos no ha disminuido, una persona ingenua podr¨ªa extra?arse de que los investigadores sean capaces de permitir que los cirujanos realicen operaciones a distancia, pero que no consigan que una nevera dure m¨¢s de 10 a?os. Los propios fabricantes reconocen de buena gana que la durabilidad del producto no es su objetivo de marketing prioritario, y les entendemos.
Otro argumento m¨¢s perverso que esgrimen los profesionales es el de la ecoeficiencia. Supuestamente, se necesitan menos materias primas y menos energ¨ªa para la fabricaci¨®n y mantenimiento de los nuevos aparatos y las nuevas m¨¢quinas. Este reciclaje ecol¨®gico de la industria, una verdadera operaci¨®n de greenwashing (lavado de cara verde o ecoblanqueo), ofrece una excusa para abandonar aparatos antiguos, que, sin embargo, todav¨ªa est¨¢n en perfecto estado de funcionamiento, y comprar nuevos productos que consumen menos energ¨ªa. Esto no es falso, y se podr¨ªa reducir a¨²n m¨¢s si renunci¨¢semos a toda una serie de artilugios que consumen una gran cantidad de energ¨ªa, como los coches o las lavadoras, que a menudo contrarrestan la disminuci¨®n del consumo.
Hay que hacer un balance completo. En la mayor¨ªa de los casos, el ahorro conseguido es muy inferior al da?o que se produce al tirar un aparato, por no hablar del hecho de que estos abandonos incrementan considerablemente los residuos. Dejar de usar un producto que a¨²n funciona para adquirir otro que el consumidor no necesita inmediatamente no supone, en general, un beneficio ecol¨®gico, ni una disminuci¨®n de la contaminaci¨®n. No obstante, el consumidor se deja convencer de buen grado con la excusa medioambiental, y, medio enga?ado, medio c¨®mplice, tiene la conciencia tranquila. Para compensar el derroche energ¨¦tico que representa llevar un coche viejo al desguace, por ejemplo, habr¨ªa que conservar el nuevo modelo durante d¨¦cadas.
Una de las dificultades ¡ªy no la menos importante¡ª de la lucha jur¨ªdica contra la obsolescencia programada radica en el hecho de que las medidas que se toman solo podr¨ªan funcionar realmente si todos los miembros de la UE las adoptasen. Incluso en ese caso, los efectos de unas medidas europeas comunes seguir¨ªan siendo limitados, dada la improbabilidad de que se impusiese una legislaci¨®n internacional a China o a EE UU.
Las reacciones y las iniciativas de la sociedad civil quiz¨¢ sean m¨¢s alentadoras. Una de las consecuencias nada despreciables del debate p¨²blico sobre la obsolescencia programada es que las lenguas empiezan a soltarse. Ingenieros jubilados que han trabajado para grandes marcas denuncian algunas pr¨¢cticas. Y surgen iniciativas para luchar contra ellas. Podemos citar a la empresa de reparaciones La Bonne Combine, con sede en Lausana, cuyo objetivo es sortear las artima?as que usan algunos fabricantes, y que ha recibido el premio de la ¨¦tica por su lucha contra ¡°el todo desechable¡±. Y florecen otras iniciativas, como las plataformas de intercambio entre usuarios en Internet para la reparaci¨®n de material electr¨®nico e inform¨¢tico. Los ya mencionados caf¨¦s de reparaci¨®n son tambi¨¦n lugares de resistencia participativa y concreta.
Es cierto que todo esto no llega muy lejos, pero representa un peque?o paso en la buena direcci¨®n y, sobre todo, su efecto m¨¢s importante no es tanto el de la acci¨®n inmediata, sino el de ayudar al posible cambio de mentalidad. Ese es un requisito previo para la necesaria revoluci¨®n del decrecimiento.
Serge Latouche es profesor em¨¦rito de Econom¨ªa de la Universidad de Orsay y autor de ¡®Hecho para tirar. La irracionalidad de la obsolescencia programada¡¯ (Octaedro, 2014).
Traducci¨®n de Newsclips.?
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